Intervenciones durante la presentación del libro, el día 16 de octubre de 2008 en Bilbao, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad.
Eduardo Uriarte
Muchas gracias por haber venido a la presentación de este hito de la Historia que es la obra de Jules Michelet, historiador de la Revolución francesa. Es una obra que vale la pena rumiar y gozar en ella el cúmulo de información y la calidad literaria. Además, cuando uno entra en una obra de dimensiones de gran templo, lo importante es pasear y no recorrerla en bicicleta. Recomiendo leer de dos en dos los capítulos y rumiarlo, reflexionar. Esta obra ve la luz por un Quijote de la edición. Mi amigo Ernesto Santolaya planteó esta gesta de sacar en estos momentos una obra larga, ilustrada y de inmenso contenido, para lectores minoritarios. Él ha seguido trabajando como editor hasta sacar la Historia de la Revolución francesa de Michelet. Creo que es una meta digna y que después de esto puede cortarse la coleta, porque es de esas cosas que un editor modesto puede hacer una vez en su vida y justo, justo. Es una obra muy bien realizada, con un ilustrador de la época, con prólogo de Blasco Ibáñez que ha tenido que ser corregido, con una biografía del autor. Es un trabajo amplísimo en tres tomos y con un diseño y un mimo con el resto de las obras editadas por esta casa. Un trabajo de inmenso contenido.
Yo gracias a la beca que recibí de la Dirección general de Instituciones Penitenciarias tuve suficiente tiempo como para leer de todo. Sobre todo había leído la biografía posterior, en manos de socialistas o marxistas, de la Revolución francesa. Los que accedimos así no dejamos de adolecer de cierto conocimiento a base de pastillas o ideas cerradas, esquemáticas. La Revolución francesa es posible en un momento de crisis del Antiguo Régimen, tras un avance económico y social muy importante en la última etapa del absolutismo, las comunicaciones por carretera y canales habían avanzado con Luis XIV y XV. Francia era un país de cierto desarrollo de la manufactura promovida por la Corona. Todo lo que determinaba la lógica de la Revolución. Pero hasta que no ha caído en mis manos la obra de Michelet, no he podido descubrir el porqué hecho tras hecho, el papel de las personas y los sentimientos en los acontecimientos que todavía hoy determinan lo que somos…, porque sigue dominando esta Revolución, el prólogo de la americana, sigue determinando nuestro sistema político y social. Uno encuentra sentido a las ideas esquemáticas realizadas por la historiografía marxista, la escuela de la Sorbona, porque antes hubo historiadores de verdad que desde el espíritu empirista consiguieron demostrar por qué las cosas habían sido así. Pero para alguien que quiere saber más, Michelet es un tremendo moralista, habla de sentimientos y del amor como elemento fundamental de impulso de la Revolución frente al hambre, la necesidad de avance. Es un poeta despueblo francés, del pueblo que sin saber bien lo que hacía va dando pasos en su liberación y descubriendo poco a poco lo que ya en ideas habían adelantado los ilustrados, Voltaire, Rousseau. Van descubriendo la felicidad de la libertad, el compromiso del ciudadano ante los hechos de cada día. Momento por momento, día a día del proceso revolucionario.
Uno piensa primero que la Revolución Francesa es posible porque ya todos, desde el monarca a militares y clérigos, eran ya ilustrados y compartían una determinada ideología. Pero una cosa es esa y otra repartir trigo. Cuándo dar el paso de echar abajo el Antiguo Régimen. Y ahí empezaron los problemas. No por la monarquía, sino por el clero, que no quería renunciar a sus poderes materiales. Intentaron provocar terror blanco en Francia para que el Rey fuera haciendo una serie de maquinaciones para acercarse a ellos y al resto de la nobleza. Eso le puso fuera del proceso. El que convoca los estados generales en 1781 ante la hambruna es el Rey, convencido por el tercer estado: abogados, de educación clerical, como Robespierre. Monárquicos pero ilustrados querían que Francia fuera de otra manera. Pero sería con drama, la Revolución. A uno le sorprende que Robespierre no sabía que era Robespierre, que Luis XVI no sabía que era Luis XVI, un llamado a ser guillotinado. Que Marat era un personaje sensible y monárquico, que nunca pensaron ser crueles ni amantes de la guillotina como solución. Y descubrir personajes que han acabado siendo símbolos, no eran conscientes de lo que estaban haciendo. Fue la huida del rey de París lo que provoca el proceso revolucionario, porque des Mirabeau, que era partidario de la monarquía constitucional, Lafayette, que también; pero incluso los jacobinos, que luego han pasado a la historia como los grandes radicales, también lo eran. Alguno del club de los cordeleros eran personajes que podían tener devaneos republicanos, pero nadie quería hacer una revolución republicana. Fue la fuerza de los acontecimientos, la contrarrevolución de la Iglesia, la deriva del monarca hacia los planteamientos más conservadores y su huida lo que lleva a la ciudadanía francesa, que sí enseguida desde la toma de la Bastilla empieza a tener conciencia de su enorme protagonismo en el proceso, lo que va derivando hacia un momento revolucionario de evidente trascendencia. Y ahí: sorpresa viendo que los personajes no querían ser los personajes que fueron, se encuentran haciendo papeles que no les corresponden, yo he sentido eso alguna vez en mi vida. Yo fui el preso más peligroso de España. Si usted no tiene cara de preso peligroso. Ni Robespierre de sanguinario dictador. Ni Marat. Acaban ejerciendo un papel no buscado.
Deben sentir el placer de leer acontecimiento por acontecimiento, bien fundados. Las cosas no son esquemáticas, son mucho más ricas y los comportamientos de los personajes mucho más contradictorios. Leyendo sobre esto y sobre la casuística, ustedes pueden ir descubriendo cosas que están pasando ahora o hacer reflexiones sobre lo que nos ocurre ahora. Que a mí casi me parece lo más interesante de la tranquila lectura de Michelet. Es un personaje bondadoso que siempre va a hablar bien de las personas, que no va a ser juez de su comportamiento pero que nos va a dar muchos elementos de reflexión sobre cómo se comportan en política. No hay proceso político que salga adelante si no hay una cultura previa; y quizá de lo que más adolecemos hoy en España es de cultura política. Estoy convencido de que había más cuando murió el Caudillo que en estos momentos de basura televisiva. Y resulta una gesta publicar la obra de Michelet porque a muy pocos les va a interesar. Estoy convencido de que esa incultura nos lleva a ser poco reflexivos y jueces de los comportamientos. En política, los comportamientos son siempre contradictorios pero los adversarios se necesitan. Por lo cual ser juez en el trascurso de los hechos políticos es fatal ante la dinámica que debe de tener la convivencia. Michelet acaba aceptando que Robespierre tiene que acabar siendo Robespierre y Danton, Danton y Marat, Marat. Incluso son necesarios para que el proceso no acabe en una pérfida contrarrevolución en un momento determinante de la historia europea. Insisto en la fuente de reflexión para la actualidad que es esta obra. Porque estamos viendo en génesis el actual sistema político, en génesis trágica. Los hechos se pueden estudiar con más facilidad que complicados por el paso del tiempo. Y luego, una visión tranquila de lo que ocurrió, y benévola a pesar de su dramatismo. Cosa que nos falta hoy en el comportamiento del ciudadano. No somos benévolos ni tranquilos con los adversarios políticos, actuamos de una manera preliberal más que liberal, cuando tendríamos que asumir que el adversario es necesario y que en la complejidad de la vida política hay que ser muy abiertos. Para acabar, es una gozada tener un rato para leer la obra de Michelet. Y es heroico que Ernesto se haya jugado su hacienda en hacer este trabajo con un mimo inusitado y unos grabados llamativos, intentando ser muy fiel a lo mejor de la primera versión de Michelet. Si la leen, va a ser un hito en la familia a la hora de analizar los comportamientos políticos y hacer referencias sobre lo que somos y lo que podemos ser si alguien lee con cierta tranquilidad lo que Michelet les ofrece de aquella Revolución. Juaristi, a la hora de ponderarla dice que el origen de la Historia científica empieza entre otros con Michelet. Cedo la palabra a don Jesús Rodrigo Rodríguez. María Dolores Aspiazu, presidenta de la Sociedad El Sitio, ha tenido un compromiso, y él acude en su lugar.
Jesús Rodrigo Rodríguez
Buenas Tardes y muchas gracias por invitar a la Sociedad El Sitio a la presentación de esta gran obra, al autor por su esfuerzo intelectual y al editor por su esfuerzo y su valentía económica. Me han encargado que sustituya a María Dolores y francamente a los de Ciencias nos cuesta mucho entrar en el juego histórico, razonar históricamente, la historiografía. Nos gustan otras cosas, la geometría. Teo ha hablado de unos protagonistas de la Revolución Francesa y yo me estaba imaginando un rombo en el que había cuatro personajes, en una ficticia obra de teatro. Bien por orden de defunción: Danton, Robespierre, Fouché y Taillerandd. Los vértices se unen por diagonales y ahí donde se cruzan al principio estaban los cuatro. Los cuatro con formación teológica, alguno de ellos llegó a consagrarse. Sin embargo no sé quién fue el más sanguinario de los cuatro, ese fue el drama de la revolución. Mientras uno mataba en serie, cortando pescuezos, porque para él eran eso, no cuellos; el otro mataba con bombas para ahorrarse balas. Una de las cosas que más me intrigan de la Revolución Francesa y que espero descubrir cuando profundice en esta obra es la estrategia política de los dos que sobrevivieron, cómo consigue Fouché morir en 1820 y cómo Taillerand le sobrevive. En el rombo, una voz en off dice: aquí entra el vicio apoyado en el brazo del crimen, los dos que entraban era Taillerand y Fouché. Fouché fue un genio que nadie sabe cómo llegó y sobrevivió porque fue de todo, hasta novio de la hermana de Robespierre. Lo mismo Taillerand, hasta celebró la primera misa en París y tuvo su primera novia con 14 años, una actriz de medio pelo. Robespierre fue medio clérigo y Danton cursó estudios eclesiales. Resulta curioso que mientras Robespierre se carga mediante una intriga a Danton, Danton grita y dice cuando le preguntan: muy pronto en la nada, enseguida en el panteón de la historia. A todo esto Robespierre se estaba tapando los oídos en casa del carpintero X. En otro momento diría que prefería ser guillotinado que guillotinar, y lo guillotinaron, con la cuchilla bien afilada. Fue mucho más valiente que Robespierre, que cuando le quitaron la peluca empolvada, porque era un poco fino, se asustó. Sin embargo, el amigo Fouché, enemigo de éstos y amigo mío no, y Taillerand, murieron en santa conversión. Después de clérigos fueron ateos, mataron lo que quisieron a cañonazos para ahorrarse balas, y murieron plácidamente si es que la muerte puede ser plácida. Después de haberse confesado. Qué tragaderas tuvo que tener el confesor para aguantar lo que contaron. En la Revolución Francesa Robespierre mataba sin importarle el cómo, el cuándo y el porqué, y que consiguió una mezcla de valores. Le llamaban el incorruptible. Al final, él y su hermano Agustín y otros 18 más fueron guillotinados el 28 de julio de 1794. Seguro que no lo esperaban. Hacía sólo dos meses que había cumplido 36 años. Luego ajusticiaron a otros miembros de la comuna. Con ellos moría la primera revolución proletaria y el poder era recuperado por la clase media.
Hay un antes y un después de la Revolución Francesa. Europa cambia por completo. Pero vuelve la monarquía. No me explico si mereció la pena tanta muerte injustificada para cargarse una monarquía que se recupera. Espero que leyendo la obra de Michelet tenga una respuesta a mis preguntas. ¿Mereció la pena la Revolución Francesa? Seguramente sí, lo decimos ahora. Pero los que murieron inocentemente si estuvieran en una elipse que circundara ese rombo, dirían que no.
Ernesto Santolaya
De los ritos cotidianos de una editorial el que más me place es éste, la presentación de un libro. Ningún cuajo industrial ni perspectiva publicitaria de alguien menor que como no sabe escribir busca quien escriba, como no sabe dibujar, quien dibuje; esta parte ritual de la editorial acaba de ser una especie de balance entre lo que pensó y lo que sale, que nunca se parece en nada. Uno que buscaba mediterráneos porque su procedencia cultural es hecha a salto de mata, siempre he tenido la virtud defecto de sorprenderse de lo que encuentra. Ingenuamente piensa que los demás también pueden. Qué maravilla. Y utilizas a los autores muchas veces como en el caso Michelet, que es excepcional en lo personal para mí, porque en la búsqueda crees que algo de lo que la obra contiene es otra cosa que también ha mencionado Teo, que aunque no fuera más por la versión de lector interesado la obra merece la pena de haber sido editada, entonces te das cuenta de que lo que hacemos desde el mundo editorial, Muñoz Molina decía que yo era el único editor vivo del siglo XIX porque lo hago artesanal, todo lo vigilo, lo acabo de hacer yo, somos cuatro y el del tambor. ¿Por qué eliges esos personajes? Y el acto de presentación acaba de ser ese ‘estriptis’ nada convencional de decir lo que querías hacer. Y es el agradecimiento a los que tengo delante no para que me compren, mis almacenes están llenos de libros que ni Cristo sabe que se han publicado. Es el sino de uno. Pero cuando los estás elaborando…
Ya ciñéndome a lo de Michelet, para preparar el proyecto, que ha durado toda una vida, hice un proyecto para convencerme a mí mismo de 87 páginas, recopilando lo que habían dicho distintos autores. Tengo una memoria de elefante. En qué obra se menciona, qué dice fulano, mengano. 87 páginas de citas. Alfonso Guerra, presidente de la Fundación Pablo Iglesias, que ha tenido la delicadeza de comprarme de entrada un número suficiente como para darme moral, es una obra que tenía que hacerla. Uno mira alrededor y hace cuatro años ya tomé la decisión. Hay que hacerlo. Vas viendo que hay un deterioro de los valores asumidos desde la Revolución, que forman nuestro comportamiento, del sentido de los derechos del hombre, de la ciudadanía, de la separación de poderes, es inherente. El propio sentido de la Revolución, hasta Michelet nadie lo dijo. Era cosa del pueblo. Impulsó a los líderes, a veces a cometer errores gravísimos pero es igual, es el devaneo de la historia, los seres humanos intentando salir de un atolladero donde nada vale, donde todo parece que está permitido. Lo fijas en la actualidad y yo veía… Qué sentido tiene el mundo. Convencidos de que este mundo no es suficientemente bueno para lo bueno que yo soy. Esa parece ser la conciencia general. Nadie piensa en el hecho de que esto que tenemos es importante, trascendente, fundamental. Si nos segaran la hierba bajo lo Spies y pisáramos el barro, veríamos que los semáforos no funcionan. Cada uno aplica una visión de lo que está leyendo y esa es la magia de Michelet. Porque él, como dice Juaristi, es un historiador científico y al mismo tiempo un poeta. Tiene una obra llamada ‘La vida de los insectos’ que yo la volvía a releer y descubro que es la misma técnica para los insectos y sus impulsos y su afán para sobrevivir eliminando al otro, la misma que para la Revolución Francesa. Se podía identificar a cada personaje con un animal. No en el sentido peyorativo, sino en el íntimo, en cuanto a reacción de los personajes. Tomo la decisión de editarlo hace cuatro años, con mi sentido de ciudadanía y de emigrante en Vitoria. Llevo allí 40 años y vi pese o contra el Franquismo gente con inquietudes, iniciativas, posibilidades, apoyos, ir y venir de hormigas que ha desaparecido rotundamente. Todo el mundo aspira a un puesto en la colmena de la diputación, del gobierno vasco. Ni Cristo piensa que hay una mochila que hay que llevar que es la de la responsabilidad con esta vida. No para ser un héroe, sino un ciudadano cumpliendo lo que cree que hay que cumplir. Quienes dicen que la Historia ha muerto, lo que quieren es que no defendamos los derechos que esa Historia nos ha dado. Gracias a la Revolución somos seres pensantes ahora. La Historia no volvió al mismo sitito, no. Va subiendo en el muelle tu capacidad para pensar. La Revolución Francesa igual desde el descubrimiento de la agricultura, el Renacimiento, superior al descubrimiento de América, es de los cuatro hitos que han hecho al hombre hombre. Ser pensante incluso en sus propios horrores está todo en la Revolución. Lo de hoy y lo de mañana. La Revolución gestó lo que luego iban a ser los campos de exterminio hitlerianos o los gulags soviéticos.
El pobre Michelet, un ser afable, un poeta, bondadoso, investigador, que lo sacrificó todo por el puesto de director de la Biblioteca Nacional para estar cerca de los documentos. Leer sus palabras sobre la emoción que le provoca ver el documento con la tinta ya no fresca pero auténtica, las firmas. Tengo mucho que agradecerle y le tengo que agradecer lo que he descubierto en esta última lectura, pasa con las grandes obras, que siempre son distintas. Cambiamos y las verdades son las que quedan convertidas en una obra porque sirven para los que las editaron y para otras generaciones. Cuando Michelet hace un retrato de un personaje, conozco ya sus técnicas para reforzar el dato, aquello que cambiaba hora a hora, pegaba cambios radicales, él estaba con todos ellos, pero sorprende que el personaje que te define te lo haga con cariño y encomio de su labor pero a las cuatro páginas ya lo ha cambiado, ya está en negativo. Hace falta una lectura participativa. No es compleja, pero es como una novela con cambios de gestos y acciones que el destino le pone por delante que es contradictorio con los cánones que ya nos tienen prisioneros. Estamos acostumbrados a los estereotipos. El malo va de negro y el bueno de blanco. Él entra en los matices para llevarlo a cada momento. Eso lleva al análisis de que estamos esclavizados por unos sistemas narrativos, la novela que el cine, en que nos dan algo muy esquemático y grosero, sin la profundidad de las contradicciones que son el motor del auténtico ser humano.
Con Michelet tengo una deuda personal. Me doy cuenta y sé que es absurdo hablar distanciado, como si no fuera cosa mía. Habla siempre el yo. 40 años en Vitoria. A los doce años, nacido en un pueblo de las tierras altas de Soria, esclavo del medinaje, de la mesta, a los doce años con mi padre en el campo de concentración de Miranda, ya hice el viaje. Fue ir de zagal con 1.500 ovejas y seis seres desesperados. Seis personajes uno con un hermano muerto; el drama de la Guerra Civil. Todas las hostias iban para el zagal. Así que cuando hace 20 años me invitaron a formar parte del comité de defensa de las vías… Aquello fue una explotación y un salvajismo de primera fila, dormir al raso. Ya había quien la hacía en tren; los que no podían, a pie, a la intemperie. Mi madre, cuando a mi padre lo van a sacar del campo de concentración, decide emigrar a Haro y allí vive de limpiar casas. Como mi padre había dicho que con estos no quería nada, que se iba a acabar, yo no iba a la escuela. Sólo entré año y medio en Haro. Uno de mis amigos, su padre, trabajaba en el ayuntamiento, vivía en Corrales Rivas y tenía una casita con dos abuelas y un trastero y yo le acompañaba por las tardes allí. S escapaba siempre para merendar una onza de chocolate que parecía hecho de arena. Luego pasábamos al trastero donde había de todo. Allá en un rincón había tres tomos de pastas coloradas que a mí que no sabía leer, me atraían enormemente. Eran la historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet ilustrada y traducida por Blasco Ibáñez. De 1899. He vivido con aquello.
Y mientras en la salita había un montón de ilustraciones de calendario donde aparecían Tannhäuser, las Valquirias, el Buque fantasma, todo Wagner. Aquel hombre era un erudito. Trabajaba en el Ayuntamiento y era corresponsal de la Nueva Rioja. Hasta mucho después, ya hablando con los mayores, averigüé que había sido un hombre con una visión republicana de la historia, pero un día, poco antes del 18 de julio, le tocó comer en Logroño con Mazón, un personaje motor de los carlistas, y con Del Burgo. Y le dijeron que estaba en la lista y que o cambiaba… Y vas a las hemerotecas y lees lo que escribió para defender su cuello y te das cuenta de su inmenso drama. Aquellas ilustraciones me embebieron. Murió aquel hombre cuando yo estaba con la familia en Garellano en el 56 y al regresar de la mili su viuda me regaló esos tres libros. Que luego desaparecieron en una incursión de la policía en mi casa en Vitoria, me dieron una hostia, la segunda y la última, supongo de mi vida, se llevó aquellos libros y e gastó la suprema broma de que cuando se dieron cuenta de que era un error… En la terraza habíamos puesto, del negocio del que yo vivía de importar y distribuir maquinaria agrícola, habíamos puesto unos tablones para que mi hijo que había nacido en el 68 y que tenía entonces tres o cuatro años, no se cayera, habíamos puesto unas tablas que habían pintado de verde, rojo y blanco. Los colores nacionalistas, creo. Entraron un mañana y lo primero que les dije, sacado de las películas, que si traían mandamiento judicial. Aquel ‘morrosco’ me pegó una hostia de cuidado, aguantando mecha delante de los críos y de la mujer. Siempre lo he llevado en el cerebro. No sé si la venganza funcionará, porque yo después de muchos años decía no es ese el que… Si habían pasado 20 años. La conclusión es que se llevan los libros y me dicen que vaya a recogerlos a comisaría, porque ya se había aclarado todo cuando saqué mi pasaporte y vieron que había nacido en Huérteles, provincia de Soria. Pero si el de la hostia era de Soria, de Almazán, no sabéis lo que estáis haciendo con esos colores ahí. Y de manera lastimosa, sebosa, se tiraba por el suelo, como si hubiéramos sido amigos de toda la vida. Los libros, vaya a la policía y por quién pregunto. Por el departamento de criptografía. No fui. Al mes. Tampoco al otro. Pero tenía yo tal furia con lo de Michelet que fui al final. Criptografía. Exaltado. ¿Cómo ha dicho? Y me miran como si fuera una especie de criminal. Sale una secretaria para salvarme y dice: debe ser es máquina médica que han traído al hospital de Santiago que está ahí al lado. Pasé y salí zingando.
Ahí se quedó Michelet. Se perdió la pista, hasta que por fin metido ya en el terreno del cómic, produciendo obras de cómic con base histórica, documental, comencé con la Guerra Civil en cómic, muy narrativo y el dibujante había hecho la guerra con la 11 Brigada Internacional, era el gran dibujante Antonio Hernández Palacios. Su dibujo era el del ilustrador de la Revolución Francesa. En un viaje a Lisboa nos sinceramos. Me preguntó si conocía a aquel. Ese es… Y nos dimos cuenta de que teníamos el mismo amor. Por eso le dedico este libro a él. Sólo he hecho otra dedicatoria en mi vida, a Joseba Pagaza en un libro de piratas. De cualquier manera, me di cuenta de que el cómic que yo había producido tienen la misma base que el de Urrabieta, que no era nada fantasioso comparado con Doré. Una de sus cúspides fue las 400 ilustraciones para el Quijote que editaron en Estados Unidos y se tiró cinco meses en La Mancha. Todo tenía que ser documental. Hasta en eso yo soy esclavo de aquellos tres libros que un día aparecieron en aquel trastero ante un muchacho que no leía, se pueden imaginar qué fantasías podía ver allá.
Una de las sabidurías que hay en ese libro: es más grande lo que contiene que las páginas que tiene. Lee uno el prólogo de Blasco Ibáñez y ya tiene que seguir. Se ha acercado hace poco un amigo que es educador y me ha dicho que se ha quedado de la Revolución Francesa con el plan para la educación nacional Y lees lo que propuso y lo que se llevó a cabo y es lo que ahora estamos intentando todavía. Este hombre llega y menciona a las víboras, a Fouché y Taillerand, las ratas que se escapan de cualquier barco, sin grandeza. Pasan como jefes por las distintas fases, el de las cloacas y el de la jerarquía. Esos son las ratas. Tiene este hombre esa fijación. El de Condorcet otra, el de la actualidad otra… Y no es afán de vendedor, sino de alguien apasionado que cree en lo que hace. Espero que les satisfaga tanto leerlo como a mí hacerlo.
Eduardo Uriarte
Si le dejamos, Ernesto nos hace emocionarnos ante las razones de este trabajo. Solemos dar la palabra, pero le voy a decir antes a Ernesto y a ustedes que si pasean fijándose en las escuelas de la República, encontrarán junto al nombre de otros pedagogos el de Condorcet. El discurso ilustrado en España sí que tuvo su fundamento, su reconocimiento; desgraciadamente la dictadura de Franco nos desilustró a todos y nos está costando muchísimo recuperarnos. El otro día en un homenaje a la memoria de Mario Onaindia, Unzalu hizo una cita que parecía que había leído a Michelet. Y también recordé una cita de Pi i Margall en el momento en que Amadeo de Saboya abandona España. Estaba inspirada en la misma que la de Andoni Unzalu. El Rey abandona la Asamblea nacional, se queda el tercer estado y entra el jefe de protocolo de la casa real. No tiene sentido que continúe la Asamblea, dice. Y el presidente dice “No, la nación está aquí”. Y el jefe de protocolo se retira haciendo la misma reverencia que al soberano. Cuando Amadeo de Saboya deja España, Pi i Margall dice “El Rey se ha ido pero la nación está aquí”. Y establece la república. Son referencias, anécdotas, pero son las hermosas anécdotas que han hecho la Historia más humana. La nación también la crea la monarquía antes de desertar. Y cuando abandona, curiosamente la reacción de nobles y clero es levantarse al grito de ‘abajo la nación’. La izquierda en España, y el discurso de la derecha liberal, no tiene un discurso republicano como los franceses, que dio lugar a una nación de convivencia y participación. Y allí la abolición de los estados y parlamentos provinciales. Marx planteó después en la gaceta renana cómo las viejas libertades medievales temen a la libertad, los viejos estados y parlamentos rechazan la libertad universal de la Revolución Francesa. Son reflexiones válidas para mí, que nos hacen pensar por qué somos como somos y por qué cometemos ciertos errores debidos a nuestra ‘desilustración’, a esos 40 años de ‘desilustración’ política e ideológica.
Ernesto Santolaya
Alguien me dijo el otro día que en el fondo la Revolución Francesa constituyó la nación con respecto a lo que ésta tiene de defensa de los nacionalismos. Sí, pero ya en el primer año, que es donde encuentran sus hallazgos, luego los reafirman o retroceden, y escala la violencia, sin oposición todos los parlamentos regionales –para ir de Burdeos a París había 66 puestos de aduana-, en total debacle económica, la defensa de la nación es la de la nación de la libertad, la nación de la trilogía republicana. Es una nación como ente de poder. Al final, cuando desaparece el concepto de libertad e igualdad se convierte en terreno de dictadura. Si es nación de libertad, bienvenida sea.
Público: –La mano derecha de Robespierre se equivocó porque era más liberal y anarquista… En España no se ha publicado nada de Saint- Just…
Ernesto Santolaya: –La información la vas a encontrar en el libro. El retrato de Saint-Just es uno de los más verídicos y más noveleros. La evolución de ese joven, acabó muy joven y empezó muy joven, era un hombre de un esplendor y una lucidez extraordinarios, razonaba a una velocidad extraordinaria y con un juicio… Pero cayó también en la vorágine de la violencia, de ese radicalismo de no respetar al otro. Ahí se le acabó la vida y él fue uno de los colaboradores del reinado del terror. El pobre Michelet decía… La obra sale en 1853 y hay muchas citas en mi proyecto sobre ella. Los marxistas ya están entonces metiéndose con él. El pobre Michelet ya decía que en su libro incluye unas defensas tímidas cara a esas acusaciones. Los marxistas expresiones como el viejo Michelet sigue berreando por la igualdad de clases, te das cuenta de que la revolución inventó la democracia y luego el terror, la exorcización de los males de muchos psicópatas que luego se han repetido. Michelet había nacido en 1792 y decía: yo nací con el terror de Bouffe y creo que voy a morir con el terror de la Internacional. Comprendía el gran arma que estaba surgiendo con las teorías de Marx como soporte. Por eso Saint-Just lo vas a encontrar, cambiante, vivo, ante los acontecimientos muestra su donosura y su capacidad de raciocinio. Como en las tragedias griegas acaba como tiene que acabar. Cuando lo presenta es como el tonto de clase al que todo Cristo tiene derecho a darle un capón, no lo dejaban hablar, sin fuste, haciendo la pelota, en términos vulgares; así era, pero fue aprendiendo y en Robespierre no quedaba al final más que el truco del poder. Evolucionan. Todos eran monárquicos y se van desembarazando. Cómo insinúa Michelet la tendencia sexual de Lafayette hacia la reina, cómo eso le hace cambiar. Michelet se plantaba horas y horas ante los retratos de estos para explicar sus comportamientos, habla de enfermedades que los generan. Vas a encontrar todo esto. Y es uno de los personajes que merece la pena ser novelado.
Público: –Quisiera preguntarle por Michelet como individuo, su experiencia del periodo revolucionario y napoleónico y de su demás obra.
Ernesto Santolaya: –Pasó por todas esas etapas con muy pocos errores porque era un hombre de escasa actividad política. Y había un respeto al pensamiento después de la revolución que apenas lo tocaban. Lo sacaron de la Biblioteca a la calle, es verdad. Tenía una característica que Blasco Ibáñez pondera porque era de la misma cuerda: un anticlericalismo muy razonado. Los jesuitas eran sus bestias negras. Tiene un librico, un fascículo, 40 o 50 páginas que creo que habría que publicar alguno, como el del cura, la familia y la mujer, que el tratamiento no es partidario del voto de la mujer. Ya en 1853 se discutía. Lo escribía como réplica. Tiene uno sobre las brujas y una maravilla de libro sobre el mar que no tiene nada que ver más que con la humanidad del futuro, con la gran riqueza. Están razonados tan poética y al mismo tiempo tan científicamente, no era un especialista pero su capacidad de observación, siempre llena de humanismo, le hace como personaje entrañable. No conozco su biografía más que a través de su obra. Hay un libro clave, ‘Michelet ‘de Roland Barthes, que hace un retrato amplio de su actividad familiar y política, escasa política.
Público: –Hasta qué punto la situación en precario de los franceses con Luis XVI tuvo que ver la miseria y la injusticia reinantes en la Revolución. Desde hace tiempo hay teorías, como las de Julián Marías y Ortega y Gasset, que dicen que la riqueza y la justicia de entonces eran mejores que con Luis XIV. Que la miseria y la injusticia no jugaron el papel que se ha contado.
Ernesto Santolaya: –La injusticia estaba a la orden del día. El sistema estaba establecido, las guerras prueban que había un gran fundamento humano de gente que no se sentía en la injusticia porque creían en el destino divino que regía sus vidas.
Público: –¿Pero era peor la situación que con Luis XIV?
Ernesto Santolaya: –Pues igual no. Pero había ocurrido algo que era la presencia del libro. El libro es la clave. Es el último mensaje. El libro está en el fondo de todo. Las ideas escritas, razonadas, los debates de los ilustrados había germinado de tal manera, menos el pueblo que en las elites, que el sentido de injusticia era total. Se sentían patronos de un barco que no se lo merecían. Y encima le veían grandes dificultades. A mí hay un pasaje que me parece fundamental: hay un personaje que es sobrino nieto o algo así de Richelieu que insinúa Michelet que su enriquecimiento le viene por esa vía, el propietario con más terreno de toda Francia. Cuando llega el momento de financiar la Revolución a base de la expropiación de las tierras inútiles o no, es de criterio, para convertirlas en fondos por la compra de agricultores, ese fue un líder en la gran masa de propietarios que se puso de parte de la Revolución. Reconocieron que la Revolución no podía ser peor que lo que tenían, comprendían que tenían grandes propiedades sin rentabilidad, no ganaban dinero, no producían, los tributos clericales eran enormes… Eso generó la guerra civil que los convulsionó durante años. Los propios terratenientes no inteligentes sino lectores de Voltaire, enciclopedistas, ya estaban predispuestos para el cambio. No sé si había más o menos pobreza que con Luis XIV pero había, y había injusticia y además el mundo estaba preñado, tenía que nacer la Revolución para que naciera la nueva Europea.
Eduardo Uriarte: –El mismo Michelet plantea que fue peor con Luis XV. Muchos sectores de las clases pudientes eran conscientes de que la hambruna tenía solución con nuevas fórmulas y que no podían consentir lo que sus antecesores habían padecido. El problema es que cuando empiezan los cambios hay quien está dispuesto a seguir adelante, el tercer estado, y un sector de la nobleza que no, y el contrarrevolucionario del clero que tampoco. No fue sólo por el hambre, que con Luis XV fue peor, sino que había nacido en las clases pudientes la idea de que no había que supeditarse a esa situación. Tenían instrumentos para superarla. De esa aceptación ideológica de un futuro diferente nacen los acontecimientos.
Público: –En Francia, en el siglo XVII hubo más de cien motines, porque había mucha hambre… Pero no Revolución. Motines contra los impuestos, el precio del trigo, el hambre. En el XVIII había hambre, en 1789 es el año que el trigo y el pan alcanzan el mayor precio. El hambre por sí sola habría producido motines, pero lo que produce la Revolución es que hay una ideología. La violencia por muy revolucionaria que sea no puede hacer la revolución, necesita un programa, una alternativa.
Editores, 24/10/2008