Fue el aspecto más lamentable del asunto, aunque aún puede ser superado por el desenlace previsible cuando se frustre el golpe que los sediciosos catalanes están desarrollando desde el miércoles de la semana pasada. El consejo de guerra celebrado en Campamento en 1982 condenó a distintas penas de cárcel a 29 militares y a un civil. Cada vez son más los ciudadanos españoles partidarios de que los golpistas catalanes sean procesados y condenados, como Companys y su Govern en junio de 1935. ¡Y Companys había proclamado su estado dentro de la República federal española!
El golpismo debe pagarse con cárcel y que los agentes de la Justicia fueran precisamente los Mossos d’Esquadra. Bastarían docena y media de procesados: un presidente, un expresidente, consejeros, ex consejeros, parlamentarios y esa tipa que detenta la Presidencia del Parlamento y que llevaba las instrucciones del golpe por escrito.
Cataluña está gobernada por una cuadrilla de delincuentes que esperan salirse de rositas por esto y por el 3%, la cifra cabalística de lo que ellos consideran su nación. Ya no hay barreras, códigos morales ni respeto a la ley. Este fin de semana los cabecillas gritaban con entusiasmo no tinc por! como lo hacían sus seguidores tras el atentado de las Ramblas. Hay una diferencia: los manifestantes mentían tratando de conjurar la jindama. Esta tropa dice la verdad: no tienen miedo porque cuentan con la impunidad. Por eso la chusma se pone farruca ante la Guardia Civil. No tienen miedo y deberían tenerlo.
No van a poder celebrar su referéndum. Rajoy lo impedirá, como cualquier otro presidente en su lugar, porque permitirlo sería el suicidio del Estado. El problema es que hay mucha voluntad apaciguadora que propone un diálogo para compensar a los golpistas por las buenas lo que no pudieron conseguir por la brava: aliviar la frustración de tantos catalanes de buena fe que han ido detrás de la chusma. No hubo buena fe. Sebastian Haffner describía la frustración de tantos buenos alemanes que se echaron a la calle tras los nazis: «Ese rasgo delirante, esa locura fría, esa determinación ciega, imparable y desaprensiva de querer lograr lo imposible, la idea de que ‘justo es lo que nos conviene’ y ‘la palabra imposible no existe’. Es evidente que este tipo de vivencias traspasan la frontera de lo que los pueblos pueden vivir sin sufrir secuelas emocionales». Tómese como analogía.
Hoy, en la Diada, Mas sigue limosneando para que los más tontos de sus adeptos le paguen a escote los cinco millones largos de euros que el Tribunal de Cuentas les exige a él y a sus secuaces. ¿Será posible que ninguno de sus paganos haya levantado la voz para exigirles que se nieguen a pagar? ¿Qué tiene el Tribunal de Cuentas para infundirles el respeto que no guardan al Constitucional o al Supremo?