La vida de los otros, por Esperanza Aguirre

ESPERANZA AGUIRRE, ABC 06/05/2013

· Si caer bajo la dictadura nacionalsocialista o bajo la comunista fue una tragedia para cualquiera, mucho más dura fue la tragedia de los millones de ciudadanos de los países de Centroeuropa que, sin solución de continuidad, cayeron primero en una y después en la otra.

· Los totalitarismos «Los dos peores y más aniquiladores totalitarismos de la historia del siglo XX han sido el nazismo y el comunismo. Nunca como en esos dos casos se ha dado una hipertrofia tan absoluta del Estado».

Hoy nadie duda de que los dos peores y más aniquiladores totalitarismos de la historia del siglo XX han sido el nazismo y el comunismo. Nunca como en esos dos casos se ha dado una hipertrofia tan absoluta del Estado puesto al ser vicio de una determinada y equivocada concepción de la persona y de la sociedad, que quiso imponerse a todos los que cayeron bajo su dominio. Nunca como en esos dos casos los individuos se han convertido en más esclavos de los visionarios que impusieron su modelo de sociedad por medio de un Estado inequívocamente totalitario.

El nazismo fue derrotado militarmente en 1945, tras una espantosa guerra mundial, y su derrota militar llevó consigo el repudio universal, de manera que, en los casi setenta años transcurridos desde entonces, sólo desde instancias marginales han surgido voces reivindicando una ideología y un sistema que sembraron de cadáveres Europa y que cubrieron de ignominia a una de las naciones más cultas y desarrolladas del mundo, Alemania.

El hecho de haber contribuido a la derrota del nazismo sirvió –y quizás siga sirviendo– para la supervivencia del comunismo, ideología tan totalitaria y asesina como el nazismo, y que, por haber colaborado en la derrota del nazismo, no sólo no ha provocado nunca el rechazo universal que se merece, sino que ha seguido y sigue concitando la comprensión y, a veces, el beneplácito de demasiados.

Esos que todavía muestran comprensión o simpatía hacia el comunismo, o esos que todavía militan en un partido que no se avergüenza de titularse con el nombre de esa ideología totalitaria, o esos otros que no dudan en gobernar a medias con comunistas, deberían leer las extraordinarias memorias de Heda Margolius Kovály (Praga, 1919-2010), que, con el título de «Bajo una estrella cruel. Una vida en Praga (1941-1968)», acaban de aparecer en español (Libros del Asteroide) y que he tenido la suerte de leer por recomendación de un amigo.

Si caer bajo la dictadura nacionalsocialista o bajo la comunista fue una tragedia para cualquiera, mucho más dura fue la tragedia de los millones de ciudadanos de los países de Centroeuropa que, sin solución de continuidad, cayeron primero en una y después en la otra. Y aún más dura la de los ciudadanos de esos países que, además, eran judíos, porque tuvieron que sufrir el antisemitismo nazi y, después, el antisemitismo estalinista.

Pues bien, Heda Margolius Kovály (de soltera, Bloch) era checoslovaca y judía. Y en este libro impresionante cuenta cómo, bajo la ocupación alemana, fue deportada y llevada a Auschwitz, donde los nazis exterminaron a toda su familia, cómo, a base de coraje, logró escapar de milagro, y cómo, acabada la guerra, recuperó a su primer marido, Rudolf Margolius, también judío y que también había sobrevivido milagrosamente al Holocausto. Cuenta cómo empiezan a rehacer su vida en Praga, y cómo su marido y ella deciden entrar en el Partido Comunista, movidos en parte por el agradecimiento hacia los soviéticos, que eran los que habían liberado Checoslovaquia de la tiranía nazi.

A partir de ahí comienza el infierno de las persecuciones y de las humillaciones a las que el Partido Comunista les sometió a ellos y a su país, que había sido muy próspero y que, con los comunistas, acabó bordeando la miseria. Y comienza el infierno, paradójicamente, con el ascenso de su marido en la jerarquía del Gobierno comunista y tiránico de Klement Gottwald, donde llega a ser secretario de Estado de Comercio Exterior.

Hasta que en 1952 es secuestrado, detenido, aislado y juzgado en la farsa de juicio que le llevó a la horca en diciembre de ese año, junto a otros 11 altos dirigentes, a los que se les obligó a autoacusarse de haber cometido el crimen de trabajar para el capitalismo en uno de los que ahora conocemos como «procesos de Praga». Y para los que aún duden del antisemitismo de los comunistas de aquellos años, bastará con el dato de que, de los 14 dirigentes que fueron juzgados junto a Margolius, 11 eran judíos que habían sobrevivido de milagro al Holocausto.

Heda Margolius se casó después con el filósofo Pavel Kovály y vivieron en Praga hasta que, tras del aplastamiento de la Primavera en 1968, escaparon a Estados Unidos. Después de la caída del Muro volvieron a su país donde murieron. Y, aunque no lo cuente en el libro, es bueno saber que el hijo que en 1947 tuvo con Margolius pudo exiliarse en los años sesenta en Inglaterra, donde ahora es un brillante arquitecto.

El testimonio que esta mujer excepcional da de aquellos años es absolutamente estremecedor y debería ser de lectura obligatoria para todos los que aún se atreven a ser comunistas sin complejos. Y especialmente para todos los que, entre nosotros, se sienten herederos del Partido Comunista de España, que, en 1954, con los cadáveres de Margolius, y de muchos más, aún recientes, celebraba, precisamente en Praga, su V Congreso, como si allí no pasara nada. O, lo que es peor, como si la Praga comunista fuera un modelo de libertad y democracia.

ESPERANZA AGUIRRE, ABC 06/05/2013