Gorka Maneiro-Vozpópuli
- Los silencios cómplices de Évole y el infantilismo político del entrevistado
La entrevista de Jordi Évole a Gabriel Rufián del domingo pasado, que continuará amenaza con una nueva entrega más adelante, terminó convirtiéndose en un retrato de nuestro tiempo: por un lado, los silencios cómplices del primero, extraño en quien quiere ejercer de periodista aunque efectivamente no lo sea; por otro lado, el infantilismo político del segundo, tan habitual en el mundo político de nuestros días. Con lo que podría habérsele rebatido y resulta que el periodista incluso le pidió disculpas. Pero lo primero exigiría no ya arrojo sino, sobre todo, ciertos conocimientos políticos y democráticos, incluso independientemente de las ideas que uno tenga. Más allá de las anécdotas, la entrevista fue una oportunidad perdida e incluso algo mucho peor que ello: una especie de blanqueamiento de las ideas reaccionarias del independentismo, esas que deberían preocupar a todo demócrata, sea este de derechas o de izquierdas.
Rufián tiene una particular visión del proceso independentista y lo resume en la dicotomía según la cual unos «pusieron las urnas» y otros «dieron los palos», como si promover la violencia callejera y el apaleamiento de policías o subvertir el orden constitucional fuera democrático y pudiera salir impune. Évole pudo haberle preguntado lo que era imposible que le preguntara: Pero Rufián, ¿de verdad pensabas que el Estado iba a permanecer de brazos cruzados ante la vulneración flagrante de la legalidad vigente para declarar por las bravas la independencia de una parte de su territorio y la extranjerización de millones de ciudadanos españoles residentes en Cataluña?
Para él, lo progresista fue indultar y amnistiar a los responsables de semejante atropello democrático incluso aunque no se arrepintieran y prometieran repetirlo de nuevo, esos a quienes él considera ciudadanos ejemplares y referentes democráticos
Rufián resume las consecuencias que tuvo el golpe constitucional para algunos de sus compañeros más ufanos, incluidos los más cobardes: algunos marcharon al «exilio» y otros pasaron por el «talego», nos explica casi entre lágrimas. Pero Évole podría haberle recordado que todos ellos tenían pleno conocimiento de las consecuencias de sus actos: si incurres en graves delitos como desobediencia a la autoridad, malversación de caudales públicos o sedición, lo normal es que acabes en la cárcel porque hiciste méritos para ello, salvo que defiendas la justicia estamental según la cual los poderosos son intocables y pueden incumplir las leyes. Pero Rufián no entiende estas cosas tan sencillas o hace como que no las entiende, y como nadie se lo recordó, seguirá creyendo que son cosas de la extrema derecha, aunque estén vigentes en todos los países democráticos del mundo. Para él, lo progresista fue indultar y amnistiar a los responsables de semejante atropello democrático incluso aunque no se arrepintieran y prometieran repetirlo de nuevo, esos a quienes él considera ciudadanos ejemplares y referentes democráticos. Me imaginé recordándole que esa suma de nacionalistas exaltados y tecnócratas que buscan beneficios económicos es lo que ha provocado las peores guerras a lo largo de la historia. Pero no estaba yo allí ni para preguntarle ni para rebatirle, sino Évole, «uno de los míos» según Rufián.
Porque, Rufián, ¿qué tiene de progresista (de izquierdas, si lo prefieres) levantar un muro para separar a unos ciudadanos españoles de otros ciudadanos españoles? Pero Rufián, ¿qué sentido tiene independizarse de un Estado y, en consecuencia, salir de la Unión Europea, para, a continuación, pretender ingresar nuevamente en la Unión Europea, que aboga por la supresión de las fronteras interiores y la ciudadanía europea? Évole, es mucho pedir, podría haberle recordado que el fraccionamiento de un país en trozos más pequeños o la independencia de una parte de España no es un imposible político (aun siendo inconveniente, improcedente y reaccionario, desde luego) pero que para que pueda llevarse a efecto debe modificarse la legalidad vigente y, en concreto, la Constitución Española; y debe hacerse a través de los procedimientos establecidos, para lo cual se requieren votos (¡votos, Rufián!) y determinadas mayorías. Así funciona la democracia, Rufián, se le podría haber recordado, en lugar de reírle las gracias.
El cuponazo cartalán
Rufián, que se sincera y reconoce los errores más pequeños pero sigue incurriendo en los más graves, criticó el eslogan «Espanya ens roba» que pusieron en marcha los suyos para obtener réditos económicos a costa del resto; sin embargo, lo sigue defendiendo por la vía de los hechos: ¿qué otra cosa es el llamado cuponazo catalán sino un instrumento para privilegiar a Cataluña a costa del resto? Pero, Rufián, ¿qué tiene de progresista la concesión y el disfrute de un concierto económico para acabar con la redistribución y triturar la igualdad entre ciudadanos? Pero, Rufián, ¿qué tiene de progresista que los que tienen más no solo no aporten a la financiación de los que tienen menos sino que sean los que menos tienen los que financien a los que tienen más? Pero Rufián, por entrar en la última infamia, ¿qué tiene de progresista redistribuir la deuda de Cataluña entre el resto de ciudadanos españoles, que es eso y no otra cosa la supuesta y falsa condonación de la deuda?
Además, Rufián volvió a mostrar sus simpatías por Bildu, ya demostradas en su práctica política, para mantener la coalición progresista más reaccionaria de la historia. Y yo, ingenuo, le habría preguntado: pero Rufián, ¿qué tiene de progresista confraternizar y colaborar con Bildu, herederos políticos de ETA, banda terrorista que asesinó a casi 900 personas, a más de 50 sólo en la provincia de Barcelona?
Estudiar en español en España
La discriminación lingüística es un tema tabú pero conviene recordarla, no vayan a pensar que todos somos Jordi Évole. Pero Rufián, le habría dicho, ¿qué tiene de progresista impedir que quien quiera estudiar en español pueda hacerlo en cualquier parte de España, incluso en Cataluña, no solo para garantizar la libertad de elección reconocida en la Constitución sino para impedir que sean precisamente los ciudadanos más desfavorecidos los que se vean perjudicados por el infame modelo lingüístico que defiendes?
Rufián da lecciones a Junts (como si fuera mejor que ellos) e incluso se las da a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España. Rufián dice que suele decirle: «Sé valiente, Pedro», como si se encontrara sitiado por tropas internacionales prestas a invadir su país y detenerlo, como si Pedro Sánchez se moviera por ideas o por principios; como si no tuviera otro propósito que permanecer en la Moncloa al precio que sea; y como si él no pretendiera chantajearlo para obtener más ventajas políticas y beneficios económicos.
Rufián pidió disculpas y se mostró arrepentido de algunos de sus comportamientos pasados: por ejemplo, de haber fomentado el odio y repartido carnets de pureza. Pero Rufián, ¿cómo vas a arrepentirse si el nacionalismo es justo eso?