Preparémonos para unas elecciones polarizadas entre las dos opciones políticas que mejor representan los modelos que ayer se presentaron al electorado. Éste no podrá eludir su responsabilidad escudándose en la ambigüedad de los políticos o el consabido ‘todos son iguales’. Nunca como en esta ocasión se le ha puesto tan claramente ante los ojos, y durante tanto tiempo, de qué va realmente el asunto.
No habían pasado cuarenta y ocho horas desde que el PNV centrara, con el apoyo prestado en el Congreso a los Presupuestos Generales del Estado, su mensaje de partido pactista y responsable, cuando dos conspicuos representantes de su ala más soberanista -el lehendakari Ibarretxe y Joseba Egibar– saltaban a la palestra del debate público para, si no exactamente enmendarle la plana, sí, al menos, matizarle la postura y ponerle ciertos puntos sobre la íes. Así, mientras el burukide guipuzcoano advertía a su partido de que «perdería el pulso de la sociedad, si volviera a la manivela de la noria autonómica», el presidente del Ejecutivo de Vitoria-Gasteiz insistía, entre duras acusaciones de «soberbia supina» dirigidas contra Zapatero, en el valor de futuro que encierra su propuesta de consulta autodeterminista, toda vez que, según sus propios términos, ésta habría dejado «una puerta abierta» en la política vasca y «ya no tendría vuelta atrás».
Podría interpretarse, no sin una buena dosis de benevolencia o de ingenuidad, que las palabras de estos dos líderes jeltzales sólo perseguían el objetivo inmediato de calentar motores para el acto que habría de celebrarse ayer en defensa de la frustrada consulta y que quedarían enseguida olvidadas una vez que éste se hubiera celebrado. Sin embargo, conocidas la personalidad y la mentalidad de quienes las pronunciaron, más razonable es pensar que la insistencia en la trasnochada propuesta obedece más a obsesiones personales que a tácticas políticas. No nos encontraríamos, así, ante una actitud que puede ser abandonada a voluntad, según lo dicten las conveniencias de la coyuntura, sino ante una especie de segunda naturaleza, de la que su poseedor, una vez adquirida, ni quiere ni puede desprenderse. Nada mejor para expresarlo que la fábula en que el escorpión, invitado por la rana a vadear el río encaramado a sus espaldas, no resiste el impulso natural de hincarle su venenoso aguijón en el lomo, aun a costa de traicionar la generosidad de su improvisado lazarillo y de ahogarse con él en el fondo de las aguas.
Si se diera, como es de temer, este segundo supuesto, podría verse frustrada la intención que alberga el PNV de dar carpetazo, con el pintoresco acto de ayer, al asunto de la consulta y de pasar a lo que cree ser la principal preocupación ciudadana en estos momentos: la crisis económica y la pérdida de puestos de trabajo. Con ello, todo el esfuerzo invertido en la elaboración de su ‘Think Gaur Euskadi 2020’, así como en la conducción de la campaña hacia el terreno de la «solvencia» en la gobernación del país y de sus instituciones, quedaría reducido a la nada, entre otras muchas cosas, por la sobre-ideologización de un candidato incapaz de aligerarse del lastre de su propio pasado.
De este modo, la imagen que ayer se dio en el país, y que se expresa en la confrontación de dos modelos políticos incompatibles: el del acuerdo estatutario y el de la ruptura autodeterminista, no sería algo pasajero, debido sólo a la voluntad de reaccionar ante una determinada sentencia del Tribunal Constitucional o de celebrar un aniversario concreto, sea el del Estatuto de 1979 o el de la confirmación de los fueros de 1839. Reflejaría, más bien, la realidad profunda de un país que, llevado por sus líderes hasta el límite de su resistencia, se encontraría en la necesidad de optar, en las próximas elecciones, por uno u otro de los modelos que ayer se le presentaron.
Todo indica, a mi entender, que este segundo va a ser el caso en la campaña electoral que se avecina. Y, llegados al punto al que hemos llegado, casi mejor que así sea. No sería, en efecto, más que un ejercicio de hipocresía y de camuflaje, si los partidos escamotearan al electorado, durante la próxima campaña, sus planteamientos de fondo, para dedicarse a debatir sobre lo que, por importante que sea, no ha sido objeto de sus preocupaciones a lo largo de estos diez últimos años. Lo más honrado sería, por el contrario, que, puesto que hasta este extremo se han llevado las cosas, se discutiera antes de las elecciones lo que después de ellas volverá a ser el caballo de batalla que divida las posiciones de los partidos.
Preparémonos, pues, para lo que, además de deseable, resultará también inevitable: unas elecciones polarizadas entre las dos opciones políticas que mejor representan los mencionados modelos. Por lo demás, el electorado no podrá escudarse, para eludir su responsabilidad, en la ambigüedad de los políticos o en el consabido ‘todos son iguales’. Nunca como en esta ocasión se le ha puesto tan claramente ante los ojos, y durante tanto tiempo, de qué va realmente el asunto.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 26/10/2008