EL MUNDO – 10/03/16 – JAIME IGNACIO DEL BURGO
· Ante el castigo electoral sufrido y la imposibilidad de formar Gobierno, Mariano Rajoy debería renunciar a seguir liderando el PP. Ello facilitaría la regeneración del partido, según el autor de este artículo.
EL 6 de junio de 2015, una vez conocido el resultado de las elecciones municipales y autonómicas, escribí en este periódico un artículo titulado: El PP, ¿por la senda de UCD? En él revelaba que a finales de 2014 había considerado un deber de lealtad elevar por escrito al presidente Mariano Rajoy mi petición de que adoptara medidas audaces y valientes para limpiar al PP del lodo de la corrupción. Le proponía, entre otras cosas, la creación de sendas comisiones gestoras en Madrid y Valencia para sofocar el incendio en dos de los principales focos de corrupción de nuestro partido. Le recomendaba que, tras las elecciones de mayo de 2015, tuviera lugar en el mes de septiembre de ese mismo año un congreso extraordinario para la refundación del partido, con renovación total de la dirección nacional, y la elección democrática del candidato a la presidencia del Gobierno.
Éstas eran las últimas palabras de mi artículo: «Está ciego quien no quiera ver que se avecina un tsunami político capaz de arrasar el sistema democrático. Es un espectáculo lamentable ver al PSOE suplicar a Podemos, cuyo certificado de nacimiento revela que pertenece a la familia de la extrema izquierda, que le preste sus muletas para llegar al poder, sin percatarse de que se arriesga a recibir el abrazo del oso y verse envuelto en un nuevo Frente Popular. La inestabilidad política es incompatible con el progreso económico y social. El PP es un partido ideológicamente cohesionado, defiende los principios y valores que inspiran la Constitución y es garante de la unidad de España.
Es además un buen gestor tanto en tiempos de penuria como de bonanza. Y además cuando el partido está motivado se convierte en una poderosa máquina electoral. Remedando a la Constitución de Cádiz, el Partido Popular no es patrimonio de ninguna familia, de ninguna persona. Estoy seguro de que Mariano Rajoy, que es un gran patriota y un hombre de Estado, será consecuente con ello y escuchará no sólo el enfado de sus barones –maldita palabra–, sino sobre todo el de sus militantes y electores, pensando siempre –como gusta repetir– en el interés general de España. Si no quiere que vayamos, y él el primero, por la senda de UCD».
Por desgracia, el tiempo me ha dado la razón.
No tengo dotes proféticas. Desde 2008, en que puse fin a mis casi 30 años de presencia en las Cortes Generales, vivo apartado de la acción partidista. Pero mi larga experiencia política y el contacto con la gente me hacían intuir que la corrupción nos iba a conducir al hundimiento. Y así ha sido.
De nada sirve haber sido la lista más votada, si al final no se cuenta con apoyos suficientes para formar Gobierno. Es la nuestra, para bien o para mal, una democracia parlamentaria. Se mire como se mire, la pérdida de 60 escaños es un tremendo batacazo. Y lo peor es que seguimos atrapados en la tela de araña de la corrupción. Ya sé que no es casualidad que de pronto hayan aflorado asuntos que venían investigándose desde bastante tiempo atrás. Pero el problema es que para resistir el vendaval de todos contra el PP resulta imprescindible que los hechos no sean ciertos y para nuestra desgracia en la mayoría de los casos lo son.
El pasado 16 de febrero volví a exponer mi opinión al presidente Rajoy. Es posible que mi carta no hubiera llegado a sus manos, pues ha reiterado que hasta el momento nadie, dentro del partido, le ha pedido que dé un paso atrás. En ella le expresaba mi convicción de que, ante el fracaso más que probable del PSOE en su propósito de formar gobierno, como así ha ocurrido, era vana la esperanza de que pudiera afrontar con éxito un nuevo proceso de investidura en solitario o en compañía de Ciudadanos. No podía consentir que la opinión pública asistiera atónita al hundimiento del PP a causa del empecinamiento de un capitán extenuado que se niega a ser relevado del puente de mando.
Pocos días antes la Guardia Civil había vuelto a Génova para registrar la sede del PP de Madrid. Todo un triste y lacerante espectáculo para los miles de cargos públicos y centenares de miles de militantes honrados que componen nuestro partido. Para cuantos hemos ejercido nuestra función pública poniendo incluso en riesgo nuestra propia vida, sentimos una indignación extrema al comprobar cómo algunos se han aprovechado de nuestro esfuerzo y sacrificio para su enriquecimiento personal.
En tales condiciones, resulta incuestionable que el PP necesita una renovación de arriba abajo o, mejor aún, una segunda refundación. La gaviota chapotea en el charco de la corrupción y es incapaz de remontar el vuelo. Por eso, la única opción es, a mi juicio y al de mucha gente de buena voluntad, que antes hoy que mañana el presidente dé un paso atrás y confíe esa titánica tarea a una persona o a un equipo de personas que reúnan las condiciones necesarias de integridad y prestigio para conducir el proceso. Y en cualquier caso, además de renunciar a presidir el Gobierno permitiendo un nuevo candidato del partido elegido, no designado, en la Junta Directiva Nacional –ya que quizás no haya tiempo para organizar un proceso de primarias–, el presidente Rajoy debiera anunciar que, en el supuesto de que haya nuevas elecciones generales, no volverá a repetir como candidato.
Sin duda el interesado pensará que esto no es justo y que su retirada sería tanto como reconocer su culpabilidad. Mariano Rajoy tiene derecho a salir de La Moncloa por la puerta grande y la cabeza muy alta, pero no es de culpa de lo que toca hablar ahora sino de la asunción de responsabilidades estrictamente políticas. Se puede llegar a comprender que, concentrado en sacar a España de la pavorosa crisis económica, no se percatara de la gravedad de las enormes vías de agua que se abrían sin cesar debajo de la línea de flotación de nuestro partido. Pero eso es un atenuante, mas no una eximente máxime si se tiene en cuenta el estruendo de unas imputaciones judiciales que llegaron hasta la planta sexta de la sede nacional. Recuerdo las veces que en los últimos tiempos de Felipe González le reprochábamos –a veces con razón y otras sin ella– haber incurrido en culpa in eligendo y en culpa in vigilando.
Es hora de pensar en lo que conviene a España por encima de intereses personales o partidistas, por muy legítimos que puedan ser. Se dice que una retirada a tiempo es una victoria. Sé que lo más difícil para un político es reconocer que su tiempo ha pasado, por muy brillantes que sean los resultados de su gestión en el pasado. Hacerlo en el momento adecuado demuestra grandeza de espíritu y sentido de Estado, cualidades que no dudo adornan al presidente Rajoy cuya acción de gobierno, con más luces que sombras, ha estado siempre presidida por el servicio al interés general de la ciudadanía española.
Unas nuevas elecciones, en las actuales condiciones de nuestro partido, serían con toda probabilidad letales para el sistema democrático y para la continuidad del proceso de recuperación económica, imprescindible si se quiere fortalecer el Estado del Bienestar y luchar contra la pobreza y la desigualdad. Por otra parte, podría darse el caso de que el PP pierda la posibilidad, que ahora tiene, de controlar cualquier proceso de reforma orientada a destruir los cimientos de nuestra Constitución. Estoy de acuerdo en que la mejor solución sería un Gobierno de formaciones constitucionalistas. Pero sin duda ayudaría y mucho a conseguir este objetivo que el PP demostrara con hechos y no con palabras su voluntad de alcanzar una profunda regeneración y renovación.
Dicen que San Ignacio aconsejaba que en tiempos de tribulación mejor no hacer mudanza. No hay regla sin excepción. En las actuales circunstancias, hacer mudanza o perecer.
Jaime Ignacio del Burgo es abogado, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, ex diputado del PP y ex presidente de la Diputación Foral de Navarra.