DAVID GISTAU – ABC – 17/11/15
· La transversalidad del asesinato es tal que lo trasciende todo. A los judíos. A los aficionados al rock. A los parisinos. A los franceses.
Si dos habitantes de una gran ciudad que no pertenecen a ámbitos sociales muy remotos se ponen a comparar la gente a la que conocen, tarde o temprano descubrirán que tienen amigos o al menos relaciones comunes. Los habitantes de París hacen estos días una exploración semejante y muchos, al menos los de cierta generación, se dan cuenta de que están conectados con alguien que murió en los bares o en el Bataclan. Con uno que los días laborables comía su menú en el mismo lugar. Con uno que es primo de un amigo del colegio.
Con todos, en realidad, los que ese viernes por la noche hacían algo que todos los parisinos de cierta generación y ciertos gustos han hecho alguna vez y podrían haber estado haciendo en ese preciso instante, en esos mismos lugares. Es la impresión de haber sido aludida toda ella que cierta generación madrileña tendría si fueran asaltados los teatros y los bares de Latina.
Esta transversalidad de la muerte –tanto hablar de lo transversal, y helo aquí–, que en realidad siempre fue el catalizador del miedo usado por el terrorismo –que todos nos sintamos objetivos–, ha motivado en las interpretaciones de estos días algunas aberraciones morales que atribuiremos a la conmoción del momento. Por ejemplo, ésa según la cual las matanzas son más fáciles de explicarse y de sobrellevar si las padecen sólo judíos: personas en las que es posible detectar una culpa de ser que mantiene la muerte contenida en unos límites tolerables. Pongan un policía en la puerta de sus colegios y sigamos con nuestras vidas.
En realidad, la transversalidad del asesinato es tal que lo trasciende todo. Trasciende a los judíos. A los aficionados al rock. A los parisinos. A los franceses. Hasta abarcarlo todo en Occidente e incluso en la parte del islam que es masacrada por crímenes sectarios, por mentalidades apocalípticas. Esto es una mala noticia para quien pretendiera no darse por aludido. Para quien creyera que ciertas tareas podrían delegarse otra vez en sociedades más fuertes y dispuestas al sacrificio. La española no está entre ellas: su Bataclan lo desaguó contra su propio gobierno, sin conciencia alguna del enemigo, puesto que darle credencial de existencia equivale a tener que combatirlo, y España lleva toda la contemporaneidad occidental replegándose para que eso lo hagan otros mientras nosotros debatimos con pasión en los cafés. Ahora en el «tuiter». Hay varios burladeros en los que escaquearse.
El del pacifismo y los iconos amables, el de la propuesta de lanzar en paracaídas Yoko Onos que hagan la pedagogía del abrazo de civilizaciones. Hay otro que consiste en descubrir la comodidad en la que vive la nación segundona que delega las tareas y no teme castigo porque no asume las consecuencias punitivas de la responsabilidad. Ambas modalidades proliferan en España. En su sociedad. En sus dirigentes. En esos aspirantes a dirigente que, como Pablo Iglesias, han hecho de la deserción el modo de cultivar un criterio propio.
DAVID GISTAU – ABC – 17/11/15