El PNV vuelve al eje central vasco, con un hábil y calculado apoyo al declinante Zapatero. Partida de mus: el órdago sobre Bildu fue perfecto; si no resultó decisivo, lo pareció. Entre Bildu y Mayor Oreja, un PNV pacificador, la línea del líder nacionalista que dimitió.
El general Rafael Maroto llevó al paredón a los generales carlistas que conspiraban contra la línea pactista. Sin los fusilamientos de Estella no habría habido abrazo de Vergara. Maroto, nacido en Lorca y fiel a la causa de Don Carlos por motivos más bien cartesianos –no aceptaba el reinado de una niña de tres años–, garantizó a sus oficiales el reconocimiento isabelino de los empleos, grados y condecoraciones, y obtuvo del general Baldomero Espartero la promesa liberal de elevar a las Cortes españolas el pleno reconocimiento de los fueros vascos y navarros. Así concluyó en 1839 la primera guerra carlista.
La cuarta guerra del norte –quinta, según se mire, puesto que algunos historiadores estiman que la Guerra Civil fue el episodio más cruento del ciclo carlistas– va camino de concluir lentamente, sin abrazos, ni grandes declaraciones de adiós a las armas, como consecuencia de una acción policial de una enorme eficacia y de la glaciación económica que está teniendo lugar en toda Europa. Los tiempos están cambiando y los simpatizantes de ETA se van haciendo mayores. Los tiempos se están complicando y fuera del País Vasco y Navarra, los dos territorios más ricos de las Españas, comienza a hacer frío, mucho frío.
Sin fusilamientos de Estella no hay abrazo de Vergara, pero el Tribunal Constitucional acaba de legalizar a la coalición Bildu con una presteza que lo dice todo sobre la tortuosa casación del Estatut de Catalunya. Se ha abierto la espita para una rendición sin foto. La acción terrorista se acabará por inanición, con el riesgo de algunos atentados fuera de control.
Bildu es la espita para que los simpatizantes de ETA con mejor expediente puedan ir tomando asiento en las dos regiones más prósperas de la Península. Se están haciendo mayores y desean una vida tranquila. Los más lúcidos aspiran a que las enciclopedias digitales añadan en los próximos años un comentario positivo a la crónica de un gran fracaso: «Después de haber asesinado a más de mil personas y diezmados por la policía, frenaron. Parte de sus simpatizantes se integraron en la acomodada mesocracia vasco-navarra, y tras tortuosas negociaciones consiguieron cierta indulgencia para los presos con condenas menos graves». Un cierto perdón. Ese será uno de los grandes debates en la España encogida, modesta y desorientada de los próximos años.
País Vasco: 2,2 millones de habitantes (el mismo censo que hace treinta años); una pirámide de edad en progresivo envejecimiento y una baja cuota de inmigrantes (6%). Tres trimestres consecutivos de crecimiento económico en plena recesión española. Una industria bien orientada en el exterior (especialmente la tecnología de las energías eólica y solar, y la fabricación y venta de máquina-herramienta en los países emergentes). Un privilegio fiscal derivado del abrazo de Vergara que casi nadie discute y que la Constitución española ampara. Una ciudad de Bilbao que atrae turistas y que ha aprendido a fabricar unas bonitas txapelas de colores para las señoras que ríete tú de las elegantes boinas de las parisinas. La progresiva configuración de un espacio regional de nuevo tipo con Navarra (el AVE unirá las cuatro capitales forales y las conectará con Madrid y Francia). Las dos principales escuelas de cuadros del orbe católico (la Compañía de Jesús y el Opus Dei) a menos de 200 kilómetros: antes muy enfrentadas, ahora un poco menos. Un plantel de profesionales muy competitivos trabajando en el extranjero. Unas cajas de ahorro saneadas que finalmente han pactado la integración. Una lengua que se sabe minoritaria, pero segura en el interior de su sólido caparazón. 800 presos de ETA en las cárceles. Más de cien mil votos para Bildu en las próximas elecciones municipales y forales, especialmente concentrados en la provincia de Guipúzcoa. Y un relajamiento que hace muchos años no se observaba. Dicen en Bilbao que en algunos bares se vuelve a hablar de política.
Hasta aquí las líneas generales. Luego viene la partida de mus, muy difícil de seguir para los que no son del país. La sociedad vasca percibe la legalización de Bildu como un éxito del PNV. Los de Sabin Etxea le echaron el órdago a Zapatero –sin Bildu, te retiramos el apoyo– y los teléfonos del ala Este de la Moncloa no daban abasto. Dando la razón a Josu Jon Imaz, el PNV ha retomado la centralidad. Vuelve a ser el partido que decide y tendrá un buen resultado el domingo. Legalizada Bildu, tenían que seguir demostrando que son decisivos en Madrid. Por ello propiciaron la derrota de los catalanes en la votación sobre el fondo de competitividad. El PNV, tronco principal de un mundo antiguo, próspero, narcisista y astuto, no tiene amigos, sólo tiene intereses.
Enric Juliana, LA VANGUARDIA, 16/5/2011