Enfrentado a la inmediata contienda electoral, el nacionalismo gobernante y sus máximos dirigentes lo han dejado claro: su política se identifica con el proyecto de Ibarretxe y se plantea la secesión como objetivo a alcanzar en un plazo más bien corto.
El nacionalismo se reencuentra así con sus orígenes, reafirma su identificación espiritual con las aspiraciones del Sabino Arana de «Bizkaia por su independencia» -otrora sólo sostenidas desde ETA- y hace sonar, como ha destacado Antonio Elorza en su libro más reciente, «la hora de Euzkadi, con la zeta de la ortografía sabiniana, arcaizante y secesionista». El método no es otro que la apelación a las masas, con el más rotundo desprecio del sistema constitucional y, con él, de las reglas democráticas; y el argumento estriba en una visión idealizada de los logros económicos de la sociedad vasca, dando por supuesto que éstos garantizarán la viabilidad de la futura estatalidad y, con ella, la definitiva pacificación del país.
Es precisamente a esa visión a la que quiero aludir en este artículo, pues el plan de Ibarretxe parece planteado para culminar la decadente trayectoria que, oculta tras el velo del nivel relativo de renta por habitante, ha seguido la economía del País Vasco durante los últimos veinte años. Tal vez alguien se sorprenda con tan contundente afirmación, pues, en esta sociedad más basada en el tópico que en el análisis académico, se nos ha hecho creer que «aquí se vive divinamente», como dice el lehendakari, incluso casi mejor que en ninguna otra región europea. Por tanto, convendrá ceñirse a los hechos fundamentales y, apelando a la benevolencia de los lectores, a sus cifras más representativas.
Comencemos por la población. Si nos atenemos a los datos censales, entre 1981 y 2001 el País Vasco perdió algo más de 52.000 habitantes, constituyendo así, con Aragón, la excepción entre las regiones más desarrolladas de España que, en todos los casos, aumentaron el número de sus pobladores. Y, como consecuencia, la participación del País Vasco en el conjunto de la población española descendió desde el 5,7% hasta el 5,1%. Esta caída en la cifra de habitantes ha estado provocada por dos factores principales: el primero alude a la reducción de la natalidad y no se diferencia demasiado de lo ocurrido en el resto de España; y el segundo, que sí es en cambio singular, concierne a la existencia de un saldo migratorio negativo. Digámoslo con claridad: los vascos se van, y al irse lo hacen en mayor número que los que vienen desde otras localidades españolas. De este modo, en promedio, casi 16.000 personas abandonan la tierra vasca todos los años, en tanto que desde fuera sólo llegan unas 12.000, lo que arroja un saldo medio negativo de 4.000 individuos. Y los que se van, como ha destacado un reciente estudio de Eustat, son preferentemente personas en edad activa -el 61% entre 20 y 49 años- que cuentan con una buena formación -casi la mitad con estudios medios o superiores-, nacidas en el país (51%) y que buscan nuevas oportunidades bien en Madrid, bien en las regiones limítrofes (Navarra, La Rioja y Burgos).
Nuevas oportunidades. Ésta es la clave del abandono. En el curso de las dos décadas referidas, el País Vasco asistió durante quince años a un continuo deterioro del empleo, de manera que su participación en el mercado de trabajo español se redujo desde el 6,1% hasta el 5,5%. Y sólo desde mediados de los años noventa se ha logrado corregir esa trayectoria, aunque a un ritmo similar al del conjunto de España, de manera que aquella proporción ha quedado inalterada. En otros términos, el número de empleos en 2001, cifrado en 889.500, sólo fue un 20% mayor que el de veinte años antes, mientras que las cifras del total español arrojan un aumento de casi el 30%, al pasar de 12,6 millones en 1980 a 16,3 millones en 2001.
No puede resultar extraño, entonces, que la importancia de la economía vasca dentro de la española sea cada vez más pequeña. A comienzos de los años ochenta, el Producto Interior Bruto (PIB) del País Vasco representaba un 7,3% del español; y, desde entonces, siguió una senda descendente hasta 1996, cuando, tras perder un punto, se situó en el 6,3 %. Este último año cambió esa tendencia y, hasta 2000, se anotó un leve avance de apenas una décima, que lo dejó en el 6,4%. Pero en 2001 de nuevo el retroceso se hizo notorio, de manera que en un solo año se perdieron cuatro décimas y la aportación vasca a la economía española se quedó en el 6%.
Población, empleo y PIB. Tres variables fundamentales para la economía y las tres expresivas del declinar del País Vasco dentro de España, de su decreciente capacidad para atraer la actividad productiva, de su camino de postración. Y, sin embargo, la apariencia del nivel de vida medio de los vascos parece desmentir esta realidad disimulándola tras el valor de sus cifras relativas. Veámoslas: al comienzo de los años ochenta, el PIB por habitante llegó a ser en Euskadi casi un 28% más elevado que en la media española; pero al finalizar esa década el diferencial se había reducido hasta el 18% y así se mantuvo durante la primera mitad de los noventa, hasta que, durante su segundo quinquenio, volvió a aumentar de manera paulatina hasta alcanzar una cifra próxima el 23% en 2001. Pero si corregimos estos porcentajes del efecto que sobre ellos tiene el descenso de la población -pues no podemos olvidar que se trata de un cociente entre la renta y el número de habitantes-, entonces se evidencia con toda su crudeza la pérdida de posiciones de la economía vasca.
De este modo, si la población del País Vasco, en vez de disminuir, hubiera crecido de la misma manera que en el resto de España, entonces el PIB por habitante sería, en el momento actual, sólo un 8,5% mayor que la media española; es decir, casi veinte puntos porcentuales menos que hace dos décadas. Digámoslo de otra manera: en Euskadi se ha sostenido un nivel de renta superior al promedio nacional gracias principalmente a la expulsión de varias decenas de miles de vascos que no han podido encontrar un modo de vida digno en su propia tierra o que se han visto obligados a abandonarla bajo la presión del terrorismo y el ahogo excluyente del nacionalismo.
Terrorismo y radicalidad nacionalista son, precisamente, las claves explicativas de esta situación tan negativa. Ya lo destacaron, hace un par de años Alberto Abadie y Javier Gardeazabal en un conocido trabajo que, en su versión definitiva, acaba de publicar la ‘American Economic Review’. En él se muestra cómo, a partir del comienzo de los años setenta y, sobre todo, tras la ofensiva de ETA para desestabilizar la democracia entre 1976 y 1982, la economía vasca se apartó muy intensamente de su capacidad potencial de crecimiento, manteniéndose después esta situación hasta nuestros días, gracias a la continuidad del terrorismo. Y, como consecuencia, el País Vasco ha soportado, durante veinte años, un coste superior al 10% de su producto potencial. Más recientemente, en un artículo aún inédito, los profesores Salvador Barrios y Eric Strobl, de la Universidad Católica de Lovaina, han cuantificado el importante efecto negativo que el terrorismo ha tenido sobre las inversiones de capital internacional en la economía vasca, haciéndole perder así oportunidades para su desarrollo.
Pues bien, lejos de reconocer y remediar estos problemas, el lehendakari, con su plan secesionista en el que, en definitiva, se asume el objetivo independentista de ETA, no hace más que agravarlos. No repetiré ahora, otra vez, las estimaciones que, acerca de sus probables efectos de reducción de la actividad económica y del empleo, de aumento del gasto público y de los impuestos necesarios para financiarlo, y de deterioro del sistema de protección social, con sus negativas secuelas sobre el coste del trabajo y la competitividad de la economía, ya he publicado en estas mismas páginas. Esos costes de la ‘no España’ han empezado ya a producirse, en los últimos meses, con la pérdida de mercados, el aplazamiento de los programas de inversión y la deslocalización de las actividades de algunas empresas. Ibarretxe lo supo, de primera mano, en su ronda inicial de entrevistas con los principales actores del mundo económico vasco. Pero ha sido inútil. Llevado de su autismo político, persiste en su intención de conducir a la sociedad vasca hasta el borde de la ruptura con España. «¿Adónde vamos?», se preguntó hace ya mucho tiempo el gran poeta Gabriel Aresti. Hoy visualizamos con claridad la respuesta: el País Vasco, de la mano de sus gobernantes nacionalistas, se encamina hacia su definitiva postración.
Mikel Buesa, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
EL CORREO, 6/5/2003