España

¿Qué ignorancia o amnesia, qué miedo o pudor, qué extraño prejuicio o inquisición fantástica me van a impedir decir la palabra España como siempre la dije, como suena en Baroja, Unamuno, Celaya, Otero , en los telediarios y en Gran Hermano.

A la plaza que tiene Bilbao junto a la Estación del Norte le quitaron el nombre de España para que recobrara el que había tenido antes de la Guerra Civil, para que volviera a llamarse plaza Circular. Y precisamente para que Bilbao volviera a tener un lugar que se llamara España y no fuera esa plaza, Antonio Basagoiti ha propuesto en un pleno municipal una avenida España en la zona de Abandoibarra que aún se halla poblada de zanjas y hormigoneras. Lo que Basagoiti ha propuesto con buena voluntad es que España haga cola para tener un rincón, como esas parejas de novios que compran el pisito en construcción y esperan dos años a que lo acaben para poder casarse. Pero tampoco así ha sido posible. Razones metafísicas impiden que exista algo -una plaza, una calle, un puente – que en Bilbao se llame con ese nombre de la nación en la que vivimos y de la que no desean irse ni los nacionalistas pues «nada de independencia dice el plan Ibarretxe», según repiten.

España, el lugar de todos, no tiene un lugar en Bilbao. Y por eso yo quiero dedicarle este emocionado artículo a esa palabra que se nos ha revelado insólitamente subversiva; a ese vocablo modesto ante cuya fácil fonética algunos se vuelven con la perplejidad y la ira que despertaban los términos ‘comunismo’, ‘anarquismo’ o ‘democracia’ en los policías franquistas. Quiero homenajear hoy, sí, a esa palabra sin hogar en Bilbao, silenciada y desdeñada, perseguida y prohibida, proscrita y reescrita con cuernos y rabo en lugar de con los pertinentes caracteres alfabéticos; a esa palabra que, misteriosamente y también contradictoriamente, algunos asocian con debilidad racial y con fuerza opresiva, con modernidad avasalladora y con atraso atávico, con dictadores y parias, con reyes católicos y reyes masones. Siempre que se vierten calumnias sobre alguien se le acaba acusando de una cosa y de la contraria.

¿Pero qué dicen! ¿Qué ignorancia o amnesia, qué miedo o pudor, qué extraño prejuicio o inquisición fantástica me van a impedir decir la palabra España como siempre la dije, como suena en Baroja, Unamuno, Celaya, Otero , en los telediarios y en Gran Hermano, en el Festival de Eurovisión y en el Parlamento europeo? La palabra España, sí, que no es un invento de Aznar ni de Manolo Escobar, ni de Paco Ibáñez ni de la cantante Cecilia. La palabra España de Manuela Malasaña, de Azaña, de Pestaña y de la calle Egaña. El callejero es ignorante no sólo omitiendo sino citando. No sabe quién era Egaña.

Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 10/11/2003