ABC-LUIS VENTOSO

No dejaría de ser colocar a un nacionalista al frente del Senado

Aveces pueblos de mérito y ejemplar trayectoria se dispersan y comienzan a no dar pie con bola. En ocasiones logran remontar. Otras asistimos sin saberlo al banderazo de salida de un declive imparable. Cataluña, y apena decirlo, ofrece desde hace un lustro un panorama político más cercano a Berlanga que a Jefferson. La pátina «seny» de antaño parece haberse evaporado y ahora se dan por normales situaciones bananeras, como la defunción legislativa de su Parlamento, convertido en una perpetua «performance» de amuletos amarillos y arrebatadas arengas sentimentaloides, que jamás se traducen en hechos que mejoren la vida cotidiana de los catalanes. El circo de las emociones nacionalistas nunca cierra, pero mientras tanto las empresas continúan largándose en goteo sigiloso, los servicios sociales dejan que desear. La comunidad, antaño admirada como la vanguardia de nuestro país, se torna antipática por el daño que le inflige el discurso xenófobo (y como triste ejemplo me remito a cómo se recibió en todo España el batacazo en Liverpool de un club que se ha vuelto enojoso por sus coqueteos con el independentismo, pues en todos los órdenes de la vida es complicado que recibas afecto si siembras desprecio al prójimo).

Un síntoma de la degradación política catalana es el pobre sentido de la responsabilidad de sus dirigentes, incluidos los constitucionalistas. No es serio que los líderes de Cs, PSC y PP que concurrieron a las elecciones autonómicas de diciembre de 2017 dejen en menos de dos años aquellos escaños por los que compitieron. Inés Arrimadas, magnífica ante el golpe de octubre e incapaz de extraer luego el menor rédito de su extraordinaria victoria, se ha fugado a Madrid en busca de mejor y más cómodo futuro, dejando tirados a los catalanes unionistas que cifraron sus esperanzas en ella. Albiol ha retornado a la vida municipal (de donde tal vez nunca debió salir, porque donde no hay mata no hay patata). Ahora podría darse el piro también Iceta, al que Sánchez pretende nombrar presidente del Senado sin ser siquiera senador.

El icetazo no sería noticia alentadora para España, pues supondría situar a un nacionalista en la presidencia del Senado (cámara de donde emana el 155). Cierto que Iceta no es independentista. Pero su corazón está donde está: en primar a Cataluña con más autogobierno, aun a costa de aflojar la unidad de España. Iceta demanda un trato fiscal ventajoso y a la carta para Cataluña, lo cual castigará a otras regiones. Cuando comenzó a sopesarse el 155, casi gimoteaba para que no se aplicase. Criticó en un artículo en el NY Times «la desproporcionada actuación» de la Policía española. Ha abogado por el indulto de los organizadores del golpe truncado de 2017. Se le ha calentado la boca y ha confesado en una entrevista en la prensa separatista vasca («Berria») que llegado el momento desearía un referéndum de independencia.

Comienza Sánchez 2. Puede durar ocho años, si la derecha sigue con su estupenda idea de inmolarse partiéndose en tres, y no presagia muchas dichas.