Kepa Aulestia-El Correo

La campaña de las elecciones al Parlamento catalán viene a recordar que la política en aquella comunidad interactúa de manera crítica con una sociedad especialmente plural y diversa, con la estabilidad institucional y la gobernabilidad del Estado constitucional, y con la modulación del autogobierno en Euskadi. El ‘procés’ eclosionó a partir de 2012 porque la Generalitat presidida por Artur Mas confirió a la ‘vía catalana’ un marchamo institucional que hacía verosímil el logro de una república propia. Y porque la vivencia autonómica contribuía a que una parte notable de la sociedad catalana, que en algunas localidades y comarcas parecía ser su totalidad, permitía imaginar que Cataluña era ya de facto independiente. La fragmentación del arco partidario que concurre a los comicios del 12 de mayo proyecta la sensación de que el secesionismo continúa representando trasversalmente al conjunto de la comunidad. De modo que para los ciudadanos más entusiastas del soberanismo «España se cuela» en Cataluña –en palabras de Carles Puigdemont– por puro oportunismo electoral.

El retiro de Pedro Sánchez para reflexionar sobre su futuro parecería solapar la liza electoral autonómica. Pero, sea cual sea la decisión que el presidente adopte, acabará no sólo destacando las reivindicaciones que Junts, ERC y de las otras cuatro candidaturas independentistas han presentado a la campaña, sino que se sumarán otras nuevas en cualquiera de las circunstancias que se den a partir de pasado mañana. Continuidad, sin más, de Sánchez agradeciendo los apoyos que reciba en torno al Comité Federal de hoy en Ferraz. Dimisión y anuncio en medio de la campaña catalana que otra u otro socialista se postula para ser investido presidente. O una cuestión de confianza que pretendiera revalidar la investidura anterior.

Durante el ‘procés’, tanto el nacionalismo gobernante en Euskadi como la izquierda abertzale se mantuvieron a distancia de la efervescencia secesionista en Cataluña. Con la excepción de algunos gestos de simpatía, en ningún momento pensaron en ponerse a rueda de la Generalitat. Destacando las infructuosas gestiones que el lehendakari Urkullu hizo ante el presidente Puigdemont. Casi siete años después el independentismo con posibilidades de gobernar Cataluña trata de emular la singularidad de Concierto y Cupo. Puigdemont busca cancelar la deuda con el Estado. Sin que el autogobierno vasco tenga motivos para esperar que las concesiones que un ejecutivo central –con o sin Sánchez– pudiera ofrecer a ERC y a Junts le brinden nada sustancioso. Ni el «acuerdo de claridad» al que Pere Aragonés se aferra como a un imposible ofrecería un peldaño más de soberanía a Euskadi.

El ‘pedronoterindas’, que atiende al gesto plebiscitario de Sánchez, no irá más allá del lunes. Si acaso dejará un rastro de cuestionamiento general de la judicatura española, muy del gusto del independentismo catalán. Si acaso terminará con el actual presidente ocupando un cargo en la Unión Europea. Lo que Puigdemont correrá a comparar con su huida a Waterloo. Como ayer el ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, comparó ayer el bombardeo de Gernika con la situación que hoy atraviesan su presidente y España a causa de los ultras.