Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 1/6/2011
Un sistema político como el español, vertebrado por los dos grandes partidos, necesita que ambos estén en buena forma para controlarse, hacerse la competencia e, incluso, colaborar cuando sea necesario en los asuntos de Estado. Si falla uno, el sistema se desequilibra.
Una de las maledicencias que circularon en la casa socialista en las semanas previas a la debacle electoral era aquella de que “los abuelos no pueden suceder a los nietos”. Querían decir que Alfredo Pérez Rubalcaba no podía suceder a José Luis Rodríguez Zapatero porque era más viejo que el actual presidente. Los nueve años y siete días que el vicepresidente le saca al jefe del Ejecutivo representaban un abismo insalvable, al menos hasta hace poco más de una semana.
A pesar de llevarse menos de diez años, representan generaciones políticas distintas. La de Zapatero se hizo con el control de un PSOE en crisis en el 2000 y arrasó con la generación anterior, la que había hecho la transición y dirigido el partido hasta entonces. Una de las señas de identidad de los recién llegados fue el licenciamiento masivo de todos los líderes socialistas de la etapa anterior en nombre de la renovación y el rejuvenecimiento. La experiencia o la capacidad eran secundarias. De la sarracina apenas si se libraron Bono o Rubalcaba. Como los guardias rojos de Mao, vinieron a hacer su propia revolución cultural y se apresuraron a retirar de las responsabilidades de ámbito nacional a casi todos los que les habían precedido. Se olvidaron de que después de etapas de tanta agitación, al final siempre aparece un Deng Xiaoping para poner orden.
El juvenilismo de la guardia de corps de Zapatero no ha estado siempre acompañado por una preparación intelectual y una capacidad política a la altura de los retos que tenían que enfrentar, por decirlo suavemente. Por eso, a la hora de gestionar problemas graves, como el de la política contra el terrorismo, hubo que echar mano del veterano superviviente. Y lo mismo cuando había que sacar al Gobierno y al PSOE del abismo por la gestión económica. Ahora, cuando hace falta alguien capaz de dar un mínimo de credibilidad y esperanza de futuro, se vuelve la vista hacia la experiencia del vicepresidente, alguien que, con sus luces y sus sombras, representa una concepción más tradicional del socialismo y no tiene la inclinación hacia la política posmoderna –y errática– que ha caracterizado la etapa Zapatero.
La elección de Rubalcaba como candidato del PSOE por parte del comité federal no ha cerrado la crisis por la debacle electoral del 22-M. Un candidato de consenso es sólo un paso, pero harán faltamucho tiempo y debates para que los socialistas interioricen lo ocurrido, analicen las causas de la derrota y elaboren una estrategia para intentar recuperar el favor del electorado. La travesía del desierto apenas si acaba de empezar, pero es importante que se estabilicen cuanto antes. Un sistema político como el español, vertebrado por los dos grandes partidos, necesita que ambos estén en buena forma para controlarse, hacerse la competencia e, incluso, colaborar cuando sea necesario en los asuntos de Estado. Si falla uno, el sistema se desequilibra.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 1/6/2011