Justicia poética

El viernes, unos tipos que votarán a Bildu agredieron a las ocupantes de un coche electoral de UPyD en San Sebastián. Una de ellas era Estíbaliz Garmendia, la viuda de Joseba Pagazaurtundua. Comprendo a Pascual Sala, aun desde un subjetivismo radicalmente distinto: son estas cosas las que deberían ponerle la carne de gallina.

La criticada sentencia del Tribunal Constitucional en la que daba a Bildu el pase a la fiesta de la democracia ha revolucionado las encuestas con un punto de justicia poética. De todas las fuerzas que clamaban por la legalización de la nueva (ma non troppo) coalición, la única que gana en términos absolutos es propiamente Bildu. Los socialistas pagan. Pasan de ser la segunda fuerza electoral a la tercera. El PNV perderá en favor de Bildu varios ayuntamientos de cierta importancia, la mayoría absoluta que habría ganado en Bilbao el buen hacer de Iñaki Azkuna y, en el peor de los casos, una diputación foral. Aralar, que tanto se ha empeñado en la legalización, ha visto cumplido su objetivo: como era previsible, los votos que le dieron presencia en los ayuntamientos, junto a Ezker Batua, van a volver a su ser, que no es Eusko Alkartasuna ni -perdonen la risa floja- Alternatiba, sino ese magma de «independientes», que escribía entre comillas hasta el propio Tribunal que los legalizó.

La portavoz Ezenarro recalcó el sábado la credibilidad de su partido: «Nadie en Aralar, en ninguna circunstancia, va a justificar la violencia». No como otros, podía haber añadido. Orwell llamaba a esto una fe nacionalista, «cosas que son y no son al mismo tiempo». La confianza en las buenas intenciones de Bildu se resiente un poco cuando el espacio que van a ocupar se lo tenemos que ceder nosotros. A 22 meses escasos de las elecciones autonómicas de 2013, el partido que creó Patxi Zabaleta en una escisión de Batasuna tiene puesta fecha de caducidad; los cinco escaños que obtuvo esta legislatura por ilegalización de la casa matriz volverán donde solían en la próxima.

Es una mala noticia. En los extraños caminos hacia la paz que sueña Zapatero, al final siempre salen derrotados los que se habían separado de verdad de la violencia. Recuerden que el primer efecto del proceso que puso en marcha al llegar a La Moncloa fue la derrota de los etarras que ya se habían rendido: Francisco Mujika Garmendia (Pakito), Iñaki Bilbao Beaskoetxea (Iñaki de Lemona), Ignacio Arakama Mendia (Makario), Carlos Almorza (Pedrito de Andoain), Kepa Solana y Koldo Aparicio, que, en agosto de 2004, habían escrito una carta a la dirección de la banda abogando por el cierre: no es el espejo retrovisor, es el motor, la lucha armada, lo que no funciona. Ningún Gobierno central va a querer negociar con nosotros. En éstas, Arnaldo da el mitin de Anoeta y Zapatero levanta el dedo: «Yo sí estoy dispuesto». Algo debió sospechar cuando los que estaban dispuestos a dejarlo fueron expulsados de la banda que se aprestaba a negociar con él.

Un eterno retorno. Aralar ya es historia, y no sólo Aralar. Vamos a asistir a la disolución paulatina de Eusko Alkartasuna en una solución de «independientes» al cumplirse los 25 años de su fundación. Todo lo hemos visto antes. Peio Urizar repetirá el airoso papel de Juan Carlos Ramos, secretario general del Partido Comunista de las Tierras Vascas (EHAK), que, en 2005, ofreció sus listas como rebaño de Polifemo para que los «independientes» de Batasuna salieran de la cueva atados al vientre de sus ovejas. Urizar tiene un futuro político como el de Ramos, a quien asignaron un honroso 10º puesto en las listas de Vizcaya. ¿Serían ustedes capaces de recordar cómo se llamaba el secretario de Acción Nacionalista Vasca antes de convertirse en la mula de Batasuna antes de las municipales de 2007? Pues eso.

Para conocimiento de las almas pías: el viernes, unos tipos que votarán a Bildu el domingo agredieron a las ocupantes de un coche electoral de UPyD en el barrio de Eguía, en San Sebastián. Una de ellas era Estíbaliz Garmendia, la viuda de Joseba Pagazaurtundua. Comprendo a Pascual Sala, aun desde un subjetivismo radicalmente distinto al suyo: en mi opinión, son estas cosas las que deberían ponerle la carne de gallina.

Santiago González, EL MUNDO, 16/5/2011