Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

La industria siderúrgica europea pide un plan urgente a las autoridades comunitarias para sortear el «riesgo de colapso». La advertencia es clara y el peligro evidente. Europa se encuentra sometida a grandes problemas, cuya solución exige la adopción de medidas drásticas y urgentes. Los pocos que quedamos ya en defensa de la libertad de los mercados tenemos que justificar bien la intervención de los poderes públicos para corregir la competencia. Si hay alguien que produce lo mismo que nosotros, en las mismas condiciones, obtiene las mismas calidades y lo ofrece a mejores precios… debemos ir pensando en cambiar de sector y buscar nuevas oportunidades. Es lo que se llama la destrucción creativa de tan desagradables pero inevitables consecuencias. Otra cosa es cuando los problemas de índole económica, es decir competitiva, adquieren el tamaño suficiente y dejan de ser problemas económicos para convertirse en sociales. Entonces, los poderes públicos acostumbran a actuar para paliarlos, rara vez logran solucionarlos y lo hacen movidos por la presión y la urgencia social. ¿Se acuerdan de los problemas de la siderurgia española, de la minería del carbón, de los astilleros o de los bienes de equipo? ¿Qué queda hoy de aquella actividad?

Pero esto de la Europa de hoy tiene matices que lo hacen diferente. Es evidente que la estructura de costes no se forma de la misma manera. El control de las ayudas de Estado no se realiza ni se reprimen sus abusos de la misma forma en todos los lugares. Y las exigencias legislativas en materia laboral, medioambiental o de salud y seguridad no son las mismas. Si esto es así, que lo es, no tenemos por qué aceptar que los productos fabricados con esas ‘peculiaridades’ atraviesen nuestras fronteras con esas facilidades. La libertad de mercados ha demostrado a lo largo de la historia su eficacia para el desarrollo de los pueblos, pero la libertad requiere como premisa una igualdad de condiciones que aquí no se da. No se puede obligar a las empresas europeas a luchar en mercados abiertos con cargas que otros no soportan y con legislaciones restrictivas que a otros no restringen. Es una temeridad que se agrava con el hecho de que nuestras fronteras se abren para el consumo de productos que aquí no se podrían fabricar por no cumplir las leyes. ¿Es eso lógico?

Si no termina de convencerse lea, aunque sea un resumen, los informes Letta y Draghi y comprenderá la situación competitiva europea y los riesgos de su actual deriva. Hoy es el sector siderúrgico el que se queja, pero ayer fue el sector del automóvil y mañana será el químico. Hay quien asegura que la contaminación mata. Seguro que es verdad. Como lo es el hecho de que el paro y el hambre matan también y más rápido. ¿Exagerado? Espero que sí…