Ignacio Camacho-ABC
- En el Senado no hubo nadie que entendiera la esencia mutante de un político capaz de dislocarse en varias personalidades
Hubo el jueves en el Senado un momento surrealista cuando el portavoz de Junts –llamado, cómo no, Pujol– preguntó a Pedro Sánchez si pondría la mano en el fuego por Pedro Sánchez. El interpelado se quedó perplejo y dijo que la pregunta se respondía por sí sola, pero por un instante sobrevoló la sala la posibilidad de que se refiriese a sí mismo como «esa persona de la que usted me habla» o simplemente negara conocer a ningún Pedro Sánchez. Quizás el senador separatista había dado sin pretenderlo con la clave del personaje, que consiste en su asombrosa capacidad de desdoblarse. De ser con la mayor naturalidad el hombre que prometía no pactar con Bildu jamás de los jamases y el que pone a los presos etarras en la calle; el que apoyó el 155 y el que se alió con los golpistas, amnistía mediante; el que llegó al poder para acabar con la corrupción y el que tiene imputados en los tribunales a sus colaboradores de confianza y a sus propios familiares.
Pujol lo calificó de escapista, un adjetivo luego repetido en los comentarios de los medios. Pero lo que ocurrió en la comisión parlamentaria es que ni él ni el resto de los interrogadores se dirigieron al sujeto correcto. Unos, los nacionalistas por ejemplo, creían estar ante el presidente del Gobierno que les aseguró la cooficialidad del catalán en el ámbito institucional europeo; otros, ante el custodio de las cláusulas secretas del acuerdo que tiempo atrás suscribieron con Zapatero; unos terceros, ante el líder de un partido bajo sospecha de disponer de una caja de dinero negro. Nadie entendió la esencia mutante de un político con la rara aptitud de dislocarse en distintas personalidades al mismo tiempo y defender sin complejo alguno un criterio y su opuesto. De hecho, no hay modo de saber cuál de los múltiples Pedros contestaba a cada uno de ellos; tal vez la hipótesis más plausible consistiese en que ninguno fuera el verdadero.
Porque la palabra verdad, asociada a Sánchez, constituye un oxímoron, o más bien se vuelve un significante vacío. Al punto de que en la comparecencia tuvo cuidado exquisito de no mentir, no tanto por no incurrir en falso testimonio como para no exponer el lado más real de sí mismo. Se blindó en expresiones evasivas –«no me consta», «no recuerdo»– con el objetivo de eludir el único perfil preciso sobre el que los adversarios pueden concentrar el tiro: el de un dirigente que sólo es sincero cuando adopta rasgos ficticios. No tenía más remedio que seguir fingiendo, en este caso un talante brumoso, olvidadizo, una nueva máscara, otro disfraz que añadir a su versátil estilismo. Cualquier cosa menos quedarse al descubierto en un contexto crítico, un escenario lleno de furia y de ruido. El pasado ya no existe, el presente es ambiguo y el futuro no está escrito. Así, cuando acabe su aventura podrá decir, como Borges, aquello de «yo, que tantos hombres he sido».