Ignacio Camacho-ABC

  • Todo en orden: la legislatura y el Gobierno al borde del colapso y el presidente roneando de liderazgo planetario

Dos minutos y medio tuvo Sánchez para pedir en Naciones Unidas el fin del ‘genocidio’ en Gaza. El mundo en vilo ante su palabra. Un momento estelar de la Humanidad opacado en seguida por los presidentes de Estados Unidos y Francia, gobernantes de naciones con algo más de peso geopolítico que España. También hablaron, entre otros muchos, los representantes de Turquía, Jordania, Mónaco –ese Estado-casino–, Senegal o Australia. Pedro apeló al juicio de la Historia, que según comprobó Màxim Huerta constituye su preocupación prioritaria, y luego, como en el estrambote cervantino, fuese y no hubo nada. Ya se había ocupado de que el Consejo de Ministros impusiera a Israel, más o menos a la misma hora, el embargo de armas, con una cláusula de excepción «por interés nacional» para cubrirse las espaldas. Y por supuesto de que el aparato oficial de propaganda, con la televisión de cabecera al frente, difundiese a todo trapo la doble buena nueva recién anunciada.

La víspera del breve discurso más relevante en lo que llevamos de siglo, su autor había soltado una charla bastante más larga en la Universidad de Columbia, selecto templo del conocimiento humanístico, económico y científico y en los últimos tiempos pionero del movimiento académico propalestino. Para un doctor que plagió su tesis es todo un logro, la demostración práctica de ese principio tan americano de que cualquiera puede llegar a cualquier sitio a base de esforzarse en el camino. La presencia de Sánchez bajo la cúpula azul del Low Memorial certifica que el poder de la ambición (y la ambición de poder) sabe encontrar atajos cuando el recorrido se empina por falta de currículum. Si su mujer dirigió una cátedra sin disponer de título cómo no iba él a dictar una lección en un campus cuyo prestigio puede medirse por el centenar de Premios Nobel forjados bajo su cobijo. A ver si no ha empezado allí un proyecto para postularse él mismo.

Mientras tanto, en este pequeño país del suroeste de Europa sucedían algunos acontecimientos antipáticos. Una Audiencia provincial de un territorio olvidado hasta por el transporte ferroviario abría juicio por prevaricación y tráfico de influencias al hermano del orador de la ONU, aludiendo de pasada al posible ascendiente de la relación familiar en el caso. En el Tribunal Supremo se filtraba la intención de proceder de inmediato a sentar al exministro Ábalos en el banquillo de acusados, por corrupción en la compra de mascarillas mientras el país entero estaba bajo confinamiento domiciliario. Y a última hora de la tarde el Congreso rechazaba un nuevo pago –la cesión de competencias sobre inmigración a Cataluña– del rescate a plazos que Puigdemont exige para sostener una legislatura al borde del colapso. Todo en orden, todo controlado: el Gobierno de fracaso en fracaso, de escándalo en escándalo, y su jefe por ahí fuera roneando de liderazgo.