IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/11/15
· La respuesta de Francia es la que corresponde a una nación libre, consciente de su superioridad moral sobre la barbarie.
Ni pacifismo gazmoño ni mala conciencia: combate y orgullo. El socialista Hollande, un político hasta ahora mediocre situado ante una tesitura histórica, ha triturado con coraje los tópicos de ese sedicente progresismo europeo para el que Occidente siempre tiene la responsabilidad de sus propias desgracias y debe pedir perdón como eterno culpable del mal en el mundo.
Con la sangre de sus compatriotas aún visible sobre las calles de París, el presidente francés se ha levantado sobre el pedestal de los valores republicanos para proclamar su determinación de liderar una respuesta implacable, la que corresponde a una potencia europea consciente de su superioridad moral sobre la barbarie. Sin remordimientos ni pusilanimidades. Ha hablado de destruir al ISIS, no de contenerlo ni de apaciguarlo, y ha prometido una demostración de legítima cólera democrática contra los enemigos de una libertad amenazada. El raid aéreo sobre Raqqa y el rumbo del portaviones De Gaulle en el Mediterráneo dan a entender que Francia –que es una nación seria, no un simulacro– no está dispuesta a dejarse intimidar ni a consolarse con una retórica vacua.
Esa convencida resolución desmonta los mecanismos mentales de cierta izquierda acomplejada por una mezcla de apocamiento y sectarismo conspiranoico, que encuentra en cada ataque antioccidental una suerte de expiación de los pecados del sistema. Desde el 11-S, el resentimiento ideológico contra el modelo de democracia liberal siempre halla una remota justificación para el terrorismo yihadista –el conflicto palestino-israelí, los desequilibrios económicos, la invasión de Irak y Afganistán, el negocio de las armas–, que vendría a ser la expresión radical de una suerte de lucha global de clases en la que los islamistas desempeñarían el papel de heroicas masas oprimidas. La extensión simultánea de un relativismo buenista en las opiniones públicas de las sociedades libres ha generado un clima de biempensante indefensión sobre el que el terror golpea con una eficacia impune.
Es esa impunidad la que Hollande parece dispuesto a combatir –sí, combatir– con toda la irreprochable fuerza que inspiran los principios de una nación fundadora de la modernidad política. Su filiación socialista resulta crucial para la generación de un consenso social sobre la importancia de este desafío que no es contra Francia sino contra Europa y su forma de vida, que incluye la integración de los musulmanes en una comunidad desarrollada. Todos los errores, contradicciones e injusticias de esta sociedad imperfecta palidecen ante la salvaje opresión medieval del integrismo islámico, y en todo caso la democracia permite someterlos a un continuo debate regenerativo. Pero ésta es la hora de la defensa de los valores primordiales, y no van a ser los fánáticos del kalashnikov, hasta ahí podíamos llegar, los encargados de hacernos la autocrítica.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/11/15