DAVID GISTAU, ABC – 08/07/15
· Después del referéndum, el paradigma antieuropeo ha ido derivando a lo ideológico.
Me preocupó la posibilidad de que el concepto de orgullo griego se ampliara a otro de orgullo meridional, adjetivo que de pronto comenzó a circular. Como en un fatalismo geográfico, y sin ni siquiera necesitar coartadas con las que justificar un fracaso de semejante dimensión, España podría haberse visto así adosada a la unidad de destino equivocada y arrastrada a la condición de excrecencia exótica. Algo para lo cual, por otra parte, vienen contribuyendo con gran entusiasmo los rapsodas de la dignidad helena que tienen abiertas en España sucursales electorales y mediáticas y que ya se sienten parte de un linaje orgulloso, digno y seminal que se remonta al siglo de Pericles y a una gloriosa estirpe de pensadores que eximen hasta de pagar en los bares: qué gran hallazgo progresista, el del descuento socrático imponible al acreedor.
Qué habría sido de nosotros si, apenas una generación después de la adhesión a Europa que en verdad constituye el acontecimiento determinante y final de la Transición, nos hubiéramos visto obligados por la casualidad de ser meridionales a compartir ese relato según el cual el continente se divide entre pueblos-víctima, fallidos pero honrados y muy simpáticos con las castañuelas o el sirtaki, y un norte mitológico, en perpetuo desembarco predador como cuando Odín, sin sociedad ni naturaleza humana detectables, en definitiva, el IV Reich.
Después del referéndum, el paradigma antieuropeo ha ido derivando de lo geográfico a lo ideológico. Lo cual supone un alivio, porque no ha de arrastrarnos a los españoles todos, no, al menos, mientras Podemos no obtenga poder suficiente para convertir el orgullo griego en política de Estado española. Los defensores de la soberanía, aparte de que jamás comprendieron que Europa consiste precisamente en rebajarla, en abrazar otra que trasciende los minifundios de los odios antiguos, han encontrado en Grecia el pretexto para que se cohesionen todas las contracciones nacionalistas, ya provengan de la extrema izquierda o de la extrema derecha.
Todas las suspicacias terruñeras, cejijuntas, por definición antieuropeas, aferradas a patrioterismos caducos y claustrofóbicos, de pronto utilizan Grecia para embardunar su miserable conciencia de sí con una falsa pátina de nobleza popular. Observen hasta qué punto no es un espacio geográfico, que en él conviven sin conflicto el neofascismo de Farage y Le Pen con el neocomunismo de Iglesias o el bolivarismo y hasta Falange, para que no falte de ná. Es decir, una involucionista complicidad de todas las periferias europeas, de todos los arrabales de nuestro sentido moral, justo en el momento, y esto es lo peligroso, en que la crisis y lo tonta que es la gente cuando sucumbe a los instintos primarios les han dado la insólita oportunidad de pasar de lo residual a lo institucional.
Me los imagino todos juntos, como los judíos de Brian, preguntándose qué ha hecho por nosotros Europa: «¡Las autopistas!», dice uno, para empezar.
DAVID GISTAU, ABC – 08/07/15