El autor propone como mejor manera de deslegitimar la violencia terrorista el darle la voz a las víctimas». Cuando las víctimas recuperan la voz que el terrorismo intenta acallar se desmoronan los eufemismos que impregnan el lenguaje justificador de la barbarie
El 16 de diciembre Maite Pagazaurtundua, junto a otras víctimas del terrorismo, apoyó en Bilbao la ilegalización de Batasuna al considerar que esta formación complementa el terror etarra que ella sufre. Juan José Ibarretxe prefirió promocionar en Córdoba lo que ha definido como su plan de pacificación, a pesar de que no contiene ninguna medida contra el grupo culpable de que, para más vascos que andaluces, la paz sólo sea un sueño.
El lehendakari de todos esos vascos amenazados por ETA no ha apoyado la ilegalización de Batasuna, decisión sobre la que es posible esgrimir argumentos a favor y en contra. Lo que carece de legitimidad política alguna es la deliberada distorsión que desde el nacionalismo se ha hecho de dicha medida. Para personas como Maite Pagazaurtundua, la ilegalización de una organización que apoya a ETA es un método de defensa contra quienes cobardemente le acaban de arrebatar a su hermano. Para ella, el cerco a quienes hacen funcionar el entramado etarra representa la esperanza que quizá le permite seguir resistiendo en tan desigual combate. En cambio, Ibarretxe y el nacionalismo vasco se han empeñado en presentar como un brutal ataque contra la pluralidad de las ideas la esperanza de víctimas indefensas por que la impunidad cese. Como parte de esa degradante estrategia, el nacionalismo respaldó una manifestación contra la ilegalización de Batasuna con el lema ‘Todos los proyectos, todas las ideas, todas las personas’. Se proyectaba así una imagen de falso pacifismo, pues las ideas y proyectos violentos no pueden ni deben ser admitidos sino combatidos, al violar éstos la dignidad del ser humano.
«La amenaza de ETA te cambia todo. Apenas sales de casa. Casi no conozco mi ciudad. El problema no sólo eres tú, sino la familia, la mujer y los hijos. Esto no es vida». Es el testimonio de demasiados ciudadanos vascos que no pueden defender sus ideas, sus proyectos, y a los que no les pertenece ese país de prosperidad que Ibarretxe describe en su mal llamada propuesta de paz.
Estas personas necesitan demostraciones inequívocas de que las palabras de condena a ETA se traducen en acciones destinadas a poner fin a su amenaza. Son algo más que gestos simbólicos lo que requieren. A diario afrontan el miedo, la angustia y la desazón que genera sentir y saber que el resto de la sociedad progresa a un ritmo diferente. Además de luchar contra ETA, estas víctimas deben enfrentarse al insulto y al desprecio, como el que contenía un artículo publicado por ‘Deia’ en enero, en el que se descalificaba al Foro de Ermua como un grupo que «reúne a los más beligerantes partidarios del enfrentamiento civil en Euskadi».
El mecanismo de resistencia de muchos vascos lo constituyen agrupaciones cívicas como el Foro de Ermua y Basta Ya. Esas personas a las que se acusa de «beligerantes» y de desear «el enfrentamiento civil» son precisamente las que con coraje lo evitan, conteniendo un instinto muy humano como es el de la respuesta violenta frente a la agresión. Si estas víctimas que resisten con admirable estoicismo se hubiesen tomado la justicia por su mano, hace tiempo que Euskadi habría entrado en un sangriento enfrentamiento civil similar al de Irlanda del Norte, donde el terrorismo de reacción ha sido perpetrado por actores de diversos signo. Entonces cobraría pleno sentido la ‘ulsterización’ de un País Vasco en el que las víctimas responden al terror y el dolor con una paz valiente, erigiendo una resistencia que otros critican, pero a la que no se le puede negar el hecho fundamental de que se hace desde el pacifismo y no desde la violencia como la que se perpetra contra ellos.
Argumentan algunos de quienes descalifican a dichos grupos que ser víctimas no les da derecho a que todo el mundo comparta sus ideas. Sí les da derecho al respeto y a que sus reivindicaciones no se tergiversen invirtiendo los roles de víctimas y victimarios. Desgraciadamente, en esa manipulación se aprecia una coincidencia con la estrategia nacionalista frente a la ilegalización de Batasuna, que en ningún momento ha sido considerada como la defensa a la que recurre, desde la legalidad, la sociedad civil al ser agredida. Se logra así una humillante difusión de la responsabilidad por el denominado conflicto: ésta ya no recae tan sólo sobre ETA sino, paradójicamente, también sobre quienes son víctimas de ella. Es éste un fenómeno perverso y tremendamente contraproducente para el final del terrorismo que evoca la lógica sintetizada por Joseba Egibar al subrayar la relación de «mutua necesidad» entre el PNV y el brazo político de ETA.
La mejor manera de deslegitimar la violencia terrorista es darle la voz a las víctimas». Así lo indicó, durante el reciente foro sobre ‘Periodistas, guerra y terrorismo’ celebrado en Bogotá Ismael Roldán, prestigioso psiquiatra y académico colombiano premiado por sus investigaciones sobre la violencia. Cuando las víctimas recuperan la voz que el terrorismo intenta acallar se desmoronan los eufemismos que impregnan el lenguaje justificador de la barbarie. El discurso de las víctimas expone la hipocresía de farsantes que se presentan como expertos en resolución de conflictos proponiendo ‘soluciones imaginativas’ que ‘humanicen el conflicto’. El conflicto ha sido ‘humanizado’ desde el momento en el que las víctimas comienzan a serlo, ya que no son objetos, sino seres humanos que sienten y padecen. La sangre que derraman es real, humana, de ahí que resulte tan dañino que las causas de sus desgracias sean envueltas en el celofán de un lenguaje neutro que no es verdaderamente de paz sino, por el contrario, deshumanizador. La auténtica paz exige honestidad, verdad. Un ‘proceso de paz resolutivo’ obliga a que se identifique y encare aquello que debe resolverse, esto es, el terror que impide dicha paz. De ninguna eficacia resultan ambiguas y genéricas apelaciones al diálogo cuando en realidad con ellas sólo se evita abordar cómo hacer frente a quienes lo niegan, esto es, los terroristas.
El Gobierno vasco podría cederle a las víctimas el protagonismo que merecen promoviendo la siguiente iniciativa en los medios de comunicación públicos. En los programas de mayor audiencia de la radio y la televisión vasca o en los informativos más escuchados de dichos medios, cada día se podrían introducir durante unos minutos testimonios de víctimas del terrorismo como parte de una serie especialmente elaborada para tal fin. Puesto que el terrorista que asesina carece de empatía por sus víctimas y parte de la sociedad se halla anestesiada, quizá ésta sea una forma de conmover provocando la reacción de algunos. Quizá así las víctimas encuentren un altavoz para expresar sus sentimientos y relatar sus historias con el fin de que la sociedad vasca tenga presente que hay seres humanos que sufren a ETA a diario y desde hace mucho tiempo. Quizá quienes les descalifican comprendan así un poco mejor por qué el horror de la violencia condiciona sus actitudes. Quizá de ese modo sientan algo de apoyo social, que debe complementarse con un respaldo político y judicial que no sea meramente verbal.
Con cada asesinato se reproducen las denuncias sobre el clima insoportable de intimidación impuesto por ETA. Al transcurrir unos días la atención mediática disminuye, pero la fatiga que el terror crea continúa para muchas personas. Las víctimas siguen sufriendo mientras el resto de la sociedad avanza liberada de ese lastre. Entretanto, destacados representantes del nacionalismo no violento insisten en prostituir la paz exponiendo otra coincidencia con quienes entienden la paz como una táctica más en su estrategia de guerra. A menudo, al igual que hicieron los obispos vascos en su comunicado del año pasado, se utiliza la amenaza de la confrontación social para justificar la condescendencia hacia el entorno etarra. Sin embargo, la división provocada por la agresión terrorista es ya una dolorosa realidad, no una hipótesis de futuro. La fractura social tiene rostros, nombres y apellidos, los de unas víctimas que necesitan la paz más que nadie y cuya sensación de desprotección posee implicaciones personales y políticas que no deben seguir siendo ignoradas.
«La mejor manera de deslegitimar la violencia terrorista es darle la voz a las víctimas». El Gobierno vasco puede devolverles esa voz con una iniciativa en los medios de comunicación como la sugerida. Frente a las abstracciones conceptuales de engañosos planes de paz, las historias de esos seres humanos de carne y hueso víctimas del terrorismo pueden contribuir a detener la deshumanización del conflicto en la que tanto invierten los falsos pacifistas.
Rogelio Alonso, EL CORREO, 20/2/2003