DAVID GISTAU – ABC – 25/11/15
· A los niños les está permitido creer que de las armas nos protegerán las flores.
Uno de los momentos más desprovistos de sentido del ridículo del siglo XX ocurrió cuando John Lennon y Yoko Ono se metieron en la cama de la habitación 1742 del hotel Queen Elizabeth de Montreal para recrear la horizontalidad estática de la paz y el amor. ¡No a la guerra! Encomiable esfuerzo el de estos militantes que habrían fenecido de no existir el servicio de habitaciones.
Como una nuevas «précieuses», Lennon y Ono se pasaron días recibiendo en la cama a celebridades de la cultura que peregrinaron hasta ahí como hasta el santuario de un gurú sanador con poderes de levitación. Entre ellos, se coló un impertinente, el dibujante Al Capp, que enfureció a la pareja hasta el punto de hacerle perder el karma hippie con una sola pregunta: «¿Qué habría sido del mundo si las democracias se hubieran quedado en la cama en lugar de combatir a Hitler?». Como mínimo, el mundo se habría convertido en un lugar parecido al de la ucronía de Philip K. Dick, con campos de exterminio instalados a las afueras de Nueva York. ¡No a la guerra!
La analogía sirve para comprender la insensatez del rebrote del no a la guerra. Que no se encama, sino que ansía achicar espacios tomando la calle como ya hizo en el advenimiento de Zapatero. Este intento de reactivación pacifista tiene sentido en un contexto electoral –una pistola láser para desintegrar gobiernos de derecha– y si se asume que el no a la guerra, además del antifranquismo después de muerto Franco, es el único relato glorioso que cohesiona a la izquierda: no está dipuesta por ello a perder ninguno de los dos. El del no a la guerra dejó al PP tan traumatizado que, mientras es requerido por las potencias, Rajoy pide a su secretaria que alegue siempre que está reunido para ver si así logra estirar la decisión hasta después de las elecciones.
Para ocultar las diferencias del momento actual con Azores, el no a la guerra necesita hacer dos esfuerzos cínicos: humanizar al ISIS y pretender que la guerra es de agresión porque habría empezado con los bombardeos franceses, y no con Bataclán o hace cuatro años y 300.000 muertos que Occidente contempló desde la cama. O sea, como decir que la guerra de Hitler no empezó con la invasión de Polonia, sino con una agresión de las democracias en Normandía.
De toda la pornografía verbal que circuló estos días, una de la más demagógica –qué sorpresa– fue la reflexión de Iglesias acerca de los soldados que vuelven metidos en cajas de madera. Como si él no supiera que los Estados y los militares de países en serio tienen asumida por sentido de la vocación y de la responsabilidad la teoría romana del «limes» según la cual el riesgo de que los soldados regresen metidos en cajas de un confín del mundo se asume cuando hay un riesgo alternativo, el de que acaben en cajas de madera los asistentes a un concierto de rock en las mismas calles de tu capital. Esto ya es para adultos. A los niños les está permitido creer que de las armas nos protegerán las flores. Y Kichi diciendo no a la guerra.
DAVID GISTAU – ABC – 25/11/15