Arcadi Espada, EL MUNDO 18/12/12
Se estrena una serie sobre el asesinato de Carrero Blanco. Uno de los asuntos escabrosos de la democracia y el argumento de Golpe mortal, el gran libro de Fuente, García y Prieto y el periodismo español que no fue ni pudo pagarse. No estoy seguro de que el asesinato de Carrero perjudicara a la dictadura. Pero sí hizo daño a la democracia. Durante muchos años ETA vivió del prestigio que le aportó ese crimen preciso y espectacular, tanto de lo uno y de lo otro que casi nadie creyó que hubiera sido concebido y ejecutado por españoles: aún no se tenía una conciencia exacta de la grosera sencillez del oficio de terrorista.
Incluso entre los que condenaban la actividad etarra se abría siempre un paréntesis de legitimidad a la hora de juzgar la destrucción de Carrero. Estaba basado en que el atentado se había producido contra un funcionario primerísimo de una dictadura y en una silenciosa admiración por su citada ejecución impecable. Luego, durante la transición, en los años de las cien muertes, buena parte del antifranquismo argumentaba que ETA iba liquidando aquí y allá pequeños carreros, antiguos servidores del régimen. Y les reprochaba las muertes con la convicción atenuante de que algo habría hecho la víctima. Esta complacencia fue una de las razones por las que el terrorismo duró. Arranca de Carrero.
Por desgracia, la incomodidad ante el eco del crimen no acaba ahí. Formado, y con bastante marcialidad, en las filas de una explicación de la historia que convertía los hechos de los hombres en un entrecruzamiento de causas económicas, políticas y culturales donde lo menos relevante era el hombre, sostuve durante mucho tiempo que la liquidación de Carrero no tuvo importancia en la evolución del régimen hacia la democracia. Hoy no estoy tan seguro de que sean ridículos los análisis que sostienen que sin Hitler no habría habido Holocausto ni gulag sin Stalin. Aún tiendo a creer que, de haber vivido, habría sido Carrero aquel Arias que llorase ante las cámaras, españoles, Franco ha muerto, y que las cosas hubieran seguido el mismo camino. Pero hay que admitir la posibilidad de que con Carrero en vida todo hubiese quedado mucho mejor (peor) atado. Lo que, sin duda, obliga a situar el magnicidio al único amparo del imperativo kantiano, es decir de la imposibilidad moral de que un hombre use a otro hombre para sus fines.
Arcadi Espada, EL MUNDO 18/12/12