JON JUARISTI – ABC

· Cuando asesinos y niños coinciden en las mismas personas, el caos moral está garantizado
Sumisión, la novela de anticipación que Michel Houellebecq publicó en 2015 y que viene a ser al islam político lo que 1984, la distopía de George Orwell, fue al estalinismo, sitúa en 2017 el comienzo de la hegemonía musulmana en Europa occidental. Acertara o no en sus previsiones, lo que todavía está por ver, es innegable que la reacción social a los atentados de Barcelona y Cambrils ha sido muy diferente a la que se produjo tras las bombas del 11 de marzo de 2004.

Los del pasado 17 de agosto golpearon sobre una nación derrotada cuyos consensos básicos se han descompuesto, de modo que todas las respuestas, e insisto en lo de todas (políticas, mediáticas, religiosas) salvo las estrictamente policiales, se han despeñado sentimentalismo abajo. Lo único que han tenido en común con las respuestas al 11-M ha sido una sucesión en cadena de imputaciones mutuas, que, si acaso, han desmantelado todavía un poco más los muy maltrechos consensos, sin traducirse en cambios políticos apreciables (al contrario de lo que sucedió en 2004). Y es que ya nadie espera nada. El Gobierno no puede suscitar y mucho menos dirigir una resistencia social al terror, y la oposición no puede, como hiciera trece años atrás, movilizar la conmoción colectiva contra el Gobierno.

En 2004, Juan Goytisolo, islamo-izquierdista sin complejos que ansiaba ver a España convertida en un protectorado marroquí, lanzó la especie de que en distintos puntos de nuestro país se había desatado la violencia contra los musulmanes –y en particular contra niños musulmanes– en represalia por los atentados de Atocha. Como entonces indiqué, el infundio de Goytisolo se inspiraba en una secuencia de La batalla de Argel (1966), película de Gillo Pontecorvo, en la que un pequeño limpiabotas argelino sufre los golpes de un grupo de pied-noirs tras el estallido de una bomba en el Casino de la Corniche.

A mí me denunciaron por islamófobo los habituales lameculos del Instituto Cervantes (que siguen donde estaban o más arriba), y a Goytisolo le dieron el premio Cervantes. La honradez siempre es recompensada en España. Hoy, Goytisolo no habría tenido que esforzarse improvisando literatura de terror. Toda España está conmocionada por la suerte de lo que un columnista de El País llama «los niños asesinos». Si los asesinos y los niños coinciden en las mismas personas, el barullo es abrumador e inextricable, porque los niños sólo pueden ser víctimas y, si son niños musulmanes, víctimas de islamofobia, por lo que, concluida por ahora la caza del terrorista, se abre la veda del islamófobo. O sea, de todo aquel que no admita que los pobres niños asesinos de Barcelona y Cambrils han sido víctimas de corruptores adultos.

Esta última es la tesis que sostiene Riay Tatary, presidente de la Comisión Islámica de España, en su tribuna de el pasado viernes en El País. Para evitar que tales depredadores capten «a nuestros hijos», dice Tatary, hay que desarrollar la enseñanza religiosa para el alumnado musulmán en la mayoría del Estado: «Es vital la cooperación de funcionarios y dirigentes relacionados con la educación para contratar profesores de religión, algo notablemente trascendente en Cataluña». Con bastante razón y algo de retórica, Tatary aduce que «no estamos pidiendo algo que no tengan ya nuestros hermanos católicos». Vale, el argumento no es flojo, aunque la enseñanza de la religión católica esté desapareciendo de la escuela pública gracias a la presión de unas AMPA tomadas por cristófobos militantes que se oponen a que los enseñantes católicos corrompan a sus hijos impartiéndoles, no ya lecciones de catecismo, sino versos de Gonzalo de Berceo. En esto, como en todo, unos mueven el árbol…