Javier Zarzalejos-El Correo

  • El presidente volvió a hacer suyo el éxito de Bildu, la resistencia, a la baja, del PNV y el escaño comunista de Sumar, además de los propios del PSE

Mientras se disponía a meditar sobre su futuro, Sánchez lo volvía a hacer. Meses después de anunciar aquel «somos más» que anticipaba la mayoría de la investidura, el presidente del Gobierno alardeó ante Alberto Núñez Feijoó de ‘su’ victoria -la de Sánchez- en las elecciones vascas «por 9 a 1». Sánchez vuelve a hacer suyo el éxito de Bildu, la resistencia a la baja del PNV y el escaño comunista de Sumar, además de los propios del PSE. «Bildu fue parte activa de tanto dolor que sufrió este país y no puede salirle gratis», declaraba Eneko Andueza a este periódico el pasado día 16. Pues sí, de hecho le ha salido gratis y con honores gracias al Partido Socialista. Bildu, le guste o no a Andueza, ya es parte de la familia progresista. Quién lo iba a decir, que una fuerza que fue «parte activa de tanto dolor sufrido por este país», «incompatible con la democracia», según el rapto de decencia de la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, haya quedado unida en su éxito a los socialistas: 9 a 1.

Y eso que la campaña venía plácida; de gabarra y celebración. Tanto que la pregunta retórica -y amnésica- de Pradales dirigida a Bildu (¿dónde estaban cuando se mataba en Euskadi?) quedó sin respuesta y el silencio sobre lo que representaba Bildu se extendía sorpresivamente. Columnistas de Madrid, tras un curso acelerado en asuntos vascos, nos ilustraban sobre lo diferentes que se ven las cosas aquí, lo que traducido venía a decir que mejor no hablar de Bildu y de la relación genética de esta con el terrorismo porque se había convertido en un secreto de familia, de esos que es mejor no tocar.

Inopinadamente, los socialistas desempolvaron lo que antes había sido su traje democrático y cívico y ahora era simplemente un disfraz para reprochar a Bildu que no hubiera condenado el terrorismo de ETA. El elefante en la habitación se hacía presente, aunque fuera en una muestra de doblez moral que pone en evidencia la insoportable levedad ética alcanzada por el socialismo. Por poco tiempo. Los escrúpulos socialistas quedaron rápidamente disueltos en la misma noche electoral.

Al día siguiente la portavoz de la ejecutiva del PSOE, también de Burgos, volvía a recalcar la naturaleza legal y democrática de Bildu y lanzaba contra el PP uno de los argumentos favoritos del nacionalismo, tan repetido en los tiempos de la ilegalización de Batasuna: ¿acaso creen ustedes que 350.000 votantes de Bildu son etarras? La disciplina argumental de los socialistas para seguir limpiando la cara a Bildu alcanzó su momento cumbre en la sesión de control del Congreso, con Sánchez subiéndose al podio del independentismo para elevar su pretendido triunfo a cotas estratosféricas frente al PP: 9 a 1.

En cuestión de horas, el elefante volvía a la habitación. Es más, se hacía invisible, que ya es difícil. ETA, ¿qué es eso? Un ciclo. Los columnistas de Madrid, profundizando en su descubierta condición de vascólogos, se reivindicaban al insistir en que aquí hay otra sensibilidad, es decir ninguna, porque nos parece un gran logro que una fuerza que legitima la violencia terrorista -«un ciclo»- empate en escaños con el PNV. Unos resultados que son el producto de la conciencia olvidada y de la expulsión de decenas de miles de vascos no nacionalistas que hace tiempo dejaron de ser ciudadanos en su tierra.

Vuelve a ser políticamente disfuncional hablar de ETA, de lo que supuso, de quiénes la apoyaron y seguirían apoyándola si no fuera porque la ilegalización de Batasuna convirtió el final de la violencia terrorista en una condición existencial, de supervivencia, para su brazo político.

En enero de 2020, Joseba Arregi advertía: «Lo malo de este desarrollo que estamos viviendo con nuestros propios ojos es que ambos, la sociedad vasca con su conciencia anestesiada y las instituciones vascas con su creencia de que todo es posible después de la historia de terror de ETA (…), van caminando en la conciencia de ser la punta de lanza de la democracia mundial, el colmo de la tolerancia y del progresismo y la satisfacción de encontrarse en el lado correcto de la historia, de la verdad y de la moral». Antes el propio Arregi sostenía que «el futuro político de la sociedad vasca no se puede edificar sobre las líneas maestras del proyecto que exigió y legitimó todos los asesinatos de ETA».

Esta es una exigencia moral cada vez más lejana. Inmediatamente después de abiertas las urnas, ya vimos cómo las preocupaciones sociales de Bildu dejaron paso a la celebración de su resultado al grito de «independentzia!».