IGNACIO CAMACHO – ABC (19/08/17)
Acostúmbrate. La falsa supremacía de la normalidad sólo esconde la falta de coraje para tomar el problema en serio
TE diré la verdad: no hay mucho que hacer. O quizá sí lo haya pero da igual porque de todos modos no vamos –o no van– a hacerlo. Estos días de dolor y de rabia se ve por ahí mucho arbitrista de barra de bar o de whatsapp aficionado a dar recetas expeditivas, el clásico arranque tan español, y tan populista, de «esto lo arreglaba yo en dos patadas». Que si el Ejército a la calle, que si a los musulmanes esto y lo otro. Y también mucho idiota biempensante con complejo de culpa y mucho resentido ideológico, esa clase de bobo antisistema que tiende a empatizar con todo lo que signifique un ajuste de cuentas violento. Pero esa misma explosividad ambiental, esa eclosión de espontaneísmos radicales, demuestra que nos falta conciencia cívica y acuerdo social para traducir nuestra impotencia en nada mínimamente serio.
Así que te lo voy a decir con sinceridad pesimista: acostúmbrate. Si eres de los que ponen velitas, ve a comprar una buena provisión, y si eres de los que tienden a llorar, haz acopio de pañuelos. Porque habrá más víctimas y más llanto. Porque la seguridad evitará muchos atentados, y más que podría impedir si tuviese mayor presupuesto, pero haberlos –mira Francia, mira Gran Bretaña– los seguirá habiendo. Nuestra sociedad, la occidental, la europea, ha decidido no asumir el coste de defenderse como sería menester porque no merece la pena el esfuerzo. Proclamamos la falsa supremacía de la normalidad, marchando otra de gambas que quedan pocas vacaciones, para no pensar en las dificultades de un cambio de modelo. Es muy engorroso el debate sobre la multiculturalidad y todo eso, y se corre el riesgo de caer en el pensamiento políticamente incorrecto. A fin de cuentas, a todos no nos van a matar aunque quisieran, y nosotros somos gente pacífica y hedonista que tampoco –ay, Siria, ay Irak– va a matarlos a ellos. El empate infinito es estadísticamente asumible y además las sacudidas emocionales del luto nos cohesionan en torno a los buenos sentimientos. Y qué bien queda eso de que no tenemos miedo.
Sí, esto es cinismo, ya lo sé; pero dime algo que se pueda hacer con un cierto acuerdo. Porque en democracia no existe otra manera de cambiar las cosas, máxime si se trata de algo tan antipático como redefinir derechos. Te diré un ejemplo: quince muertos después, el Gobierno sigue sin atreverse a decretar el máximo grado de alerta. Si no hay liderazgos con coraje para marcar caminos, ni compromisos sociales capaces de articular mayorías, lo que queda es esto: una cierta unidad precaria en el dolor y algunas medidas preventivas que ni siquiera dejan a todos contentos. Y podía haber sido peor, dadas las circunstancias; precedentes tenemos en los que nos hemos tirado a la cara los muertos.
Será una postura nihilista, pero date con un canto en los dientes si en el próximo ataque, que lo habrá, la compostura aguanta siquiera a los entierros.