Alison Posey-El Correo
Doctora en Filología Hispánica y profesora universitaria en Estados Unidos
- Trump clama por la aniquilación de sus adversarios pero la solución a la violencia política no es la profunda división que el presidente siembra
En una entrevista de 2017, el cineasta vasco Borja Cobeaga criticó a los que aman «demasiado una bandera y odia(n) tanto la de enfrente que no puede(n) ni tocarla». Según Cobeaga, la división política que censuraba en sus comedias extravagantes no se restringía al entorno vasco: «Es un problema global». En Estados Unidos, las palabras de Cobeaga resultan proféticas. En las últimas décadas, la creciente crispación e intolerancia nacional, más el acceso libre a las armas de fuego, han llevado al país al umbral de sus propios ‘años de plomo’.
Como es bien sabido en el País Vasco, el ‘plomo’ de esta pésima designación hace referencia al material principal de las balas. El asesinato del joven activista ultraderechista Charlie Kirk es el más reciente de muchos crímenes políticos que sacudieron el país en los últimos años. El 14 de junio pasado, la legisladora estatal demócrata Melissa Hortman y su marido, Mark, fueron asesinados en el umbral de su casa en Minnesota; aquella misma noche, el asesino dejó gravemente heridos a otro legislador demócrata minnesotense, John Hoffman; y su mujer, Yvette. El mismo Donald Trump fue blanco de dos intentos de asesinato fallidos en 2024.
En 2017, el político republicano de Luisiana Steve Scalise y tres personas más fueron tiroteados mientras entrenaban para un partido de béisbol benéfico en la capital federal. El tiroteo de Tucson, Arizona, de 2011 dejó a la representante demócrata estatal Gabrielle Giffords en coma; aunque sobrevivió a duras penas, murieron otras seis personas, entre ellas el juez federal John McCarthy Roll y Christina Taylor Green, una niña de nueve años.
La gran cantidad de casos posibles dificulta elaborar una lista completa de las víctimas de la violencia política estadounidense. ¿Cómo se puede categorizar el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 en el que murieron cinco personas sino como una matanza? Por otro lado, cuatro de los policías que acudieron a la sede legislativa aquel día fatídico se suicidaron después de los hechos. ¿Deberían incluirse en la lista de víctimas?
Y ¿qué se debe hacer con los atentados que no dejan muertos? El lanzamiento de una bomba incendiaria a la residencia oficial del gobernador de Pensilvania el pasado mes de abril, ¿se incluye en la lista? ¿Cómo se categoriza el atentado de agosto en el que un agresor disparó unas 500 balas a la sede del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC)? ¿Dónde termina el terrorismo político y dónde empieza simplemente el terror?
La reacción de los líderes políticos a cada una de estas crisis ha sido reveladora. En respuesta al tiroteo de la iglesia de Charleston en 2015 -en el que murieron nueve feligreses estadounidenses-, el entonces presidente Obama empezó a cantar, de forma imprevista, el himno cristiano ‘Amazing Grace’ mientras pronunciaba el discurso fúnebre de Clementa C. Pinckney, senador y una de las víctimas. Joe Biden condenó rotundamente los atentados contra su rival Trump. Sin embargo, el actual presidente nunca ha sido de los que siguen las pautas de otros, por muy unificadoras que puedan ser.
En lugar de intentar cerrar la brecha entre la izquierda y la derecha, Trump hizo lo que mejor sabe hacer y organizó -cómo no- un enorme espectáculo partidista. Se estima que alrededor de 73.000 personas acudieron el domingo 21 al funeral por el activista asesinado que se celebró en un estadio de fútbol americano de Arizona. Algunos de los asistentes interpretaron una multitud tan grande como prueba irrefutable de que «el 90% de la población de Estados Unidos es MAGA», refiriéndose al lema trumpista «Make America Great Again» (Hacer otra vez grande a EE UU). Si tal fuera el caso, ¿no sería un país mucho más unido? ¿O, por lo menos, no tan violento?
Está claro que la violencia política deja más preguntas que respuestas. Pero, a diferencia de Trump, que clama por la aniquilación de sus enemigos políticos, es evidente que la solución a la violencia no se encuentra en el feroz odio y la profunda división que el presidente tanto se empeña en sembrar. El país necesita lo contrario. Al final, la unión es lo único que puede salvarnos.