LUIS VENTOSO – EL MUNDO – 25/07/15
· Qué retrógrados esos alcaldes populistas pisoteando la libertad ajena.
Hoy 25 de julio, Día de Galicia y de Santiago, el patrón de España, confieso que por lo que he leído aquí y allá albergo dudas de que sus restos reposen en la catedral que lleva su nombre (y lo mismo pensaban y piensan muchas eminencias de la historiografía). Pero doce siglos después de su supuesto hallazgo por el obispo Teodomiro en Iria Flavia, la vinculación de Santiago con Galicia constituye un poderoso símbolo de la cristiandad y alimenta una de las arterias que ayudaron a armar de verdad Europa. Sin necesidad de creernos la leyenda, los católicos la aprovechamos para venerar entre aquellos muros románicos la prédica de Jesús y el esfuerzo asombroso de sus discípulos, unos rústicos de Galilea que se jugaron el cuello, perdiéndolo casi siempre, para difundir con éxito un maravilloso mensaje de fraternidad y perdón. Riadas de no creyentes recorren también embelesados la senda jacobea, y raro es el que no llega al Obradoiro con el ánimo elevado por encima de las chaturas de lo material, creyendo vislumbrar un algo más.
Pues bien, a toda esa gente le va a faltar al respeto un tal Martiño Noriega, alcalde de Santiago desde mayo con una victoria pírrica, a tres concejales de la mayoría absoluta, pero que considera que le otorga carta blanca para ofender al grueso de sus vecinos. Haciendo el ridículo con entrega y fatuidad, Martiño no entrará hoy al templo del Maestro Mateo para asistir a la ofrenda al Apóstol. Recibirá a las autoridades en la plaza y se sumará a la copichuela del vermú VIP. Pero la catedral, ni hollarla, porque, a falta de una sola idea concreta para mejorar la vida de los ciudadanos de Santiago, trata de singularizarse con julandronadas sectarias que van contra el libre albedrío de sus vecinos, orgullosos mayoritariamente de su apóstol y de su ofrenda.
Querido Martiño, te va a sorprender, pero resulta que no, la ofrenda no la inventó Franco. El primer atisbo data ya del año 845, con el «Voto de Santiago» del rey Ramiro I. Luego cobró formalidad el 17 de junio de 1643, en célula de Felipe IV, que ordenó lo siguiente: «He resuelto que estos mis reynos de Castilla envíen al Santo Apóstol en cada un año perpetuamente mil escudos en oro del dinero que se distribuye por su mano; los quales ha de llevar a aquella santa iglesia, en mi nombre y de los Reyes mis sucesores, el alcalde mayor más antiguo de la Audiencia de mi reyno de Galicia y hacer entrega de ellos el mismo día del glorioso Apóstol cada año».
En cualquier país europeo avanzado una tradición así sería motivo de mimo y orgullo, y más cuando la catedral es un faro en todo el continente. Y eso es precisamente lo que sienten la mayoría de los gallegos. Pero son suplantados por unos alcaldes intolerantes, que con un respaldo muy pelado –el coruñés ni siquiera ha ganado– pretenden encarnar el sentir de todos sus vecinos. Quienes no piensan como ellos quedan señalados y son vituperados con el epíteto más querido por la caverna de la intransigencia: «Facha». Alcaldes populistas que pisotean las ideas y libertades de los demás, incapaces de aportar algo que no sean sofismas revisionistas cargados de rencor. Hediondo aroma retrógrado. Y llevan solo dos meses…
LUIS VENTOSO – EL MUNDO – 25/07/15