El caudillo

LUIS VENTOSO – EL MUNDO – 05/03/16

· Soluciones integrales y televisión a saco, la forja del populismo.

Si no fuese cierto, parecería la broma infinita, una astracanada salida de la serie de «Agárralo como puedas» del impertérrito Leslie Nielsen (un actor que viajaba por el mundo con una pluma que reproducía el sonido de un escape de gas humano, pues sostenía que la pedorreta provocaba risas de manera infalible y desactivaba así todo momento de tensión). Pero no estamos ante un vodevil del descacharrante cómico canoso. Está ocurriendo en el mundo real: a sus 69 años, el esperpéntico Donald Trump va a convertirse en el candidato del Partido Republicano, la venerable casa de Lincoln, Theodore Roosevelt, Ronald Reagan.

Trump no engaña a nadie, empezando por su aspecto. Su rostro, abotargado por los retoques quirúrgicos, mira al mundo permanentemente enrabietado, bajo un pelazo naranja que desafía las reglas de la estética y hasta las de la ingeniería (¿cómo se las apañará cada mañana para ensamblar esa ensaimada de laca?). Trump es un radical instalado en la certidumbre absoluta, que brama contra la inmigración, el crisol que explica el éxito de su país (sus propios abuelos eran inmigrantes alemanes). Trump lo arreglará todo: devolverá a Estados Unidos al cénit de su poder, se ventilará a Daesh en dos tardes, la economía florecerá como nunca.

¿Por qué funciona algo tan chirriante, tal fácilmente refutable? En primer lugar, el magnate dispone de la gasolina necesaria para correr por la autopista electoral: ocupa el puesto 133 en la lista «Forbes» de ricos del país, con 4.500 millones de dólares. Sin embargo, ya intentó la aventura política en 2000 y no funcionó. ¿Qué ha cambiado? Pues dos cosas: el mundo y la televisión. Durante los últimos catorce años, Trump se ha colado en los hogares con el programa «El Aprendiz» de la NBC, donde evaluaba a aspirantes a trabajar con él y donde acuñó una coletilla que hizo gracia: «¡Estás despedido!».

Se convirtió en un personaje familiar en la vida doméstica de los estadounidenses. La segunda parte del trabajo se la han hecho la crisis de 2008 e internet. Las heridas del gran batacazo financiero todavía no han cauterizado del todo y el público se aferra a salidas milagreras. Por su parte, la comunicación instantánea a través del móvil y las redes alzaprima las ideas rotundas, simplistas y sin matices.

Pero si me tuviese que quedar con una sola razón para explicar el triunfo de Trump, esa sería el retorno al caudillismo, al culto al líder providencial que todo lo arregla. Como en la República de Weimar, destrozada por la híper inflación y el rencor del Pacto de Versalles. Como en esa Francia desconcertada y perezosa que se arroja a brazos de Le Pen.

Como en la España poscrisis que sucumbe al más añejo populismo leninista. Muchos ciudadanos atribulados se entregan al pensamiento mágico de los nuevos caudillos. Las marchas y manifiestos de antaño son hogaño horas y horas de televisión-espectáculo. El declive de la prensa, una manera profunda de conocer la realidad y poder tomar decisiones democráticas informadas, no es ajeno tampoco al festival mundial de la demagogia.

LUIS VENTOSO – EL MUNDO – 05/03/16