Pequeño ejercicio de memoria

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 07/07/13

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· Rikardo Arregi hizo suya la intención de atar la cultura vasca con la modernidad.

Lo que se dice en euskera permanece demasiadas veces recluido en una pequeña parte del mundo de los vascoparlantes. Por esta razón, y por ofrecer un pequeño ejercicio de memoria, transcribo a continuación las palabras expresadas con motivo de la entrega de los premios de periodismo en euskera Rikardo Arregi, en su vigesimoquinta edición, el día 29 de junio en Andoain:

Dentro de pocos días hace cuarenta y cuatro años la muerte atrapó a Rikardo en Mendaro cuando aún no había cumplido 27. Iba camino de Bilbao, a celebrar el primer cincuentenario de la Real Academia de la Lengua Vasca. Los demás académicos de Gipuzkoa, numerarios y correspondientes, iban en autobús, y Rikardo, con un amigo, Ramón Saizarbitoria, en coche, en el coche que era el pago a Gabriel Aresti por la tan difícil tarea de conseguir una licencia editorial y poder poner así en marcha la editorial LUR.

El accidente le trajo la muerte. Pero hay otras maneras de morir: no al borde de los caminos, sino por el olvido que significa yacer entre los muros de los cementerios, olvido que será el destino de la mayoría de nosotros. El nombramiento como hijo predilecto de Andoain, y la creación de los premios de periodismo en euskera que llevan su nombre han evitado, en su caso, el riesgo del olvido. Pero, en mi opinión, Rikardo no pudo evitar otra forma de muerte: el haber sobrevivido vinculado sólo con uno de los intereses que le movieron en su corta pero plena vida, con uno de los campos que trabajó, con una única de las ventanas que abrió, con una sola de las experiencias que vivió, olvidando el resto, o dejándolo de lado, intencionadamente o porque así tenía que suceder.

La memoria de Rikardo ha sobrevivido ligada al euskera. Pues fue él quién en el seno de la Real Academia de la Lengua Vasca puso en marcha las campañas de alfabetización, fue él quien dio un gran impulso al periodismo en euskera. Pero no es justo vincular su memoria sólo a sus trabajos en pro del euskera. Rikardo era mucho más: alguien que contribuyó a abrir al amplio mundo una sociedad vasca que vivía fuertemente encerrada en sí misma, alguien que abrió su mente al marxismo, a un cierto tipo de marxismo, al marxismo del primer Marx, alguien que mantuvo fuertes debates con Txillardegi en torno al socialismo, alguien que trató de analizar, aprender e incorporar sin cesar los movimientos de la nueva izquierda que se iba conformando en Occidente –sus trabajos en torno a Marcuse son testimonio de ello–. Alguien que hizo grandes esfuerzos para liberar a la cultura vasca de su dependencia respecto de la tradición y del Dios que sacralizaba dicha tradición, alguien que hizo suya la intención de atar la cultura vasca con la modernidad.

No hace faltar decir que Rikardo no era el único. Era toda una generación la que estaba inmersa en el maremagnum, y la que trataba de salir del agujero, de la oscuridad y buscar una vida nueva a la luz del sol. Eran tiempos de debate, tiempos de nuevas ideologías, tiempos de descubrimientos intelectuales, tiempos en los que había que beber e incorporar lo que venía de fuera. Tiempos de querer construir un mundo nuevo, días en los que la esperanza era la que mandaba, tiempos vividos desde el futuro. En el caso de algunos, al menos.

Entre los ensayos de Rikardo hay uno que ha quedado más bien silenciado: ‘Euskalzaleen Jainkoa hil behar dugu-Tenemos que matar al Dios de los euskalzales’. En ese trabajo quedan de manifiesto la postura, la voluntad y la esperanza de Rikardo y la de otros de su generación: la necesidad de romper con un Dios que sacralizando una tradición rural era obstáculo principal para llegar a la cultura moderna, devolviendo al mismo tiempo a la cultura vasca, al hombre y al mismo Dios su libertad. Como otros muchos jóvenes Rikardo, viniendo de la fe cristiana y sumergiéndose en el mar del marxismo, había vuelto la espalda a la fe. Pero no se quedó ahí. Renunciando a la fe tradicional encontró un hombre más libre, pero también un Dios más libre. Ambos a la vez.

En ese devenir aparece una de las características principales de Rikardo: la capacidad de cambiar, aprendiendo, examinando, por medio de la crítica, superando la tradición, abriendo la mente y los ojos a nuevos horizontes, y desechando todos los dioses y pequeños dioses que pudieran ser obstáculo para ello.

En los cuarenta y cuatro años que han pasado desde que murió, muchas veces me ha venido a la mente la idea de que la muerte de Rikardo puede ser vista y leída como signo de la muerte de toda una generación: señal de que las esperanzas de entonces, las ganas de aprender, las capacidades de cambio, las ansias de buscar y encontrar un mundo nuevo, las voluntades de ir creciendo con los ojos abiertos hacia el ancho mundo fueron abortadas en cuanto nacieron y desaparecieron en un agujero negro. Algo bien distinto fue lo que se impuso entre nosotros, la violencia, la muerte ejecutada, nuevos dioses, dioses falsos, y entre todos ellos ahogaron inmediatamente la semilla que aún no había florecido.

En lugar del cambio mantenerse en lo de siempre, en lugar de la vida el reinado de la muerte, en lugar del mundo nuevo mitos malsoñados que no son ni viejos ni nuevos, en lugar del debate el dogma impuesto, en lugar de la riqueza de ideas el pensamiento único, todo lo que como losa pétrea aplastó hasta ahogar la semilla que debía haber crecido.

Aquellos tiempos pasaron. Lo que ha ocurrido desde entonces no era lo único que podía haber sucedido. Teníamos a mano otras alternativas. El dogma de la violencia ha destrozado todas las demás opciones, y ha deshecho las esperanzas de entonces. Ahora, nos dicen, andamos sumergidos en la batalla del recuerdo, de la memoria. Quizá debiéramos recordar algunas de las ideas principales de Rikardo si queremos futuro y si queremos labrar una memoria capaz de futuro: el individuo como meta, su libertad, el ser humano en su concreción –aunque el mismo Rikardo cometiera algunos errores lógicos al argumentar esta concreción–, trabajar una crítica acerada contra todos los falsos dioses, mirar hacia fuera en lugar de encerrarnos dentro de casa, esforzarnos por aprender siempre de nuevo, procurar conseguir la libertad de renovarnos y de cambiar. Pues así se define la vida, una vida que no puede ser aniquilada por un accidente, pero sí por comportamientos contrarios que la ahogan con facilidad.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 07/07/13