EL BLOG DE IÑAKI ARTETA – 19/06/15
· Hay personas que son una piedra. No en el sentido de duras, que también, sino en el de estar siempre ahí, en el mismo lugar, en el sitio de las convicciones verdaderas. A la vez son un espejo en el que te miras y te ves bastante mejorable.
Algunas cosas no habrían podido ser o serían mucho peores sin este tipo de personas en el mundo, y de haber existido veinte como ellas en cada generación, todo sería diferente. En la selección mundial de personas ejemplares sólo están las que como ella tienen las auténticas cualidades humanas. Esas que tantos despistados no terminan de adivinar cuales son, a pesar de tener ejemplos tan deslumbrantes tan a la vista.
Hay muy pocas personas que soporten un análisis minucioso, riguroso, en el repaso de su vida como Ana Mª. Su historia es larga, difícil, novelable, pero todo se resume enseguida. De las siete virtudes del Bushido, el código de los samurais japoneses, Justicia, Coraje, Benevolencia, Respeto, Sinceridad, Honor y Lealtad, las cumplía todas. Como una guerrera empleó hasta ayer todo su tiempo y energía en hacer todo el bien que pudo.
Supo cómo construir su vida y la de su familia, tras ser víctima del despiadado ataque del ultranacionalismo. Era una víctima del terrorismo, de ese colectivo al que la gente corriente le cuesta poner una cara. Su vida cambió el 10 de enero de 1980 y como las Teresas de Calcuta que han existido, se dedicó a mejorar la vida de los desfavorecidos del mundo pero sin irse lejos. Un mundo que dejó desahuciados de la vida civil, viudas de asesinados por una patria loca, hijos desvalidos por la intolerancia. Ana Mª organizó y protegió sus vidas, atemperó su futuro. Como hizo por ellos lo que no hicimos los demás como sociedad, se puede decir que nos la arregló bastante sin habérselo pedido.
En los barrios ricos, en las instituciones democráticas cuyas puertas defendía su marido tampoco le hicieron mucho caso. Eso da lo mismo para personas como ella. Cuando uno sufre más por otros que por sí mismo, se acerca a eso que algunos llaman santidad.
Qué alegría de vida la de trabajar entre las infelicidades de los demás.
La Tierra será hoy un lugar tan bueno o malo como ayer, pero en la gente que la conoció hace tiempo que se instaló un brote que sólo puede generar bondad.
Ana María Vidal Abarca ha muerto el 15 de junio de 2015