ORFEO SUÁREZ – EL MUNDO – 02/10/15
· El temor de la izquierda al maniqueísmo del nacionalismo dejó a la población emigrante de los barrios obreros sin voces que verdaderamente representaran sus aspiraciones en la vida política catalana.
La política y el periodismo son vasos comunicantes, parte de una élite que corre el riesgo de construir una realidad virtual si se separa de la calle. El paradigma de esa disfunción es la creación de líderes políticos en los platós de televisión, como ha sucedido con Pablo Iglesias, Antonio Miguel Carmona o hasta Pedro Sánchez, todos tertulianos, y ante lo que únicamente caben dos conclusiones: o la política no es lo que nos explicaron o nuestro tiempo, definitivamente, ha pasado. El debate sobre Cataluña lleva mucho tiempo separado de la calle, especialmente de una parte, hacinada en guetos durante el tardofranquismo, abandonada por la política en democracia, sin voces, sin autoestima, traicionada por un partido que no reivindicó ni su clase, ni su cultura, por un socialismo de nouvelle cuisine que reaccionó de dos formas ante el nacionalismo: la aquiescencia y el miedo.
Como decía uno de los mejores redactores jefe con los que trabajé en Barcelona, sindicalista puro, «Pasqual Maragall es un socialista al que le molesta el olor de las batas azules». Esas batas, y los hijos y nietos de quienes las llevaban, son ahora clave para decantar a una Cataluña que siempre ha sido de dos mitades; la diferencia es que ahora está fracturada, porque el debate ha pasado de la billetera a la sangre. Los años de abandono, de falta de liderazgo y de referencias dificultan la movilización de quienes políticamente son, somos, hijos de nadie.
La crecida de Ciutadans pasa por ese caladero que todos han frecuentado en coyuntura electoral. Hasta Jordi Pujol se paseaba por una Feria de Abril que visitaban más personas que la original, en Sevilla. Sin embargo, la génesis intelectual, incluso elitista, del partido de Albert Rivera tiene poco que ver con la idiosincrasia de los barrios obreros donde no se ha producido una identificación con la política como la que existió con el extinto PSUC de López Raimundo. Cuando Inés Arrimadas habla, como hizo en este periódico, de seducir a los independentistas con el proyecto de una España distinta, acierta en el verbo, pero no en el complemento directo. A quien deben seducir, por una parte, es a los catalanes que no son independentistas pero pueden sentirse agredidos en su cultura si el nacionalismo catalán se combate con nacionalismo español. Eso ha sucedido.
Por otra, a los Altres Catalans, los otros catalanes, como escribió Paco Candel, quien ya dijo, en la Transición, que sin ellos no sería posible la construcción de Cataluña. La baja identificación les hace, incluso, susceptibles de modelos populistas, como el de Xavier García Albiol en Badalona. El independentismo al que quiere acercarse Arrimadas es insaciable, persigue un fin para el que las negociaciones son como las metas volantes en el ciclismo. Artur Mas perteneció a una formación política y a un tiempo que sólo utilizó la amenaza de la independencia como mecanismo de presión en las transacciones. A Oriol Junqueras, al menos, hay que reconocerle que es claro. El líder de ERC ha llevado el debate al umbral de las emociones, el más difícil de combatir, después de que los nacionalistas hayan hecho con la Historia lo mismo que Ferran Adrià con la cocina: deconstruirla para ofrecerla por separado. Las partes no saben como el todo.
La viñeta final que caricaturiza la traición del PSC a los castellanohablantes es la de José Montilla en la Generalitat. Un político del Baix Llobregat, nacido en Córdoba y ex alcalde de Cornellà, incapaz de dar un giro a la política cultural seguida hasta entonces, marcada a fuego por el pujolismo, porque le preocupaba más legitimarse entre la sociedad catalana. En realidad, no era un líder. Era sólo un apartchik entre la supervivencia y el complejo. La misma sensación llevó a muchos hijos de emigrantes de Andalucía o Extremadura a avergonzarse del origen de sus padres, especialmente al abandonar los barrios de la periferia y escalar profesionalmente. Le sucede al protagonista de Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, aunque en su caso encarna a un emigrante de las primeras oleadas, que se entreveraron en las zonas altas de la ciudad, en Gràcia o el Carmelo. Las segundas provocaron la construcción de barrios simétricos, de altísima densidad, en las áreas del Besós y el Llobregat, lugares donde nuestras Navidades eran palmas y donde proliferaban las peñas del Real Madrid.
El club blanco es el segundo con más aficionados en Cataluña (9,6%), por un 63,9% de seguidores del Barcelona y un 2,2% del Espanyol, según datos del Baròmetre de la Comunicació i la Cultura. El Barça ha sido uno de los espacios sobre los que se ha construido una de las ficciones nacionalistas. Al contrario de lo que pretendían arribistas como Joan Laporta, es la institución más integradora y transversal de Cataluña, por lo que se enfrenta a un difícil equilibrio en este proceso. De sus aficionados, sólo la mitad (51,7%) son catalanohablantes, según la misma fuente. Su himno dice tan sa val d’on venim (es igual de dónde venimos) y el presidente que, en pleno franquismo, acuñó el eslogan més que un club, Narcís de Carreras, es el padre de uno de los intelectuales más sólidos y más posicionados frente a la deriva nacionalista, Francesc de Carreras.
La operación urbanística de la periferia fue dirigida por el alcalde franquista José María Porcioles, homenajeado por todos los partidos democráticos a su muerte, con la intención de evitar el barraquismo y liberar a la ciudad, pero la consecuencia fue la creación de guetos que no favorecían la integración. Hasta la siguiente generación, de hecho, no empezó a producirse, aunque en muchos casos con la sensación de abandonar una parte de la identidad, como si el sistema, la política, negara la realidad, la condición mestiza de la sociedad catalana, refrendada por la estadística. Entre los 20 primeros apellidos más comunes en Cataluña, según datos del INE recogidos y agrupados por el actuario y especialista en estadística Juan Diego Lozano, el primero catalán que aparece (Vila) es el vigésimo. Lo tienen 17.814 personas por las 122.311 que se apellidan García, el primero en la comunidad catalana y en España. Sólo 6.221 personas tienen Mas como primer apellido. De los miembros del gobierno nacionalista de la Generalitat, el que tiene uno más común es precisamente Santi Vila, compartido por 17.814 habitantes.
El nacionalismo nunca ha reivindicado la impresionante cultura catalana en castellano, hasta el punto de recriminar a Joan Manuel Serrat que cantara en español. Esa presencia la han constatado los grandes imperios editoriales en castellano, como Planeta, Plaza & Janés o Anagrama, los escritores y hasta los intérpretes de flamenco, como Mayte Martín, Miguel Poveda o Estopa. Los dos primeros son de Badalona, mientras que el dúo de hermanos es de Cornellà, donde el padre ha regentado un bar llamado La Española.
Lo más recriminable no fue el impulso institucional al catalán, necesario en un momento histórico, sino la postergación del castellano, lo que ha llevado a muchos ciudadanos a situaciones esquizofrénicas. Hay parejas con el catalán como lengua materna en ambos casos que han optado porque uno de los dos niegue su idioma en la intimidad para hablarle a sus hijos en castellano y que así puedan practicarlo, dado que en la escuela y en su familia se habla catalán. Bastaría con que el sistema les ofreciera esa posibilidad. También se ha dado al revés, por supuesto. No hay mejor ejemplo de la identidad perdida que la renuncia a hablar a tus hijos como te hablaron tus padres. La realidad, pese a todo, es que quienes serán bilingües de forma más sólida serán los hijos de los castellanohablantes.
Desde el resto de España, en ocasiones, se ha situado el problema linguístico fuera de la realidad, y eso compete en parte al periodismo, en el que también hemos de hacer autocrítica. Es más importante la materia que el vehículo en el que se imparte la materia, pero durante años únicamente se discutía de la dicotomía castellano-catalán. Los últimos 25 años de escuela maniquea han dejado su semilla. Un gran número de esos alumnos son hoy votantes. La enseñanza es una herramienta de vertebración perdida por un Estado débil, no sólo en Cataluña. Las conversaciones a cuatro en las que se cruzan los dos idiomas, algo habitual, han sido observadas desde el resto de España como una falta de educación, cuando, en mi opinión, son la mayor muestra de madurez de una sociedad bilingüe, aunque la política nacionalista haya conseguido que algunos nos preguntemos si somos, realmente, de alguna parte.
Orfeo Suárez es redactor jefe de EL MUNDO.