‘El Estado fragmentado’, de Francisco Sosa Wagner, constituye una cualificada aportación a la reflexión sobre los procesos políticos actuales, guiados por discursos que con apariencia de respetabilidad académica emplean materiales de derribo (plurinacionalidad, nación de naciones, bilateralidad, comunidad nacional) y convierten a sus propagandistas en austro-húngaros.
Si un académico que se definiera ‘de derechas’ escribiese un ensayo histórico-jurídico eligiendo como título ‘El Estado fragmentado’ no tendría que esperar a que se secara la tinta para atraer sobre sí los denuestos con que la izquierda oficial despacha a sus críticos. Apocalíptico, crispador, profeta del desastre o -para qué más rodeos- antidemócrata serían los improperios que, con la certeza de las leyes físicas, caerían sobre el infortunado intelectual. Si éste, además, decidiese precisar el objeto de su estudio con un subtítulo como ‘Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España’, las descalificaciones serían aullidos. Sin duda saldrían a relucir los Reyes Católicos y Franco y sobre la referencia imperial se despacharían a gusto muchos a quienes la monarquía austro-húngara sólo les suena de las películas de ‘Sissí’.
Pues bien, ese libro se ha escrito , y magníficamente, por cierto, por Francisco Sosa Wagner, catedrático de Derecho Administrativo, y su hijo, Igor Sosa Mayor, profesor de Historia del Instituto Universitario Europeo de Florencia. La obra entra por derecho en el tema crucial del deslizamiento del Estado autonómico hacia el dualismo constitucional después de que el nuevo Estatuto catalán haya generado una mutación sustancial en el modelo de Estado autonómico. Es cierto que este proceso y su resultado, el Estatut, está pendiente todavía de ser enjuiciado por el Tribunal Constitucional. Sin embargo, la implicación del Gobierno en la negociación estatutaria y la colonización nacionalista del socialismo en nuestro país han convertido una cuestión jurídicamente abierta en un hecho consumado que, en términos políticos, parece prácticamente irreversible. Una indicación de ello la hemos tenido en las airadas reacciones de socialistas y nacionalistas catalanes ante la posibilidad de que la recusación del magistrado del Tribunal Constitucional, Pablo Pérez-Tremps, altere la relación de posiciones en este órgano en un sentido de mayor rigor a la hora de apreciar la conformidad del Estatut con la Constitución.
Para su suerte, Sosa Wagner es un hombre que se define y es de izquierda. En todo caso, que una personalidad de su trayectoria académica exprese públicamente su integración en la heterodoxia frente a una izquierda oficial implacable en sus fobias merece ser reconocido. De momento, los teóricos afines ideológicos de Sosa Wagner han respondido a su libro con un desdeñoso apagón informativo pero que no se confíe, el silencio será sólo provisional si reincide en la crítica. Y eso que, a estas alturas, a nadie deberían sorprender las conclusiones a las que llega el autor siguiendo los pasos de la experiencia constitucional austro-húngara. Sin perjuicio de la brillantez de su estudio, esta obra ilustra la patología que sufre nuestro Estado pero no innova el diagnóstico; amplía con una singular maestría jurídica y política la descripción de los males ya detectados; profundiza desde una perspectiva histórica en el antimodelo de una monarquía plurinacional que en un trágico error confió su continuidad a la dualidad constitucional, a la relación de tú a tú entre partes sin conciencia de unidad ni de conjunto, a la bilateralidad, a artificiosos pactos con la Corona. Todo ello constituye una cualificada aportación a la reflexión sobre los procesos políticos en los que estamos inmersos, guiados -es un decir- por discursos que para ganar una apariencia de respetabilidad académica emplean materiales que, en términos históricos, son de derribo (plurinacionalidad, nación de naciones, bilateralidad, comunidad nacional…) y convierten a sus propagandistas en austro-húngaros sin saberlo.
Tampoco tiene desperdicio el prólogo de Joaquín Leguina, quien no se anda por las ramas. La elaboración del nuevo Estatuto de Cataluña es «un disparate jurídico-político» propio de tiempos que «amenazan no sólo con tensiones sino con la desaparición del Estado tal como se concibió mal que bien durante la Transición democrática». Para Leguina, la reducción al mínimo de la presencia del Estado en Cataluña, la relación de bilateralidad entre el Estado y la comunidad autónoma y la preocupación por la presencia nacional de Cataluña en el Estado y en el ámbito internacional son los ejes que definen el proceso estatutario catalán. Y hace Leguina una significativa confesión: «Todo este embrollo, esta sensación de engaño o de traición que tantos hemos sentido ha sido el resultado de un gran malentendido: aquél que nos hizo pensar que la izquierda catalana era una izquierda homologable con la del resto de España ( ) y estábamos equivocados o engañados o, con más precisión, autoengañados».
Leguina se sometió a la disciplina del Partido Socialista y votó a favor del Estatuto catalán en el Congreso de los Diputados, y eso no parece el mejor aval de coherencia en quien expresa críticas tan concluyentes a ese texto y al proceso político del que trae causa. Pero esa decisión no resta autenticidad al alegato contra los efectos devastadores que está teniendo para el discurso de izquierda en España la asunción por los socialistas de la lógica nacionalista, la sustitución de los ciudadanos por los territorios en el pensamiento y la práctica política de la izquierda.
Ahora bien, Leguina se equivoca porque el mal se ha extendido mucho más allá de la izquierda catalana, aunque esté feo señalar. En realidad de eso va el libro de Sosa Wagner y por eso encuentra en el alegato de Leguina el prólogo adecuado. El dualismo constitucional austro-húngaro es un recurso para recordar los riesgos que afronta la estabilidad constitucional de nuestro país. Es un recordatorio de que no hay Estado plurinacional que haya vivido para contarlo, tanto como una señal de alarma ante la regresión democrática y cultural que significa invalidar la capacidad del Estado para llevar a cabo las políticas de cohesión -en el sentido más amplio del término- que ningún otro sujeto político puede realizar. Es, en fin, una llamada de atención a la izquierda que cambia ciudadanos por territorios y que se suma a otras llamadas de atención de otras mentes igualmente lúcidas, que temen que la deriva nacionalista de la izquierda española no sólo ponga en peligro su continuidad en el poder sino que hipoteque gravemente su presencia y credibilidad en el futuro, cuando una derrota electoral deje en evidencia el vaciamiento ideológico del socialismo.
La advertencia ignaciana cobra sentido: si no se vive como se piensa, se termina pensando como se vive. Y esta izquierda lleva demasiado tiempo viviendo en el culto identitario, tanto que ya piensa, habla, detesta y hasta insulta como los nacionalistas. Ese culto se oficia con la exclusión, con el olvido de la igualdad y las libertades cívicas en beneficio de un comunitarismo falsamente tolerante, con el alistamiento en la etnia frente a la nación constitucional.
El efecto que ha causado tanta ingesta de nacionalismo en esta izquierda de ‘aparatchiks’ es desolador. No es sólo que el sectarismo se haya convertido en refugio del desprecio a lo mucho que ignoran. Es que, dispuestos a consolidar un régimen, entienden la crítica como colaboracionismo y la oposición como disidencia y pretenden dar a ésta el tratamiento disciplinario de los desobedientes. Por eso se multiplican los ‘tinelles’ y se entrecruzan los cordones sanitarios, en primer término contra el PP pero no sólo contra el PP.
Sosa Wagner no es optimista en el sentido de que no comparte la confianza en que el Estado, como el papel, lo aguante todo. La propia elección de la monarquía austro-húngara como antimodelo revela la profunda preocupación del autor por la ruptura de los cauces a través de los que ha fluido nuestra convivencia de manera razonablemente satisfactoria. Lo que es dudoso es que en nuestro país, hoy, la descripción de un antimodelo sea por sí misma disuasoria o por el contrario se convierta en una invitación a seguirlo. La duda es fundada. El insensato enaltecimiento de experiencias disueltas en la tragedia, ya sea el Imperio austro-húngaro, la II República o la estrategia de apaciguamiento del terrorismo revela que persiste entre nosotros una temeraria fascinación por el fracaso. Con libros como el aquí comentado, y con otros bien visibles en el panorama de la reflexión política e histórica, al menos no se podrá decir que nadie lo advirtió.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 25/2/2007