LUIS VENTOSO – ABC – 26/07/15
· Vivir con el hecho diferencial (que no aparece).
Entre copas noctámbulas y miraditas diurnas en la ligoteca –perdón, biblioteca– es muy común encontrar en la universidad a la persona con la que te casas. Debido a que estudiamos en Pamplona, mis dos hermanos y yo, coruñeses, acabamos con tres vascos, dos bilbaínos y una donostiarra (y ahí seguimos pasados los lustros, porque los vascos han resultado fetén y porque además divorciarse es agrio, caro, muy cansado y, a ciertas edades, incluso un poco hortera).
En teoría, esta alianza vasco-gallega, que mis padres acogieron con su habitual relajo zumbón, suponía la unión de gentes de dos territorios de marcado hecho diferencial, lo que llaman de modo absurdo «comunidades históricas» (nadie tiene más «historia» que Asturias, León o Aragón). Mis padres, que no poseían apellido que no fuese gallego y que se entendían entre ellos en ese idioma, eran sin embargo antinacionalistas, señaladamente él, que tras navegar por mares varios sentía repelús ante lo de mirarse al ombligo y pensar que el propio terruño es un edén amurallado.
El pionero que vivió la alianza de civilizaciones con los vascos fui yo, con los Eguinoa. Mis padres y mi suegra organizaron una de esas comidas formales de conocimiento mutuo, que si nos ponemos finos, o vintage, llamaríamos «pedida de mano». La suegra, líder clara de la parte contraria, se había criado en la raya pirenaica, en el último pueblo antes de Francia. Hasta los ocho años solo habló vascuente. Aquella mesa rezumaba más hecho diferencial que la comedia de Dani Rovira. Huelga decir que pasada la timidez de los primeros minutos la conversación se tornó animadísima, de enorme familiaridad. Al margen de nuestra cultura propia y vivencias locales, compartíamos una evidente identidad, la que nos daba el hecho de que todos éramos españoles: los mismos recuerdos, idioma, televisión, historia, fútbol, política, estilo de vida…
Luego, con las bodas de mis hermanos, seguí conociendo vascos de todos los tamaños, pelajes e ideas, casi siempre excelentes. Del Athletic y de la Real, pro España y nacionalistas, voceras y reservados. Lógicamente, jamás me he sentido entre extranjeros, algo que sí habría sucedido de haber emparentado con una familia de Oporto, a un paso de Galicia.
Llevo casi dos décadas buscando con denuedo el «acusado hecho diferencial» y los «problemas de encaje». Pero no aparecen. Es cierto que ellos comen el pescado casi a pelo y los gallegos lloramos sin una compaña de «pataquiñas». Es verdad que en navidades, cuando ha corrido el morapio, emergen las arreboladas tonadas autóctonas. Es evidente que cada uno vibra con la literatura, historias y mitologías de su país. Pero el pegamento cordial de la españolidad es insoslayable. Está siempre ahí, incluso con los que no sintonizan con España.
Por eso no me sorprende nada que una encuesta del Gobierno nacionalista vasco reconozca que los pro España golean 55-33 a los separatistas. Lo que sí me sorprende es que un país que no se va a romper ni de coña se sienta en jaque porque dos fanáticos de cinta de Berlanga han planteado una pataleta ilegal –separarse a la brava– que no les compran de verdad más del 30% de los catalanes.
LUIS VENTOSO – ABC – 26/07/15