PELLO SALABURU, EL CORREO 08/09/13
· Lo que ha ocurrido este verano, en Pamplona, en Bilbao y otros sitios, es una muestra de que los de la izquierda patriótica siguen en su mundo. Solo el delegado del Gobierno ha puesto un poco de juicio en esto.
Cuando hace algunos años comenzaron a aparecer en los balcones de muchos edificios oficiales unas pancartas que decían ‘Bakea behar dugu’ nadie tenía la más mínima duda sobre lo que la frase quería decir: que ETA dejase de matar, de amenazar, de secuestrar, de poner bombas. Que ETA desapareciese de una vez de nuestras vidas. A eso llamábamos todo el mundo ‘bakea’, es decir, ‘paz’. La cuestión central que aseguraba la paz era esa, todo lo demás eran adornos. Los ciudadanos queríamos que al abrir el periódico o al escuchar las noticias, no hubiese ninguna que nos llevase de forma irremediable a hablar sobre ETA. Pues bien: eso ha sucedido ya. Es verdad que ETA no ha entregado las armas, pero mientras no las use para apuntar al contrario, a muchos –tengo la impresión de que a la inmensa mayoría– nos da absolutamente igual lo que la organización terrorista quiera hacer con ellas. Lo importante es que ETA ya no mate ni destroce familias. Lo importante es que nadie se siente violentado o amenazado ni comience la mañana mirando con disimulo los bajos del coche. Esa era la situación con la que se soñaba cuando se colgaban aquellas pancartas. Era un sueño lejano, porque cada día la realidad nos indicaba lo contrario. Hasta que a ETA no le ha quedado más remedio que bajar el rabo.
Claro que eso no solucionaba todos los problemas. Ya es demasiado tarde para resolver alguno de ellos: nada va a devolver la vida a ninguno de los cientos de asesinados de forma tan miserable. En otros, tanto el anterior gobierno como el actual han buscado vías para intentar que al menos las víctimas de grupos de extrema derecha o de abusos policiales tengan un reconocimiento que las rescate del olvido, aunque hablemos de hechos acaecidos mucho antes de que se colgasen las pancartas. El PP debería tener la inteligencia suficiente para sumarse a esos esfuerzos que solo buscan dignificar un poco más esta sociedad tan maltratada. Se debería ir más allá, por supuesto, y rascar en archivos para saber por qué jueces y policías dieron carpetazo a estas graves agresiones, y por qué hasta hace poco, cuando todavía las pancartas reclamaban paz, se han venido cerrando sumarios sin exigir responsabilidades sobre sucesos que deberían alarmarnos a todos. Esto lo han reclamado organizaciones internacionales, sin que ninguna autoridad se dé por aludida. Pero, con todo, el problema central de la sociedad –me limito a constatar la realidad, no a emitir opinión– era otro: queríamos que ETA desapareciese de nuestras vidas.
Luego viene el período posterior: cómo conseguir que la izquierda patriótica, con esquemas de funcionamiento tan alterados, se integre en una sociedad democrática; cómo lograr un relato creíble y aceptable de los sucedido; cómo abordar acuerdos civiles de base más amplia, etc. Los responsables políticos entendieron, con razón, que sería bueno obtener el máximo consenso y pusieron en marcha, en instituciones y en acuerdos extraparlamentarios, distintas iniciativas que pusiesen las bases para una convivencia mejor: ponencias o planes de paz, encuentros sistemáticos, etc. Pero en estos esfuerzos no se ha subrayado con claridad algo que es evidente: el más beneficiado de cualquier plan de paz firmado por todas las fuerzas democráticas es la izquierda patriótica. Es ese mundo el que más va a ganar, porque un plan de paz le da credibilidad, un plan de paz avalado por todos le asegura un hueco compartido en la sociedad, le posibilita salir de un mundo cerrado, le asegura abrir las vías para plantear en el futuro otras iniciativas que a día de hoy no tienen ninguna posibilidad de prosperar. Pero parece que no se han dado cuenta de ello, y no están por la labor.
Lo que ha ocurrido este verano, en Pamplona, en Bilbao, en Azpeitia y en varios otros sitios (la prensa no recoge lo que sucede en pueblos pequeños, pero ahí están los programas de fiestas) es una muestra clara de que siguen en su mundo: queriendo pasar página sin haberla leído antes, dando lecciones de democracia, sin asomo de arrepentimiento, interpretando con sabiduría el sentir del pueblo e impulsando iniciativas inocentes que solo el resto ‘ politiza’, porque ellos están, faltaría más, por encima de esas tonterías. Ya lo ven, viejas costumbres en tiempos nuevos. Ellos se limitan a vivir las fiestas de forma alegre y combativa, pasito a pasito, ante la aquiescencia del resto de partidos que miran a otro lado inventando excusas inverosímiles, en lugar de coger el toro por los cuernos. Por la paz un avemaría, no hemos aprendido mucho. Soy absolutamente contrario a la existencia de la Delegación del Gobierno (¿no estamos contra las duplicidades? ¿A qué esperamos?), pero solo el delegado ha sido capaz de poner un poco de juicio en esto.
Pues bien: es el momento de decir basta, así no hay plan de paz que pueda funcionar. Si quienes van a resultar los más beneficiados creen que el plan favorece más a los demás que a ellos mismos, no hay mucho que hacer. Que pase el tiempo, no hay prisa, es la izquierda patriótica la que más tiene que perder. Los demás estamos en la situación que reclamaba la pancarta. Los políticos harían bien en dedicar su tiempo a otras prioridades. Así que tranquilidad, sin prisas, no tenemos nada que ganar –y sí mucho que perder– si seguimos en este plan. Cabecear contra un muro provoca ansiedad.
PELLO SALABURU, EL CORREO 08/09/13