IGNACIO CAMACHO – ABC – 11/12/15
· La actitud ante Podemos marca la distancia entre el hombre que engrandeció la socialdemocracia y el que la hundió.
Junto al alma en pena de Pedro Sánchez se pasean por la campaña los iconos de las dos almas históricas del PSOE: González y Zapatero. Mientras Felipe lleva fruncido su ceño de gato viejo y listo, preocupado por la jibarización del partido bajo un liderazgo casi transparente, ZP zascandilea sonriente desde la frontera ideológica con Podemos, que es una especie de hijo natural suyo al que no puede dejar de mirar con la vaga simpatía de una complicidad sentimental.
La actitud ante la irrupción de Pablo Iglesias marca la distancia entre el hombre que engrandeció la socialdemocracia y el que la hundió; el defensor de los opositores venezolanos ataca con expresión pétrea «a los que han cobrado por asesorar al chavismo», y el invitado de Maduro sólo es capaz de señalar con indulgencia que «Podemos quiere ser como nosotros». Faltando a la verdad o a la exactitud, como casi siempre: es a él a quien acaso le gustaría dejarse la desenvuelta coleta política que le cortó la Troika una mañana de mayo.
Lo que ambos expresidentes, que se detestan, saben es que Podemos es una criatura del zapaterismo, una destilación extremada pero lógica de aquel izquierdismo adanista que quería revisar la Transición y ejecutar la ruptura de los pactos constitucionales. También debería saberlo Sánchez, cuyo gran defecto es la incapacidad para devolverle al maltrecho socialismo una voz y una identidad propias, empeñado como está en moverse en un eclecticismo táctico, vacío de ideas y de proyecto, como remordido por la tradición histórica que cuestionan esos emergentes que le cuestionan la primacía frente al PP.
Su gran problema es que este PSOE no sólo no se asemeja al de González sino que vive condicionado por el destructivo legado zapaterista. Y encima sólo parece arrepentirse de lo poco que Zapatero, aunque tarde y a la fuerza, hizo medio bien.
El candidato socialista está atenazado en ese perfil sin atributos, inocuo, gaseoso, basculante. La agresividad radical de Iglesias le cohíbe para atreverse a reencarnar el pragmatismo gonzalista, el que vertebró desde la centralidad la gran hegemonía socialdemócrata; teme que sus votantes oigan con agrado, tal vez como el propio ZP, el discurso desacomplejado del populismo. Por eso Felipe intenta socorrerlo insistiendo en su estrategia de siempre, la de achicar a cualquier fuerza que creciese a la izquierda del PSOE.
Pero a Sánchez le pesa, le cuesta reflejarse en espejos de la «vieja política», como hace Albert Rivera respecto al espíritu de Suárez. No encuentra el tono ni el camino ni la referencia. La suya es una campaña desvaída, emparedada en contradicciones, cuya esperanza se sostiene tan sólo y a pesar de todo en el peso memorial de las siglas y en la renqueante inercia bipartidista. Pero oprimido entre las dos almas de esa tradición no logra rescatar más que el espectro enclenque de un partido en ruinas.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 11/12/15