LAS ELECCIONESautonómicas y municipales de mayo de 2015 retrataron un nuevo escenario político en España. Los populismos entraron en el gobierno de algunas CCAA y alcanzaron alcaldías relevantes, generando incertidumbre al conjunto de los españoles. En Navarra, Uxue Barkos se convertía en presidenta del Gobierno pactando con EH Bildu, es decir, pactando con los herederos de la antigua Herri Batasuna, con quienes siempre han justificado y apoyado a los terroristas. Por primera vez se traspasaba la barrera ética de gobernar con los valedores de la banda terrorista ETA.
Una banda que, no lo olvidemos, no se ha disuelto ni ha pedido perdón por sus atrocidades y que tiene mucha información que aportar para ayudar a esclarecer los asesinatos que todavía quedan sin resolver.
Uxue Barkos se convertía, así, en la primera presidenta de Navarra que pasará a la Historia con el triste honor de gobernar gracias al apoyo de EH Bildu. Tampoco olvidemos que ese pacto de Gobierno incluía a Podemos y a Izquierda Ezkerra (coalición de la que forma parte Izquierda Unida), actores necesarios de lo que hoy está sucediendo en Navarra. Este hecho, que en su día pasó prácticamente desapercibido, está marcando la vida política en la Comunidad Foral. Pero, no sólo eso. Lo que ocurra en Navarra puede afectar de forma importante al conjunto nacional.
España, como nación, centra en Cataluña la mayor parte de sus preocupaciones. Hace años, Cataluña era un riesgo. Hoy, desgraciadamente, es un peligro inminente para la unidad constitucional, para la igualdad de todos los españoles y para el desarrollo económico de nuestro país. Esto es así porque en su momento no se supo dar una respuesta contundente. El tiempo está demostrando que la generosidad con los nacionalismos no ha servido para nada. El nacionalismo es insaciable por naturaleza. Siempre quiere más. Si le das un dedo, quiere la mano y luego el brazo. Hablar de los nacionalismos con permisividad, sin reconocer el riesgo real que suponen para todos los españoles es hacer un flaco favor a nuestra joven democracia. El nacionalismo, por definición, quiere arrancar y quedarse con una parte de España. Ése es su objetivo y trabajan día a día para conseguirlo. Ellos son los eternamente ofendidos.
Después de darles todo, hoy tenemos encima de la mesa el planteamiento por el independentismo catalán de un referéndum para separarse de España y tenemos también al lehendakari Urkullu hablando de un Estado vasco independiente de siete territorios, Navarra incluida. Pues bien: si en Navarra se consolida el nacionalismo vasco, España tendrá otro frente abierto, añadido al catalán. De esto no tengan duda. Por eso Navarra es cuestión de Estado y es cuestión de España.
Navarra ha sido siempre el objeto de deseo del nacionalismo vasco, la pieza fundamental para la conformación de su Euskal Herria imaginaria y su salida de España. Lamentablemente, ésa es la máxima prioridad para el Gobierno de Uxue Barkos, un Gobierno nacionalista al servicio del nacionalismo vasco.
En estos casi dos años de legislatura, la acción política del Gobierno de Navarra está centrada de una manera obsesiva en los asuntos identitarios y, en ellos, la sintonía de Barkos con EH Bildu es total.
El próximo jueves 30 de marzo se hará realidad un nuevo paso en la hoja de ruta que tienen definida para Navarra. Geroa Bai (el partido de Barkos) y EH Bildu, junto a Podemos e Izquierda Ezkerra, van a derogar la actual Ley de Símbolos de Navarra con un único objetivo: que se pueda poner la ikurriña, bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, en los Ayuntamientos de la Comunidad Foral de Navarra. Un auténtico despropósito. Nunca antes una presidenta de una comunidad ha votado a favor de que allí donde gobierna se pueda poner la bandera oficial de otra comunidad.
Nunca, salvo que lo que pretenda es que su comunidad desaparezca como tal y se convierta en otra cosa. Desgraciadamente, ése es su objetivo. Cambiar la ley, poner las ikurriñas en los ayuntamientos y trasladar la idea de que Navarra forma parte de su Euskal Herria, tan anhelada como inventada. Los símbolos oficiales representan la realidad institucional de una comunidad. Y, aunque en Navarra tengamos una presidenta abertzale que siente la ikurriña como propia y a quien le hubiera gustado verla en el balcón de Pamplona en los pasados Sanfermines, hoy Navarra es una Comunidad Foral y española. Por lo tanto, en los edificios oficiales de Navarra deben ondear las banderas que representan esa realidad, y la ikurriña no la representa.
Pero, lamentablemente, la colocación de la ikurriña no será el último paso en esa hoja de ruta para euskaldunizar Navarra. En el debate de su investidura, Barkos hizo dos afirmaciones especialmente reveladoras de lo que iba a ser su legislatura.
«La educación será mi obsesión», dijo. Esa frase, que, en principio, podría ser suscrita por cualquier dirigente político, se revela muy peligrosa cuando se hace de la educación la utilización política que está haciendo el nacionalismo en Navarra. Sólo así se explica, por poner un ejemplo, la decisión de permitir que en los centros educativos se utilicen libros de texto que, como dictó el propio Tribunal Superior de Justicia de Navarra, no se ajustan a la normativa educativa, no respetan la realidad institucional de Navarra y ofrecen a los más jóvenes una visión distorsionada.
La presidenta Barkos también afirmó: «Soy una presidenta abertzale en una comunidad que mayoritariamente no lo es». Le faltó decir: «Y haré todo lo que pueda para que Navarra sea tan nacionalista como yo». Y vaya si lo está haciendo. Día a día, sin pausa, está marcando su impronta. Cuestiones como no asistir a la celebración del Día de la Hispanidad o dejar de invitar a los Reyes a la entrega del Premio Príncipe de Viana dan muestra de su empeño por alejarse de todo lo que suene a España.
A ello se suma el afán por imponer el euskera en la enseñanza, en la calle y en la Administración, obviando que, aunque forma parte de nuestro patrimonio cultural, no es lengua oficial de Navarra y sólo lo habla un 12,9% de los habitantes, sobre todo, de la zona norte.
TRISTEMENTE, a día de hoy, en Navarra tenemos un Gobierno que, hace tan sólo unas semanas, organizó un acto de reconocimiento y reparación a las víctimas por actos de motivación política provocados por grupos de extrema derecha o funcionarios públicos, al que invitó a familiares de terroristas que murieron con las armas en la mano en el transcurso de confrontaciones directas con la Policía.
Capítulo aparte merece la relación del Gobierno de Barkos con las víctimas del terrorismo de ETA en Navarra, colectivo que, en un comunicado conjunto, además de mostrar su rechazo y desconfianza ante un Gobierno integrado por EH Bildu, le acusaron de mentir y de sentirse utilizadas. Mayor bajeza no cabe.
Pese a ser un comunidad pequeña, Navarra, por su historia, por su trayectoria y por su situación, es un enclave vital para la unidad de España y ha sido siempre una pieza esencial en el tablero nacional. No en vano, el escudo de Navarra ocupa uno de los cuarteles del escudo de España. Desde la lealtad institucional con nuestro país, los navarros hemos defendido nuestro modelo diferencial. Un modelo solidario con el conjunto de los españoles, que ha contribuido a construir nuestra nación. Un modelo que ha ido modificándose con el tiempo para actualizarse, pero que ha mantenido su esencia. Una forma de relación reconocida por la historia y por la Constitución española.
Hoy en Navarra se está viviendo una situación que, me temo, está pasando desapercibida para buena parte de la sociedad española. No sería bueno para los navarros, pero tampoco para el conjunto de los españoles, que se reprodujera lo que se está viviendo en Cataluña.
Javier Esparza Abaurrea es presidente de UPN.