ANDRÉS BETANCOR-EL MUNDO

El autor considera muy grave que el Gobierno se haya plegado al independentismo aceptando un mediador. Se dibuja así un enfrentamiento entre España y Cataluña, como si ésta fuera otra nación.

EL INFIERNOestá lleno de buenas intenciones; en política, no existen. El infierno político está lleno de malas decisiones. Una de ellas, la de contar con un mediador en la mesa de partidos. Es evidente que no es necesario; y, en cambio, significativo que quien lo anuncia es Carmen Calvo, en su condición de vicepresidenta del Gobierno (no es la secretaria de igualdad del PSOE). Se hace al margen de los cauces del partido porque es una decisión del Gobierno de España que, encima, se presenta como medida dentro de la estrategia para solucionar «la crisis política que afecta a Cataluña».

El Gobierno de España se pliega a que los partidos debatan bajo el tutelaje de un mediador/relator/notario / o lo que sea. Dice que, también, convocará y elaborará el acta, además de dinamizar, insiste, las conversaciones.

Cuenta la leyenda que Churchill estuvo a punto de tomar el té con Hitler en el año 1932 en un hotel en Múnich. El acto más ingenuo, como tomar el té, podría haber cambiado el decurso de la Historia. Nada se lo impedía; no tenía cargo en el Gobierno de Su Majestad. Una vez nombrado primer ministro, devino imposible. Como luego recordaba, iniciada la guerra, entre caladas de su habano, Hitler no quiso viajar a Londres.

Hay determinadas cosas que el ciudadano Pedro Sánchez puede hacer, como recibir de los golpistas un escrito con 21 reivindicaciones disparatadas. En cambio, el presidente del Gobierno, no. No puede organizar un picnic con los golpistas.

En Pedrables, el pasado 20 de diciembre, se escenificó la primera renuncia al Estado democrático de Derecho: la de la bilateralidad, pero, sobre todo, la de la marginación de la Constitución. El Estatuto de Autonomía de Cataluña, como otros, contemplan la bilateralidad como camino para afrontar la inevitable interrelación competencial. Negociación política, por supuesto, pero dentro de la Constitución y el Estatuto. No para negociar o dialogar sobre aquello que no tiene amparo o encaje en el marco de nuestro orden constitucional.

Aceptar que en el comunicado no se hable de la Constitución pero sí, en cambio, de «la existencia de un conflicto sobre el futuro de Cataluña», es admitir el marco de referencia independentista en el que se inserta su relato de agravios de una España que sigue siendo franquista.

Desde el momento en que se acepta que España y Cataluña están enfrentadas, se admite que Cataluña es un sole poble que no forma parte de España, en lucha por hacer realidad sus derechos, en particular, el de la autodeterminación, atropellados por los fascistas de todo pelaje atrincherados tras la policía y el poder judicial.

Es lamentable que la aceptación de ese marco sea el fruto del oportunismo para mantenerse en La Moncloa: conseguir la aprobación de los Presupuestos para continuar unos meses más. Un esfuerzo, además, baldío: Sánchez no lo va a conseguir. No puede, mientras penda la amenaza de la sentencia judicial. Es de estúpidos o de desesperados, aunque no es descartable ambos, entregar tu alma por un imposible.

Una vez aceptado el marco, los golpistas han seguido presionando para profundizar en el relato secesionista.

Se ha aceptado un relator, pero, sobre todo, se ha sentado el precedente. Se ha admitido que la «negociación» necesita de un testigo lo más imparcial posible. ¿Por qué no aceptar que sea un mediador internacional? Es el paso siguiente.

No es un descubrimiento cuál es la estrategia que siguen los chantajistas. La víctima es amenazada de sufrir grandes perjuicios para obtener todo lo que se pueda y más. No tienen fin. Es una espiral hacia el infierno.

La debilidad de Sánchez, sus urgencias, sazonada con su falta de restricciones, ha excitado a los golpistas hasta unos límites desconocidos. Mientras tanto, los ciudadanos, en particular, los catalanes, observamos ojipláticos las cesiones y, sobre todo, la omisión deliberada de la existencia de dos millones de catalanes que no son independentistas; vuelven a ser ninguneados por el Gobierno de la Nación. El doble dolor de sufrir la opresión de la Generalitat y, además, el desconsuelo del olvido por las instituciones que deberían protegerles. ¿Cuál es el mensaje que reciben los padres que están luchando por la escuela bilingüe? ¿Y los que luchan contra la ocupación del espacio público por la simbología secesionistas? ¿Y los profesores universitarios por mantener la neutralidad política e ideológica de las Universidades? Estáis solos.

No, no estamos solos. Al final, la única garantía que le queda al Estado de derecho y a los ciudadanos es la del Poder Judicial. No creo en las casualidades y aún menos, en política. El escenario de las cesiones de Sánchez es el peor para el futuro de nuestra democracia.

Sobre los siete magistrados que integran la Sala del Tribunal Supremo que van a juzgar desde el próximo martes día 12 los delitos de los que han sido acusados los dirigentes del procés, pesa la responsabilidad de aplicar el Derecho a los responsables del atentado más grave que ha sufrido la democracia española. Y lo harán con profesionalidad, substrayéndose a las presiones, ahora, también, de las del Gobierno Sánchez.

El Estado ha de demostrar su resiliencia, la de la Constitución y no la del manual de Pedro Sánchez. Todo el mundo nos está observando y examinando. Sobre todo, nos está observando la Historia, la de las personas. Esas que han construido, con su esfuerzo, la nación llamada España; la que se constituyó en Estado democrático de derecho por obra de la Constitución. ¿Cómo se podrá explicar, y aún más, entender, que se cayó en una espiral hacia el infierno tras la zanahoria envenenada de los secesionistas?

En la Odisea de Homero, en el canto XIII, se narra el encuentro de Ulises con las sirenas. Siguiendo el consejo de Circe, fue atado al mástil, mientras que sus compañeros se tapaban sus oídos con cera. Sólo así lograron llegar a Ítaca.

Nuestro Ulises, Sánchez, no sólo ha abandonado el consejo de Circe, sino que en su arrogancia cree que puede engañar a las sirenas y a todos para mantenerse al frente del buque. El destino está escrito. Las sirenas cumplirán su misión porque ése es su papel: destruir el Estado democrático de derecho para que la república catalana deje de ser la más breve de la historia de la humanidad. Que Sánchez no les salve del ridículo a costa de nuestra democracia.

Andrés Betancor es catedrático de Derecho administrativo de la Universidad Pompeu Fabra.