Alfonso J. Ussía-ABC
- Los españoles vamos olvidando lo bien que ETA trataba a la gente
Vosotros no lo recordaréis, pero Fiti seguro que sí se acuerda. Dudaban si poner junto al amonal una carga de tornillos, tuercas y elementos que fueran lo suficientemente dañinos para que al estallar la bomba destrozara los cuerpos que estuviesen más cerca. En el caso de Hipercor quisieron ir más allá y probar también las escamas de jabón que, al derretirse, les dejaría la piel abrasada con la dificultad añadida de tener el cuerpo deshecho. Lo de estallar un centro comercial un viernes por la tarde a las puertas del verano era un acto de valentía, todo un reto y una acción por los derechos sociales que tanto dictan los portavoces de esta España desmemoriada. Pero seguro que sí se acuerdan de Fiti los padres de Susana Cabrerizo, de trece años, su hermana Sonia, de quince años, los de Silvia Vicente, de trece años, y su hermano Jordi, de nueve años. En Hipercor murieron en total veintiuna personas. Y Fiti era el jefe del aparato logístico de ETA. Es muy probable que de esas valientes hazañas no se acuerde la mayoría de la gente, la que vive pegada a Instagram y al nuevo modelo de iPhone que te hace unas fotos muy chulas. Pero seguro que se acuerdan los familiares de Silvia Pino Fernández, de siete años de edad, los de Silvia Ballarín Gay, de seis años, los de Rocío Capilla Franco, de doce años, los de las gemelas Miriam y Esther Barrera Alcaraz, de tres años, o los de Ángel Alcaraz Martos, de diecisiete años de edad, cuando Henri Parot activó las anillas de los 400 kilos de amonal que hicieron saltar por los aires la casa-cuartel de Zaragoza, matando a once personas en total. Fíjense qué cosas tiene la vida o, mejor dicho, la muerte, que los españoles vamos olvidando lo bien que ETA trataba a la gente. Por eso es muy probable que no se acuerden de quién era Fiti. Pero seguro que sí se acuerdan los padres de María Rosas Muñoz, de catorce años, los de Francisco Díaz Sánchez, de diecisiete años, los de Vanesa Ruiz Lara, de once años, los de Ana Cristina Porras López, de diez años, y los de María Quesada Araque, de ocho años de edad. En ese atentado perpetrado en la casa-cuartel de Vic, en Barcelona, murieron diez personas, de las cuales cinco eran niños. España llevaba ya más de una década en democracia, pero Fiti, Txelis y Pakito, el colectivo Artapalo, eran responsables de los aparatos militar, político y logístico de la organización terrorista. Los que decidieron llenar España de sangre de niños inocentes. Los hijos de quienes no olvidarán nunca los nombres de sus asesinos.
Esta semana el bueno de ‘Fiti’, Joseba Arregi Erostarbe, ha salido de la cárcel. También el Gobierno de Sánchez ha tenido la oportunidad de pactar con Bildu, herederos políticos de los asesinos, cosas tan importantes como la Ley de Seguridad Ciudadana. Uno se queda mucho más tranquilo sabiendo que Bildu decide aspectos que afectan a la seguridad de los españoles. Quizá no recuerden quién era Fiti. Pero seguro que los padres de la veintena de niños asesinados por ETA sí. Memoria democrática en estado puro.