- Sánchez y el comodín del Ibex
“Pero no puedes negar que hay problemas, Erwin. ¿Cómo puede imponerse el bien si no es igual de fuerte? ¿No está en todas partes lo refinado, lo sabio, en peligro de ser desbordado por lo ordinario? El rubio Hans que arrolla en Thomas Mann al maravilloso Tonio. Primero se pensó que el cristianismo era la religión para los débiles y buenos, y ahora es el socialismo. ¿Y se sabe qué es el bien? ¿Acaso no estamos aquí sentados única y exclusivamente gracias al capitalismo? ¿Aunque sea con mala conciencia?”
“Sí, emborrachándonos de plusvalía. En serio, Lotte, la mayoría de lo que puede decirse está ya en el Eclesiastés. Todo es vanidad. Vanitas, vanitatum vanitas. En moderno se dice: todo es relativo.
Es parte del diálogo que en la página 680 de “Los Effinger, una saga berlinesa” (Libros del Asteroide) sostienen, años veinte del siglo pasado, Erwin Effinger y su prima Lotte Oppner. Son ya la tercera generación de una familia cuyo tronco echó raíces a finales del siglo XIX en la persona de Mathias Effinger, un modesto relojero judío asentado en Kragsheim, Baviera, dos de cuyos hijos, Karl y Paul, emigraron a Berlín en busca de fortuna. Tras matrimoniar con las hermanas Annette y Klarita Oppner, hijas de una familia de banqueros berlineses, ambos recrean en su descendencia una saga industrial (automóviles) y financiera (banca) que asiste en primera fila al devenir de los cambios sociales y políticos desde la Alemania de Bismarck hasta la Alemania nazi que desembocaría en la II Guerra Mundial. Tras pasar desapercibida a su publicación en 1951, “Los Effinger” se convirtió en 2019 en un fenómeno editorial en Alemania como demostración de la capacidad de una élite para acomodarse a los tiempos cambiantes, sobre la base de un estrecho contacto con la realidad y una habilidad suma para adaptarse a las mutaciones del poder político sin someterse jamás a él, guardando siempre el sustrato de independencia que les permitía enlazar de un Gobierno a otro sin solución de continuidad.
Ni Karl ni Paul Effinger, ni sus hijos, ni sus nietos, se habrían arrodillado jamás, como estos años ha hecho la elite industrial y financiera española, ante un piernas como Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Estaba cantado. Lo que le ha ocurrido a Ana Botín y sus colegas banqueros y empresarios se veía venir. A los líderes de la izquierda, a la gente que escala el Everest del poder desde el barro del ensanche le encanta alternar con los ricos y poderosos tan pronto sientan sus posaderas en el trono. Les fascina ser invitados, recibidos con sonrisa galante por el banquero; les seduce pisar las alfombras de la sala del Consejo con el eléctrico, pasear entre los tilos del Distrito C con el telefónico, ser tratados como pares, más que amigos casi iguales, ellos que nunca han tenido dónde caerse muertos. Se les hace el culo pepsicola ante ese sublime incienso que destila imperceptible el mundo del gran dinero. Los ricos lo hacen por interés. Interés y miedo, miedo al sans-culotte que de pronto se encarama al BOE con poder decisorio sobre la tarifa y el destino de esa gran empresa, esa gran fortuna que el abuelo, que el padre, se esforzaron por construir con sangre sudor y lágrimas. Y hay que hacerle el rendibú, dorarle la píldora y estar dispuesto a rebajarse acudiendo a los saraos a los que nos convocan, y aguantar en primera fila discursos fatuos, y el escarnio de los flases, malditas fotos, dispuestos a dejar constancia para la posteridad de esta nuestra demostración de infinita cobardía. Capitulación.
A los líderes de la izquierda, a la gente que escala el Everest del poder desde el barro del ensanche le encanta alternar con los ricos y poderosos tan pronto sientan sus posaderas en el trono. Les fascina ser invitados, recibidos con sonrisa galante por el banquero»
Y a fe que Sánchez, nuestro singular Antonio, ha abusado, con el desparpajo que le caracteriza, de su poder de intimidación ante una elite con bien ganada fama de cobarde y reservona, poco dada a arriesgar porque en el fondo todo le ha sido dado, todo su poder procede de decisiones políticas tramadas en el seno del Consejo, altos ejecutivos que nunca se han jugado su capital porque no lo tienen, y a diferencia del relojero de Kragsheim, el ejemplar Mathias Effinger, a años luz de aquella otra saga de sonoro apellido, los Buddenbrook, la primera gran novela de Mann, no han regado ningún árbol de cuyas ramas haya brotado un gran entramado industrial y/o financiero, no han protagonizado ninguna saga, no han superado guerras y/o revoluciones, no han creado cultura empresarial, no la han mamado… Y sí, Sánchez ha abusado. Durante estos años les ha traído como puta por rastrojo, Madrid arriba, Madrid abajo, la Casa de América, el Reina Sofía, el Ifema, la propia Moncloa, y allí estaban los abajo firmantes con su media sonrisa en rictus, haciéndose perdonar, de rodillas ante el percherón sin más representación real que la que le otorga la banda que le sostiene en la peana, los enemigos del empleo y la gran empresa, el separatismo catalán, los herederos de ETA, y la paleoizqueirda de Unidas Podremos llegar a casa con piscina sin haber dado palo al agua nunca jamás.
Todas eran, un suponer, muy conscientes del riesgo de meterse en la cama con un tipo sin escrúpulos, acostumbrado a mentir como a respirar. Todos sabían del peligro de bailar con lobos. Todos asistían en silencio, desde sus fortines almenados, al escarnio que el bandido propalaba contra el pobre chico que, en la calle Génova, pretendía gallear sin dar nunca el tono, aislado Pablo, perdido Pablo, porque los ricos españoles, el mundo de la banca y la gran empresa, Pablo, están conmigo, Pablito, que ese era el mensaje que Moncloa y sus Redondos expandían urbi et orbi tras los aquelarres ante las cámaras donde Pedro, adicto al teleprompter, extendía ufano sus plumas de pavo real ante el país aterido. Y fue una mujer la que, con singular entusiasmo, se subió al tren de las ideologías basura que el Gobierno de coalición social comunista ha paseado por España estos años. Ana Botín, hija y nieta de banqueros, saga, esta sí, de gente dura, con callo, Emilio Botín-Sanz de Sautuola, Alfonso Escámez, Aguirre Gonzalo, Ángel Galíndez, Pedro Toledo, Asiaín, tipos con sustancia, gente que se fue para no volver, desgracia de paisaje yermo de eso que hace ricas a las naciones: emprendedores ilustrados… Y nadie sabe muy bien por qué, producto de qué, Ana cayó rendida ante la progresía, el feminismo, el cambio climático y demás ismos, en una indisimulada complicidad imposible de comprender, más aún de perdonar, en la presidenta del mayor banco privado de la UE, mujer con especial responsabilidad no solo sobre el dinero de sus accionistas, que va de suyo, sino sobre el presente y futuro de la economía española.
Fue ella la primera en sentir el zarpazo de la fiera. Ocurrió cuando el sátrapa tuvo necesidad de desalojarla de la dirección –por persona interpuesta- del grupo Prisa, convencido el tiranuelo de la necesidad de convertir los restos del imperio Polanco en un apéndice de su poder terrenal, el Pravda de Moncloa, correa de transmisión de la pulsión autoritaria de un bandolero necesitado de una fuerza de choque en los medios. El tipo ha ido mucho más lejos: ha llegado a poner a su antigua entusiasmada en la diana (“si protestan Botín y Galán, vamos en la buena dirección (…) Son los mismos que dijeron que se iba a caer España por la reforma laboral y por subir el SMI”, como ejemplo de esos “poderes ocultos” empeñados en derribar al “Gobierno de la gente”. No sé qué pensará hoy Ana Botín de su recorrido por los pitones de este robaperas, Narciso sin más oficio ni beneficio que su insuperable enfermedad de poder, pero cabe suponer que habrá aprendido la lección. Porque todo se le ha puesto en contra. No a la señora Botín, que vuelve a ganar dinero (su obligación) como en los mejores tiempos, sino al vendedor de peines que nos preside, situado hoy entre la espada y la pared por unas encuestas cuyo signo parece, salvo milagro, imposible de torcer, porque no hay sociedad desarrollada que, en la UE, consienta hoy la presencia en el poder de personajes hechos con el barro de Perones y Erdoganes, dispuestos a poner nuestras libertades en almoneda.
No sé qué pensará hoy Ana Botín de su recorrido por los pitones de este robaperas, Narciso sin más oficio ni beneficio que su insuperable enfermedad de poder, pero cabe suponer que habrá aprendido la lección»
Son las encuestas las que han provocado el último salto en el alambre de este saltimbanqui, de modo que los banqueros y empresarios que tanto me quieren y a quienes tanto debo han pasado de pronto a ser los enemigos de nuestro vocacional Perón. “El dinero tiene mucho poder, pero más lo tiene la mayoría social”. Sánchez y el comodín del Ibex. Los ricos que antes acudían presurosos a la Casa de América, aquellos señorones que le reían las gracias de la Agenda 2030, ¿o era la 2050?, agua con gaseosa del garrafón ideológico de un notable ignorante, se han convertido de repente en los malos de la película, ahora son “los poderes ocultos”, los enemigos del pueblo, los “malos” a perseguir. Porque el personaje, en lugar de protagonizar ese giro al centro que auspiciaban sus exegetas en la segunda parte de la legislatura, se ha hecho fuerte en la extrema izquierda, ha echado raíces en el populismo más agraz, se ha metamorfoseado de Pablo Iglesias, en un intento por revertir las encuestas, en la inicua pretensión de retener el voto de quienes, entre los escombros de la izquierda moderada, huyen de él como del demonio.
Y para castigar a los “ricos”, para señalarles con el dedo como culpables, ha metido un impuesto a los “beneficios extraordinarios” de bancos y empresas energéticas, peras con manzanas, porque si en el caso de las últimas ese impuesto podría tener algún sentido (el desmesurado aumento del precio del gas y del CO2), no lo tiene en el caso de los primeros. Como escribía aquí Carmelo Tajadura esta semana, “no hay beneficios extraordinarios, por mucho que lo repita el Gobierno y sus voceros. Lo que hubo fue falta de beneficios ordinarios durante años por los tipos de interés bajos o negativos. Y ahora caminamos hacia una normalización que tampoco llevará a tipos históricamente altos ni mucho menos”. No hay beneficios extraordinarios, señor Sánchez, y tampoco hubo un rescate a la banca en tiempos de Rajoy. Lo que se rescató fueron las Cajas de Ahorro mangoneadas por políticos de todos los partidos. Usted, que fue consejero de la Asamblea de Caja Madrid entre 2004 y 2009, bajo la presidencia de Miguel Blesa, lo sabe mejor que nadie. Para el nivel de gasto enloquecido de este Gobierno, el impuesto, 3.000 millones en dos ejercicios, es apenas el chocolate del loro. Con los 22.000 que el Tesoro lleva recaudados de más en lo que va de año gracias a la inflación, Sánchez y sus mariachis tienen dinero “pa asar una vaca”, que decía la madre del socialista Juan Lanzas, y subvencionar a todo tipo de colectivos.
Pero se trata de “joder”, de señalar a los banqueros como los enemigos de esa pretendida igualdad, esa supuesta “preocupación de la izquierda por la pobreza, puesta en evidencia por su absoluta falta de interés sobre la forma de crear riqueza”, en palabras de Thomas Sowell. Una iniciativa inicua, asentada en los principios filosóficos del “exprópiese” chavista; una doble imposición que hace añicos, una vez más, la seguridad jurídica, que retraerá la inversión extranjera y, quizá más grave, endurecerá aún más la política monetaria puesta en marcha por un BCE obligado a controlar la inflación subiendo el precio del dinero. En efecto, como es fácil imaginar, la banca tratará de repercutir de una u otra forma ese impuesto en su clientela encareciendo los préstamos y, en definitiva, cercenando el crecimiento.
Se lo han ganado a pulso. Se lo tienen merecido. Banqueros y empresarios son responsables de lo que les está ocurriendo. “Aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad” que dijo Benjamin Franklin»
Se lo han ganado a pulso. Se lo tienen merecido. Banqueros y empresarios son responsables de lo que les está ocurriendo. “Aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad” que dijo Benjamin Franklin. Esta misma semana hemos asistido en la calle Sauceda, Las Tablas, sede del BBVA, al espectáculo insólito de un Carlos Torres, presidente de la entidad, recibiendo desmelenado a Pedro Sánchez, corbata fuera, como Sánchez, pin Agenda 2030 en la solapa, como Sánchez, totalmente mimetizado con Sánchez, riendo sin rubor las gracias de Sánchez, y Sánchez abanicando su desenfado con la risa floja de quien sabe que cualquier tropelía le será consentida por una clase que, además de demostrar su extrema debilidad (Turquía y la espada de Villarejo), es muy capaz de decir que llueve cuando le están meando encima. Eso ocurría casi el mismo día en que Alejandra Kindelán (AEB) y José María Méndez (CECA), llamaban a la puerta de VOX para pedir árnica, para animar al partido de Abascal a plantear recurso de inconstitucionalidad ante el TC por el “impuestazo”. Tuvieron la respuesta que cabía esperar: verdes las han segado.
Y Botín escondida, y Pallete construyendo arbotantes capaces de soportar las tensiones futuras tras años de compadreo con el inquilino de Moncloa, y Galán haciendo lo que le sale del nardo, que para eso es el amo del “prao”, que básicamente consiste en invertir fuera el dinero de Iberdrola, y los Entrecanales callados cual muertos, callados y muy asustados, y los Del Pino escandalizados, decididos a salir fuera cada día más… La responsabilidad de nuestras elites económico-financieras en el deterioro de la situación española es innegable. Parapetados en esa abominable hojarasca retórica titulada “responsabilidad social corporativa” o nada con gaseosa, han olvidado lo fundamental en cualquier elite creadora de riqueza y empleo: que su obligación es mirar al futuro, otear caminos, advertir de errores, denunciar abusos, actuar de faro. Amonestar sobre los riesgos de una deuda pública insoportable. Trabajar para lograr un crecimiento sostenible, capaz de traducirse en un país más rico y más justo, más vivible, más democrático. Hablar alto y claro. Todo menos consentir y mimetizarse con el paisaje. Lo cual pasa por dejar de reírle las gracias al gaznápiro que nos gobierna.
Los errores se pagan, a veces incluso con la vida. Un anciano de 81 años, Paul Effinger, escribió una carta a sus hijos un día del año 1942: “me devora el arrepentimiento de no haber hecho caso a vuestra querida madre, mi querida Klarita, que como todas las mujeres siempre quiso marcharse. Ahora la he arrastrado a una desgracia inimaginable. Me sentía enfermo y no quería ser una carga para nadie. He creído en la bondad del ser humano. Ha sido el más profundo error de mi errada vida. Ahora los dos tenemos que pagarlo con la muerte. Ojalá que vosotros veáis tiempos mejores. Ojalá mi predilecto, Emmanuel, crezca para alegría de la humanidad”. La carta de Paul Effinger llegó a manos de sus hijos en abril de 1946, entre las ruinas de Berlín.