Ocupas consistoriales

ABC 17/06/15
IGNACIO CAMACHO

· Y pretenden ser insurrectos con sus estrambotes. Nada hay menos subversivo en política que un pesebre de concejal

EL cargo de concejal es lo menos que se despacha en política pero tiene toda la dignidad que a su función confiere la representación legítima de los ciudadanos. A tal efecto la democracia suele proveer sencillas ceremonias inaugurales en las que los electos efectúan una promesa simbólica de acatar la Constitución para solemnizar un poco el rango, puesto que la obediencia de la ley es algo a lo que de todos modos están obligados. No se trata de una imposición autoritaria sino de un rito cívico que rodea a la toma de posesión de cierta formalidad honorable.

Con esta mentalidad de okupas que traen imbuida de su reciente pasado de asaltatapias, muchos nuevos ediles de la izquierda podémica y cimarrona han dado en considerar que su llegada a los Ayuntamientos constituye un hito revolucionario comparable a la toma del Palacio de Invierno. Una suerte de golpe antisistema en vez de un acto de integración en él, que es en lo que efectivamente consiste. Y han escenificado sus tomas de posesión con discursitos de rebeldía que no se atreverían a pronunciar ni en la graduación del Bachillerato, en el supuesto de que lo hayan terminado. Es una historia antigua que viene de la famosa muletilla batasuna del «imperativo legal», enriquecida por esta tropa adanista con matracas y estrambotes presuntamente subversivos para enmascarar su evidente abandono de la insurgencia y su ingreso en la nómina del pesebre presupuestario. No hay nada menos sedicioso ni más rutinario en política que convertirse en concejal; ese cielo que pretenden asaltar está tan bajo que hasta gente de esta estatura moral lo tenía al alcance de la mano.

Ahora bien. La democracia son principios y formas: con las unas se respetan los otros. Y si hay un formulismo preceptivo para aceptar el cargo es menester cumplirlo en su integridad, en condiciones de igualdad con el resto. Lo del imperativo legal está avalado por la jurisprudencia pero habrá que ver si encaja en el orden jurídico este florilegio de infantiles proclamas de amotinamiento de salón: declaraciones de autodeterminación, decálogos feministas, expresiones de lealtad republicana, mugidos independentistas y hasta bandas consistoriales usadas como cintas de pelo. Una parodia democrática, un sainete procaz, una caricatura, un remedo. A esto se presenta uno voluntario; si no te gustan sus compromisos implícitos puedes seguir ocupando corralas.

El Estado, o sea, la ley, ha de actuar para desenmascarar esta farsa. La Fiscalía y la Junta Electoral están tardando en investigar la posible invalidez de la pantomima feriante. Si la fórmula no es legal la toma de posesión ha de ser revocada. Y si lo es, si para asumir la condición representativa basta con firmar y recoger el acta, óbviese la burla y suprímase el rito. Ahorrémosle a la ya muy maltratada Constitución al menos el escarnio explícito de una vejatoria abolición de palabra.