A esto llaman políticos

GABRIEL ALBIAC – ABC – 21/01/16

Gabriel Albiac
Gabriel Albiac

· La ruina nacional no les concierne. Les conciernen sus cuentas corrientes. Que se contabilizan en escaños.

Ante la grieta tectónica de un mundo que se desmorona, los políticos españoles persiguen con ahínco un objetivo: preservar sus sueldos. No debiera asombrarme: teoricé que la política en España era la combinatoria monótona de una casta endógama, hace siete años, en mi libro Contra los políticos. No le sentó demasiado bien a nadie: era un época en la cual todavía hablar de «casta» no estaba bien visto. La política –tal era la tesis de aquella meditación en 2008– había quedado en sólo un acto escénico. Farsa, de cuyo buen rodar viven muchos. Y bien. Y sin el engorro, tan plebeyo, de tener que trabajar.

Esos muchos, que pastan en el presupuesto público a cambio de nada, han ampliado su gremio con algunas nuevas siglas, en diversa medida pintorescas. Pero un político sigue siendo, en España, un político: variedad benevolente de parásito que alimentamos entre todos, porque mejor no meterse en líos ni aventuras que acaban siempre mal para el que no manda.

Ayuno de una realidad que le repugna, sólo de palabras teje el político sus escenografías. Hueras. Y nosotros hacemos como que estamos viendo mundos prodigiosos, porque él lo dice. Aunque no vemos, de verdad, otra cosa que no sean apolillados lienzos, cuya acuarela se descascarilla y cae ya como un pobre maquillaje, derretido con las primeras luces de la madrugada: la representación ha sido demasiado larga.

Shakespeare hacía que el Prospero de su Tem-pestad cerrara la farsa con el desmontaje de la tramoya escénica: «Nuestros divertimentos tocan fin. Estos actores, espíritus eran y se disolverán en el aire, en el seno del aire impalpable; y, a semejanza del edificio sin base de esta visión, las altas torres, cuyas crestas tocan las nubes, los suntuosos palacios, los solemnes templos, hasta el inmenso globo, sí, y cuanto en él descansa, se disolverá, y lo mismo que la diversión insustancial que acaba de desaparecer, no quedará rastro de ello. Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra en un letargo…». Pero nosotros no tendremos ni siquiera un Próspero que haga saltar por los aires el engaño. Sólo hay disfraces nuevos en marchitos escaños parlamentarios. Para hacer que el engaño sea más invulnerable. Los hábitos de los nuevos partidos son los mismos que los de los antiguos. Como los mismos son sus sueldos.

Nadie puede engañarse ante lo que a este país se le viene encima. Nadie. Cada mes en el cual se prolongue la provisionalidad política en que vivimos, acarreará dosis de inseguridad cuyo primer efecto será la progresiva huida de inversores internacionales. En una coyuntura económica tan delicada como la nuestra, eso significa que, antes de llegar al verano, podríamos dar de bruces en Grecia. Pero a nuestros políticos, la ruina nacional no les concierne. Les conciernen sus cuentas corrientes. Que se contabilizan en escaños. Al precio que sea. Al de un acuerdo con los populistas bolivarianos, también. Un acuerdo que traslade al gobierno nacional la chifladura de esa alcaldesa madrileña a la que el PSOE toleró el antojo de dar al traste, en los tiempos más difíciles, con una inversión urbanística crucial: la de la plaza de España. Los caprichos se pagan. Pero estos políticos pagan siempre con dinero ajeno: el nuestro.

Nadie, esta vez, va a venir, como Próspero, a disipar aquel humo insustancial que se nos hace pasar por realidades, palacios, esperanzas: retórica. Estamos, sí, tejidos en el hilo de los sueños. Y ni siquiera sabemos llamarlos pesadillas.

GABRIEL ALBIAC – ABC – 21/01/16