Foro Ermua, 4/2/2005
Palabras de Mikel Buesa, vicepresidente del Foro Ermua, al recoger el premio «Ascensión por la Paz» otorgado a ese colectivo cívico por la Fundación Alberto Jiménez-Becerril de Sevilla, el día 3 de febrero de 2005.
Excelentísimo Señor Alcalde de Sevilla, Excelentísimo Señor Alto Comisionado del Gobierno para las Víctimas del Terrorismo, Excelentísimas Señoras y Señores miembros de la Orden del Mérito Constitucional, Excelentísimas e Ilustrísimas Señoras y Señores miembros de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades, Señoras y Señores, queridos amigos:
Al aceptar hoy aquí, en el Ayuntamiento de Sevilla, representando al Foro Ermua, el premio «Ascensión por la Paz» otorgado por la Fundación Alberto Jiménez–Becerril, me van a permitir ustedes que dé comienzo a estas palabras evocando a las dos víctimas del terrorismo cuyo nombre preside este acto. Alberto Jiménez–Becerril, concejal de esta ciudad de Sevilla, y Ascensión García Ortiz, su esposa, fueron asesinados por ETA en un aciago día del final de Enero de 1998, cerca de aquí, en la calle Don Remondo, al lado de la Giralda. Era la madrugada fría y lluviosa de un invierno que, como otros inviernos, a muchos de quienes hemos sido víctimas del terrorismo, nos ha dejado una herida que nunca acabará de cerrarse. Quede, pues, constancia de mi reconocimiento, del reconocimiento del Foro Ermua y del de todos nosotros, a estas dos personas a las que les fue arrebatada la vida.
El terrorismo es una forma de acción política cuya esencia radica en la realización impredecible de actos violentos de muerte y destrucción contra la población civil. Su finalidad es provocar la adhesión de esa población a su causa a través del miedo, la inseguridad y la intimidación. Las organizaciones terroristas ponen así en cuestión uno de los fundamentos básicos de la sociedad moderna, como es la asignación al Estado del ejercicio legítimo de la violencia para, bajo el imperio de la ley, resolver los conflictos individuales y colectivos, incluso mediante la imposición de acciones coercitivas. Y, al hacerlo, los terroristas eliminan todo asomo de respeto al derecho con relación a sus víctimas, pues, para producir terror, como ya señaló, hace muchos años, Hannah Arendt, es necesario que las víctimas se seleccionen de manera arbitraria, «que sean objetivamente inocentes, que sean elegidas sin tener en cuenta lo que puedan haber o no haber hecho».
Desde este punto de vista, el terrorismo enraíza con el Mal en la más radical de sus expresiones. Es decir, en la capacidad humana para asumir, sin límite alguno, el poder de decidir acerca de la vida o la muerte de los otros y, de esta manera, romper voluntariamente ese vínculo esencial que nos hace esperar a todos los seres humanos el respeto, la ayuda y el amparo de los demás. Ese poder surge, a derecha e izquierda, de la elaboración de ideologías maniqueas que enfrentan un mundo bonancible y paradisíaco con otro maligno y repudiable, y que construyen un orden armonioso en un imaginario para cuya realización se exige el exterminio del oponente. Por ello, todos los terrorismos, se hayan inspirado en el nihilismo, el nacionalismo o el islamismo, son iguales en cuanto a su naturaleza y no se explican por el contexto histórico o geográfico en el que surgen. Y por ello también, todos los terrorismos son igualmente condenables.
El Foro Ermua nació de un grito; el grito de libertad que envolvió a toda España con motivo del atroz asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA el 12 de Julio de 1997. Apenas ocho meses más tarde, recogiendo el «espíritu de Ermua», un puñado de intelectuales y políticos daban a conocer el manifiesto fundacional de nuestra organización. En él se denunciaba la raíz fascista del movimiento nacionalista liderado por ETA; se destacaba que el colaboracionismo de las instituciones vascas con el terrorismo había conducido a un deterioro de la democracia; se expresaba una radical oposición a cualquier transacción o acuerdo sobre las exigencias políticas de ETA; y se reivindicaba el espíritu civil de Ermua, renunciando al pacifismo gestual y al silencio ante tanta violencia, para afirmar el ejercicio de la palabra y reivindicar la libertad.
Aquellos fundadores del Foro Ermua se vieron impelidos por un impulso moral. Es el mismo impulso que un gran escritor y académico andaluz —Antonio Muñoz Molina—, ante las víctimas del totalitarismo, expresó con las siguientes palabras:
«Me dicen que si yo estoy vivo tengo la obligación de hablar por ellos, tengo que contar lo que les hicieron, no puedo quedarme sin hacer nada y dejar que les olviden».
Y, así, desde aquel 13 de Febrero de 1998, desde el Foro Ermua se ha desarrollado una continua labor de denuncia con respecto a la creciente violencia que ha envuelto a la sociedad vasca. Una violencia que no sólo se origina en el terrorismo, sino que se organiza también a través de la enmarañada red de relaciones que une a todas las expresiones del nacionalismo y que hunde sus raíces en la creciente confluencia entre los nacionalistas que gobiernan las instituciones y los que agitan, con atentados y muerte, el nogal del que extraen su poder.
Esa denuncia ha sido también una permanente reivindicación de la libertad. Porque, digámoslo con claridad, en el País Vasco, bajo la apariencia del bienestar material y de la normalidad de la vida cotidiana, se esconde una gran impostura. El 58 por 100 de los vascos no se siente libre para hablar de política, y un 42 por 100 tiene miedo a participar activamente en la política. El Parlamento Vasco es, quizás, la única cámara legislativa del mundo en la que toda la oposición tiene que ir escoltada, mientras que los diputados que apoyan al gobierno pasean libremente por la calle. Son centenares los concejales socialistas y populares, los profesores, los intelectuales y periodistas que ven deteriorada su vida cotidiana por el seguimiento estricto de medidas de seguridad. Y son muchos más los ciudadanos que día a día viven el silencio de los amenazados.
Paradójicamente, en una situación así, quien ocupa la más alta magistratura de la sociedad vasca, el lehendakari Ibarretxe, fue capaz de espetarle a Andrés, uno de los hijos de José Ramón Recalde, cuando este viejo militante socialista se encontraba «en el lecho del dolor, ofreciendo (su) patética imagen de supervivencia», según relata en sus memorias escritas tras el atentado en el que un etarra le descerrajó un tiro en la boca, esta respuesta a sus preguntas sobre la violencia:
— «Mira, Andrés, —dijo Ibarretxe— no te lleves esa imagen de nosotros, que aquí, en el País Vasco, se vive muy bien».
Permítanme que, aunque alguno me pueda tachar de exagerado, evoque al recordar esas palabras de Ibarretxe, otras que pronunció no hace demasiado tiempo el que fuera secretario personal del doctor Goebbels, Ministro de Propaganda nazi. Preguntado por un afamado periodista acerca de la imagen que conservaba del Tercer Reich, contestó:
— «Bueno, … si tuviera que resumir con una palabra la imagen que guardo…, diría que fue un paraíso».
Un paraíso totalitario es el que nos ofrece ahora el nacionalismo vasco con su propuesta de «Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi». Esa propuesta, que conocemos como Plan Ibarretxe, nació de la confluencia de todos los partidos nacionalistas con los postulados sostenidos, desde su fundación, por ETA. Una confluencia que ha tenido un proceso azaroso aunque ineluctable; y, de esta manera, si en 1990, todos los nacionalistas se pusieron de acuerdo para proclamar desde el Parlamento de Vitoria «el derecho de autodeterminación del Pueblo Vasco», quince años más tarde han sido también todos los nacionalistas, incluyendo los votos de ETA, los que han acordado el Plan Ibarretxe, aunque, en este caso, con la inestimable e irresponsable ayuda de Izquierda Unida.
El Plan Ibarretxe, aunque haya sido rechazado por el Congreso de los Diputados, es, sin duda, el mayor desafío político con el que se ha enfrentado la sociedad española desde la aprobación de la Constitución. Y, lamentablemente, vamos a tener que seguir afrontándolo en lo sucesivo, debido a la inequívoca voluntad de los nacionalistas para llevarlo a cabo aunque tengan que arrasar las instituciones y, con ellas, el bienestar de los ciudadanos.
Desde el Foro Ermua nos hemos preparado para este embate añadiendo a nuestras actividades habituales de reflexión y debate, las de defensa del sistema constitucional por medio de la apelación a la ley y la interposición de acciones ante los tribunales de justicia. Esta es la tarea que han asumido las Gestoras Cívicas de Ermua, recientemente constituidas, con las que colabora una amplio elenco de abogados y profesionales de la justicia que añoran el restablecimiento del Estado de Derecho en Euskadi.
Estas actividades no han estado exentas de crítica por parte de los nacionalistas; y también, lamentablemente, de incomprensión desde las filas de un socialismo vasco más interesado en el rédito electoral de corto plazo, que en la defensa cerrada de los principios sobre los que se asienta nuestro sistema constitucional. Se nos ha tachado de inmovilismo y se nos reprocha nuestra inadaptación a las nuevas circunstancias políticas. Por ello, me van a permitir ustedes que, abusando de su paciencia, cite aquí uno de los últimos discursos pronunciados, antes de ser asesinado, por uno de los más grandes dirigentes que ha tenido el socialismo vasco: mi hermano, Fernando Buesa. De él son estas palabras:
«Si defender los derechos y libertades de la gente, si defender el Estatuto de Autonomía…, si defender nuestro sistema político es inmovilismo, seré el más inmovilista de todos…, porque lo que defiendo aquí es la democracia y la libertad; la libertad de subir a una tribuna y decir a mis conciudadanos cómo quiero yo que sea este país, y cómo quiero que progrese, sin que nadie me amenace por detrás.
(El del País Vasco) es un sistema político enfermo. Está enfermo de violencia y de transacciones con la violencia, está enfermo porque faltan principios claros y referentes claros, porque falta (la) profunda convicción… que hace decirle a un ser humano (que) no es justo que se amenace a otro ser humano, …que hace decirle a la gente, sea de donde sea, haya nacido donde haya nacido, (que) todos somos iguales, cuando somos seres libres».
En el Foro Ermua vamos a continuar defendiendo estos principios desde nuestra específica configuración como movimiento cívico. Una configuración que nos permite acoger en nuestras filas a personas de diferente ideología y compromiso político porque nosotros no aspiramos a ejercer ningún poder. Y nos permite, también, reclamar de las fuerzas políticas constitucionalistas, del Partido Socialista y del Partido Popular, la unidad necesaria para afrontar con rigor y con expectativas de éxito el desafío planteado por el nacionalismo en el País Vasco. Una unidad que obliga a la renuncia a gobernar con nacionalistas, y, en concreto con las personas que no han tenido impedimento en llegar a pactos con los terroristas, como es el caso de las que hoy ocupan las carteras del Gobierno Vasco y de los dirigentes de los partidos que forman ese gobierno. Y una unidad, también, que debe invocarse por encima de las lógicas diferencias programáticas e ideológicas.
El Premio «Ascensión por la Paz» que hoy nos concede la Fundación Alberto Jiménez–Becerril va a ser, sin duda, un gran estímulo para que demos continuidad a este empeño. Pero más allá del homenaje que se nos ofrece y que aceptamos agradecidos, debo invocar ahora, para cerrar estas palabras, el principio del que nace nuestro compromiso y que no es otro que el de la libertad. Pues, como dejó escrito Mario Onaindía, otro socialista vasco, hace ya veinte años, «si el galardón de esta empresa no fuera mi propia libertad…, no habría osado emprender jamás una aventura tan peligrosa».
Muchas gracias.
Foro Ermua, 4/2/2005