Ion Ansa-El Correo

Un experimentado político vasco me respondió, al preguntarle cómo veía el ambiente, que «muy tranquilo». Lo hacía desde la perspectiva de quien ha caminado más de cuatro décadas de kilómetros políticos por nuestro pequeño país. A la vez, en este diario, Olatz Barriuso detectaba, acertadamente, un aumento de las tensiones entre PNV y EH Bildu en torno a relatos varios. Está dinámica de estabilidad y tensión marcará el curso político en la CAV, al que miraremos con estos focos:

Uno: sistema de partidos vasco. PNV y EH Bildu han hecho un esfuerzo considerable para converger en el centro en temas como el estatus, el euskera o aspectos básicos del Estado de bienestar. Ahora, están en fase de definición de los ejes en los que se van a confrontar. Dicho de otro modo, deben ponerse de acuerdo en lo que no van a estar de acuerdo, siendo las incógnitas ideológicas que el PNV debe despejar (en inmigración, en intervencionismo económico etc.) las que puedan alterar el sólido suelo de un sistema de relaciones interpartidistas que no cambiará a medio plazo. EH Bildu actuará como polo alternativo (y sereno) al de la continuidad y el PSE seguirá disfrutando de una fortaleza posicional de la que no estoy seguro si es del todo consciente.

Dos: el factor Sánchez. Desde que el presidente del Gobierno se lanzó a la aventura unilateral de una moción de censura irrechazable por quienes se sumaron, la política vasca y la madrileña están entrelazadas por una maraña de necesidades mutuas, apoyos cruzados y llaves que abren y cierran puertas a gobernanzas en todos los niveles: locales, autonómicos, estatales… El complejo sistema de alianzas construido «para que no gobierne la ultraderecha» puede resultar impotente si, al final, efectivamente, ésta termina gobernando.

Una potencial «polarización invertida» española (La derecha gobernando, la izquierda liándola desde la oposición) derivaría en un cambio de papeles de todos los actores. El PNV podría verse en una endiablada situación de «malo para el país, bueno para el partido». EH Bildu correría el riesgo de quedar atrapada en una espiral polarizadora (facilitando la conquista del centro al partido de Aitor Esteban) y el PSE tendría las manos más libres para maniobrar, aunque sin incentivos claros para ello.

Tres: «los humores sociales». En un contexto de pesimismo vital generalizado, asistimos a un giro hacia preocupaciones materialistas como la vivienda o la seguridad que abre oportunidades a derecha e izquierda. El combate político estará condicionado por una hipermovilización de emociones en redes y en calles, que no solo contrasta con el centrismo del sistema político, sino que lo desafía, tanto desde frentes reaccionarios como desde el lado opuesto.

Combinando estas claves (sistema estable de partidos vasco, incierta dimensión estatal y pesimista humor social), tendremos la ocasión de comprobar si todo pasado fue peor o si, al contrario, las semillas de la polarización crecen bajo una superficie que se esfuerza en aparentar estabilidad.