IÑAKI QUINTANA – 17/09/16
· A veces parece que la política es el arte de hacer ver como razonable lo que es absurdo. Llevamos casi un año asistiendo a una sucesión de decisiones esperpénticas, tomadas por las personas más poderosas de este país, ya sean líderes de gobierno o de la oposición. Creo que mi asombro comenzó con la decisión de Mariano Rajoy de no presentarse a la investidura por aquello de «la aritmética», como si los números eximiesen a un candidato a presidente de gobierno de asumir sus responsabilidades.
Los ciudadanos vivimos aquellos momentos de estupor con el estoicismo y la resignación nacidas de los muchos meses de soportar con paciencia los escándalos de corrupción (Gurtel, Barberá, Matas, Rato, Bárcenas, etc.), los recortes y los incumplimientos de programa electoral. Tras tanto abuso, tanto desprecio hacia las sensibilidades de los ciudadanos, tanta preocupación por el futuro del empleo, de nuestros derechos y del país en general, llegó aquella decisión de no intentar conformar gobierno y casi ni nos indignó. Casi ni nos sorprendió. Casi nos pareció tan normal como dar una rueda de prensa a través de una pantalla de televisión, desde la habitación de al lado. Vivimos aquellos días con la sensación de que nada podía sorprendernos, hicieran lo que hiciesen.
Y llegaron las segundas elecciones. Algunas personas, quizá excesivamente optimistas, las llamaron «segunda vuelta» como si fuéramos uno de esos países donde se dirime la jefatura de gobierno votando nuevamente, pero pudiéndose elegir únicamente entre las dos opciones más votadas. Creo que buscaban dar a la situación que vivíamos, en la que nuestros gobernantes demostraron una incapacidad absoluta para el diálogo y el acuerdo, una falsa sensación de normalidad. La fórmula de la segunda vuelta puede ser interesante pero, desde luego, no es lo que hicimos nosotros al votar el 26J. Lo negaba entonces porque no tenía nada que ver, ningún punto en común con la segunda vuelta, más allá de que nos tocó votar dos veces. Ahora, que parece que iremos a terceras elecciones, me pregunto si aquellos de entonces volverán a bautizar ahora, a las elecciones del 25 de diciembre, tercera vuelta. Sería buena la broma, como hace tres meses, pero no se iba a reír nadie, ni siquiera los que hicieron cálculos y cábalas y creyeron que obtendrían una mayor porción del pastel con la repetición de las elecciones.
Volviendo al tema en cuestión, Mariano Rajoy ha aceptado, como si nos hiciera un favor a todos, presentarse a la investidura e intentar formar gobierno. Para asombro y pasmo de propios y extraños, Pedro Sánchez ha decidido bloquear e impedir su investidura negándose, él mismo, a postularse como candidato alternativo. Salvo que pretenda proponer a Albert Rivera para presidente, cosa que no parece probable aunque sea una idea interesante, o proponer a Pablo Iglesias, cosa también improbable, además de inviable, esto significa que Pedro Sánchez impide que el PP gobierne, y también que gobierne ningún otro. Esta es una decisión que exige auténtica fe en nuestros líderes políticos, o sencillamente creer que nos mienten a la cara y que Pedro Sánchez sí que planea postularse para presidente, para no caer en la más absoluta desesperación a la vista del nivel ético y moral, del desprecio hacia las necesidades de la ciudadanía, que continúan demostrando. Me parece recordar a cierto hortelano que tenía un perro, y que el chucho en cuestión tenía bastante en común con nuestro actual líder de la oposición.
Durante muchos años creí que la actitud de superioridad y distanciamiento de nuestros gobernantes hacia nosotros se fundamentaba en el bipartidismo que garantizaba a PP y PSOE que seguirían gobernando, hicieran lo que hicieran, para siempre. Ahora, sin embargo, somos muchos los que gritamos a los cuatro vientos que nuestra democracia ha madurado y que el bipartidismo ha muerto pero los viejos políticos siguen haciendo de su capa un sayo, sin escuchar a la gente, sin pensar en el sufrimiento que causan y sin preocuparse por las consecuencias. No puedo comprenderlo, de verdad. Son este tipo de cosas las que me hacen pensar que, si es así la política, yo nunca encajaría en ella.
Podríamos añadir a las decisiones políticas incomprensibles, que asumimos con naturalidad como si fueran lo más normal del mundo, a un PNV que se desentiende de la gobernabilidad de España, como si no fuera con ellos. O de Unidos Podemos, a quienes sólo interesa fracturar el país y que sigamos sin gobierno, al más puro estilo de cuanto peor, mejor. Pero no hace falta. Es innecesario hablar de los partidos antisistema, oxímoron donde los haya, o de los nacionalistas recalcitrantes. La actuación de los líderes de los grandes partidos, con la honrosa excepción de Albert Rivera, es tan incomprensible como despreciativa hacia aquellos que no tenemos más remedio que elegir una y otra vez.
¿Van a seguir exigiéndonos que votemos, una y otra vez, hasta que el resultado sea el que ellos desean?
¿En cuántos países de occidente podría, un gobierno acosado por los escándalos de corrupción, designar a un ministro dimitido por mentir sobre su implicación en los papeles de Panamá para la dirección ejecutiva del Banco Mundial? No puedo ni imaginarme un caso Soria en Francia, Alemania o Finlandia pero sucede aquí, en España y, aunque nos indignamos, volveremos a votarles, otra vez más, como si realmente no nos importara. Y ellos lo saben. Por eso pueden, como siempre, hacer lo que deseen sin miedo a las consecuencias.
Mientras no aprendamos a castigar con nuestro voto a quienes gobiernan ignorando nuestras necesidades y nuestra indignación, no tendremos gobernantes dignos del país serio y avanzado que deseamos que sea España, como lo ha sido en etapas anteriores de nuestra historia.
España ya ha sido, en ocasiones, el ejemplo al que aspiraban a ser grandes naciones de nuestro entorno democrático, y de muchos otros países en proceso de desarrollo social, político y económico. Sólo necesitamos elegir representantes políticos a la altura de nuestro país y de nuestras expectativas para volver a serlo.
BLOG IÑAKI QUINTANA – 17/09/16