¿Qué ha fallado?

JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 22/07/15

· Crear «nacionalidades» no podía acabar bien en un pueblo sin la menor experiencia democrática.

La lectura del libro «El guionista de la Transición», sobre Torcuato Fernández-Miranda, escrito por su sobrino nieto Juan, me ha dejado envuelto en la pesadumbre. Aquel hombre de gesto adusto, mente afilada y grandeza de espíritu que le permitía prescindir de la ambición personal acertó dos veces: al diseñar la Transición y al predecir que, tal como se había llevado a la práctica, portaba en sí los gérmenes de su propia destrucción. Antes de seguir, dos palabras sobre el autor: Juan Fernández-Miranda, redactor jefe de la sección de España de este periódico, demuestra una madurez impropia de su juventud, al no dejarse arrastrar por la querencia familiar y avalar con hechos cuanto escribe. Posiblemente le venga del tío abuelo, cuya figura no necesita ditirambos para destacar sobre sus contemporáneos.

La Transición fue obra de tres hombres: el Rey Don Juan Carlos como motor, Suárez como ejecutor y Fernández-Miranda como diseñador del plan para pasar de un régimen totalitario o autoritario –no vamos ahora a discutir sobre eso– a uno democrático, «de la ley a la ley». Justo lo contrario de lo que se intenta en Cataluña para lograr la independencia: «del fraude de ley al fraude de ley», presumiendo incluso de ello, como si burlar la ley fuera un mérito.

Fue un éxito. Un éxito tan grande que nos impidió ver los errores cometidos. A quien no podían escapar era al padre del invento, que nada más puesto en marcha los detectó. El primero y más grave de ellos, la nueva articulación del Estado. Eso de crear «nacionalidades», término espurio, no podía acabar bien en un pueblo sin la menor experiencia democrática, y encima, con dos rangos, las «históricas» y las no históricas, fomentando el vicio nacional, la envidia, con el resultado del «café para todos», que no dejó satisfecho a nadie. Torcuato Fernández-Miranda lo adivinó y lo advirtió muy seriamente, pero no le hicieron caso. Ante lo que se fue a morir a Londres, pienso, para no ver el fracaso de su obra, que hoy comprobamos.

España no puede permitirse un Estado de la Autonomías con 17 Parlamentos, 17 Tribunales Superiores de Justicia, 17 Defensores del Pueblo y toda una burocracia estatal, no ya por razones económicas –tenemos más funcionarios que Alemania, con la mitad de la población–, sino porque las «nacionalidades» derivan de las naciones, y las naciones devienen en estados, empezando por las tres que se creen más que las demás, aunque a estas alturas todas tienen ya su himno, su bandera, su día de fiesta nacional y el resto de los atributos estatales. ¡Qué cada autonomía! Cada ciudad, y, por el camino que vamos, pronto lo tendrá cada pueblo. Buenos somos los españoles para ser menos que los vecinos.

Tu tío abuelo, Juan, no fue un político. De haberlo sido, hubiera aceptado la presidencia del Gobierno que le ofreció el Rey. Pero prefirió ser presidente de las Cortes, porque en ese puesto podía servir mejor al Rey y a España. Con lo que demostró ser un hombre de Estado. Y Estado es lo que falta hoy en España, en la clase política y en la ciudadanía.

JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 22/07/15