¿Acaso comparte la Chunta Aragonesista la concepción ontológicamente asimétrica del autogobierno defendida por Esquerra Republicana y por Eusko Alkartasuna? El «¿qué hay de lo mío?» como norma. Si ésta va a ser la tónica de la legislatura se helarán, seguro, la sonrisa y el corazón del nuevo presidente.
Zapaterito que vienes al mundo, te guarde Dios: una de las doscientas o trescientas Españas ha de helarte el corazón. Dicho sea con la mayor de las simpatías. No había tomado aún posesión de su cargo y ya se le acumulaban a Rodríguez Zapatero demandas y peticiones como para colmar varias legislaturas: asimetrice España, no abra el grifo del agua, reticule el territorio, trátenos como a los catalanes, reforme la contrarreforma, etcétera. Cual si de un portal de Belén pensado por los Monty Python se tratara, nadie se acercaba al candidato portando presentes de reconocimiento y bienvenida. Al contrario, el Congreso de los Diputados se tornó por unas horas ventanilla de reclamaciones ante la que una larga fila de agraviados guardaban cola para dejar constancia de sus, según todos y cada uno de ellos, justas exigencias. Más que recién llegado, casi aún por llegar, Zapatero se vio sometido a un proceso colectivo cuyo objetivo era recuperar el tiempo perdido; tiempo perdido cuya magnitud variaba cuánticamente según quién fuera el demandante: los cuatro últimos años de Aznar, todo el periodo de gobierno del PP, los veinticinco años de democracia, los ciento y pico años desde la abolición foral o, incluso, los cinco siglos de construcción de la España estatonacional.
Después de ganar las elecciones al PP a pesar (no gracias a) las actuaciones tantas veces irresponsables de algunas de esas mismas fuerzas políticas que ahora despliegan sus memoriales de agravios (¿o no hemos pensado y dicho que determinadas propuestas plebiscitarias, determinados viajes, determinados emplazamientos, empedraban el camino de Rajoy hacia la Moncloa?), parecía que sólo el PSOE y su candidato estaban obligados a demostrar no sé cuántas cosas. Los únicos compromisos que se escucharon en la Cámara en boca de los representantes de la oposición fueron aquellos que se encaminaban a colaborar con el nuevo Gobierno sólo para lograr que salga adelante aquello que cada uno reclamaba. Reclamaciones y expectativas, por lo demás, no coincidentes. Por poner un ejemplo a mi juicio fundamental: ¿acaso comparte la Chunta Aragonesista la concepción ontológicamente asimétrica del autogobierno defendida por Esquerra Republicana y por Eusko Alkartasuna? El «¿qué hay de lo mío?» como norma. Si ésta va a ser la tónica de la legislatura se helarán, seguro, la sonrisa y el corazón del nuevo presidente.
En todas las democracias europeas los gobiernos socialdemócratas suelen acabar, con el paso del tiempo, haciendo aguas por babor, es decir, por su izquierda. Fijémonos en lo que ahora mismo está ocurriendo en Alemania. Sometidas al férreo marcaje de los mercados, las administraciones progresistas se ven impelidas a sobredesarrollar su lado derecho, musculando todo aquello que tiene que ver con las funciones de seguridad, acumulación, crecimiento o competitividad, al tiempo que se despreocupan de ejercitar, al menos en el mismo grado, su lado izquierdo, en particular las políticas de igualdad. Es por eso muy común que, transcurridos algunos años de gobiernos progresistas, sean determinados sectores del electorado de izquierdas (sindicatos, mundo de la cultura, movimientos sociales) los más proclives a cuestionar la labor de dichos gobiernos y, en consecuencia, a privarles de su apoyo. Ya ocurrió esto en España en 1996. No es éste, sin embargo, el principal riesgo que amenaza al Gobierno de Rodríguez Zapatero. ¡Ay, si todas las presiones a las que se fuera a ver sometido el nuevo Gobierno procedieran del juego izquierda-derecha! Otro gallo nos cantaría. Pero lo cierto es que la democracia española sigue aún en fase constituyente, cuestionada por unos nacionalismos que no acaban de comprometerse en un proyecto político común de largo alcance.
Éste va a ser el gran reto al que habrá de enfrentarse José Luis Rodríguez Zapatero. Después de escucharle en el debate de investidura y a la luz de sus primerísimas actuaciones como presidente de Gobierno (nombramiento de ministras y ministros, gestos de solidaridad con las víctimas del 11-M y de la violencia contra la mujer, decisión sobre el retorno de las tropas de Irak) todo invita a creer en su compromiso por hacer una España más atractiva, más simpática, más amable. Y no hablo sólo ni fundamentalmente de talantes, sino de transformaciones institucionales. Lo que no está nada claro es que éste sea el objetivo de todas las fuerzas que hoy se sientan en los escaños del Congreso.
Imanol Zubero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 20/4/2004