Es un cúmulo de despropósitos, improvisaciones y abusos lo que ha dejado a los políticos en el segundo lugar de las preocupaciones ciudadanas. Pero la credibilidad política alcanza sus peores niveles cuando la Justicia pone en la calle a un preso de ETA como Troitiño seis años antes de lo que le habría correspondido.
En tiempos de incertidumbre como estos, nuestros políticos han logrado instalarse en la cabeza de salida en el ‘ranking’ de la preocupación de los ciudadanos por méritos propios. El descrédito de la política ha anidado con tantas telarañas en nuestra sociedad que la cocina del CIS, en sus últimos estudios de intención de voto, ha tenido que maquillar los resultados para suavizar el ‘cate’ del pueblo llano. Desdoblada la economía en el paro y la crisis, como si se tratara de dos problemas distintos, esas son las preocupaciones que les quitan el sueño a los sufridos contribuyentes y en tercer lugar aparecen los políticos ostentando, en realidad, el segundo puesto de la ‘pole’.
Un título nada grato, pero logrado a pulso al mostrarse ineficaces en las propuestas, escasos de transparencia en los discursos y con limitada capacidad de rendir las cuentas claras, tal como debería ser su obligación. Cómo han llegado a perder esa imagen tan digna que llegaron a cosechar en los primeros tiempos de la Transición no es la pregunta que se formulan, precisamente, los protagonistas de esta historia, que han pasado de ser vistos como los ‘conseguidores’ de la resolución de los problemas a ser los provocadores de los mismos.
Algo parecido a lo que le ha ocurrido al presidente Zapatero dentro y fuera de su partido, en donde la degeneración del ‘efecto ZP’ en el ‘lastre Zapatero’ ha acabado provocando el anuncio de su retirada. En plena campaña electoral, la desafección ciudadana hacia los políticos se percibe como un fenómeno generalizado que podría cobrarse un precio en las urnas, con la excepción del País Vasco en donde los políticos, desde luego, tampoco se salvan del reproche ciudadano.
La anomalía democrática que aún se padece en Euskadi hasta que no desaparezca el terrorismo está provocando la lógica crispación electoral, porque las diversas argucias del entorno político de ETA para volver a recuperar poder en los ayuntamientos y diputaciones logra mantener una tensión ante la que resulta más inexcusable que en ningún otro lugar plantearse la tentación de la abstención. No es solo la economía, ni la corrupción, ni los privilegios malentendidos de algunos representantes parlamentarios; ni siquiera la desconfianza que generan algunas actitudes de fiscales y jueces instalados en permanente contradicción en torno al entorno político de ETA, dependiendo del momento político. Es un cúmulo de despropósitos, improvisaciones y abusos lo que les ha dejado a los políticos a los pies de los caballos del segundo lugar en la preocupación de los ciudadanos. Y ahí llevan ya más de un año.
«No os extendais mucho en la opinión sobre la carrera electoral porque, en cuanto nos oyen hablar de la sucesión de Zapatero, la audiencia baja automáticamente». En estos términos emplazaba una líder mediática a sus contertulios en un programa de televisión, a los que reconocía que «cuando tenemos entrevista con políticos, la audiencia cambia de canal». Hasta estos extremos hemos llegado en un país que, lejos de parecerse al transatlántico al que desafortunadamente se refirió Zapatero en su periplo chino, se asemeja a un buque fantasma con cinco millones de parados.
Pero la prima de riesgo de la credibilidad política alcanza sus niveles más preocupantes cuando la Justicia pone en la calle a un preso de ETA como Troitiño, con 22 asesinatos sobre su historial, seis años antes de lo que le habría correspondido. Aparte de provocar una segunda herida en las víctimas del terrorismo, este caso ha generado una alarma social que no logrará aplacar la reunión plenaria que tiene previsto celebrar la Audiencia Nacional a la vuelta de vacaciones de Semana Santa. Son movimientos, como los que se produjeron en torno al ‘caso De Juana Chaos’, que sólo crean fisuras donde tendría que existir un bloque democrático fuerte y sólido como una roca.
Los nervios electorales no pueden justificar que, en campaña, valga todo para arremeter contra el adversario. Dirigentes como Elena Valenciano hablando de la «foto de la infamia» -refiriéndose a la presentación del libro de Chelo Aparicio sobre las memorias de Carlos Iturgaiz, que reunió al expresidente Aznar con tres dirigentes de su partido que fueron ministros del Interior- se descalifican por sí mismas.
Pero así está el clima. A mamporro limpio. Dolores de Cospedal comparando torpemente la foto del etarra excarcelado con la del vicepresidente Rubalcaba escurriendo el bulto ante las preguntas sobre el ‘caso Faisán’ en sede parlamentaria. Y desde el PSOE, pidiendo la dimisión de la secretaria general popular. En el PP vasco mordiéndose la lengua para no saltar a cada descalificación del ‘aparato’ socialista, que muchas veces prefiere olvidar que si Patxi López es lehendakari se debe al apoyo de los populares. Solía lamentarse Ramón Jaúregui de lo poco agradecido que se mostraba el lehendakari en los tiempos en los que el PNV contó con la colaboración de los socialistas en los ejecutivos de coalición. Pues bien, ahora muchos socialistas repiten la misma actitud con sus socios del PP. No es el caso del lehendakari, que enmendó la plana a Jesús Eguiguren, quien se manifiesta ya abiertamente a favor de romper con el PP. A destacados dirigentes socialistas, algunos de ellos candidatos electorales, les incomoda mirarse ante el espejo porque ven a su lado, y sosteniendo el Gobierno, al PP. La incógnita a despejar es la duración de este apoyo político. ¿Aguantará Basagoiti al Ejecutivo hasta el final de la legislatura?
Tonia Etxarri, EL CORREO, 18/4/2011