Es muy posible que, en plena seducción por el nacionalismo, la izquierda haya dado valor a esa patraña de la ‘democracia de mala calidad’, para introducirnos en una nueva época, la última fase del caos. Y de paso nos cargamos la nación, la democracia, la convivencia…, dando, como en la República, la vuelta a la tortilla. Gane quien gane, lo dice la memoria, perdemos casi todos.
Don Miguel, don Miguel de Unamuno, fue injusto atribuyéndoles a los españoles, a todos, menos memoria que las gallinas. Hacía tal declaración al observar la pertinaz tendencia de los españoles a acometer los mismos errores que en el pasado, que, al final, siempre acababan en tragedia. Pero Don Miguel, que ni era marxista ni falta que le hacía, a pesar, o quizás por eso, de haber militado unos días en el PSOE, no supo distinguir la causa de tal pérdida de la memoria en las clases dominantes, especialmente la de los políticos, de la del pueblo en general -la ideología de la clase dominante es la ideología de toda la sociedad… y los comportamientos, y cantidad de cosas más, ¡menudo descubrimiento!-. Porque si en algo nos caracterizamos los españolitos de a pie es en guardar una buena memoria por todos los palos que hemos recibido a causa de la desmemoria de los que nos mandan. Por lo que atribuir la falta de memoria de los políticos a todos los españoles es un poco injusto.
Los españoles, los pobres, que son la mayoría, no se fían ni de su padre por la memoria que tienen. Por eso son callados, cautos, en ocasiones, casi siempre, serviles con el poder, contradicho por periódicas explosiones de violencia anárquica cuando se despierta la indignación. Tampoco les sirve al final de mucho esa prudencia y servilismo que es, sin duda alguna, hija de la memoria. Yo, quizás, sea tan prudente a cuenta de todas las desgracia que padecí, es decir, por no carecer de memoria.
Producto de la desmemoria es crear otra memoria para utilizarla ahora. Es cierto que la memoria es profundamente subjetiva, absolutamente ajena a la historia y a lo histórico, ni tienen nada que ver, más bien historia y memoria son antagónicas. La memoria es un bagaje subjetivo que sirve para su uso en el presente, por eso ahora la memoria que se nos quiere recrear es para su uso inmediato en la convulsa situación política que padecemos. No es nada anecdótico, y viene a confirmar las hipótesis que lanzaba en este medio en los dos anteriores artículos, que la izquierda en el Parlamento europeo haya conseguido introducir una declaración condenatoria del franquismo y reivindicadora de la II República precisamente en estos momentos de negociación con ETA. La creación de un marco político-ambiental para hacer más permeable la negociación con ETA, en la posible recreación fantasmagórica del frente popular, con ETA incluida, y abandono del pacto histórico con la derecha, abandono de la Transición, es mi hipótesis de trabajo. Pero la derecha lo pone muy fácil y colabora a ello por un genético entrenamiento secular.
Hace días en una cena, tras comentar amablemente con señoras de la derecha de toda la vida los errores de la República que facilitaron la rebelión militar, una de ellas, creó tal idea, falsa idea, de mis comentarios, incluso de complicidad, que con toda ingenuidad me espetó a ver si yo no compartía que con Franco vivíamos mejor (error causado por el riesgo que tiene la compresión de un fenómeno violento con su justificación, esto es muy claro con el terrorismo).
Mi cara de estupor debió de devolverla a la realidad, y descubrir que no es la mejor pregunta a realizar a un condenado a muerte por el Caudillo -uno no puede decir como muchos/as compañeros/as socialistas que a su abuelo le condenaron a muerte, en mi caso tuve la desgracia de que me condenaran a mi, aunque de decirlo me devaluaría el la asamblea de mi agrupación por petulante, pues lo de los abuelos está mucho mejor visto, lo de uno no tanto-, y le rogué que eso no me lo preguntara a mí, que me pasé toda mi juventud en la cárcel, antes de pasar a relatarle el carácter golpista, ilegal, genocida, fascista, que tuvo la rebelión militar del treinta y seis por muchos errores que la República hubiera cometido, incluidos los santos mártires elevados a los altares por el finado Papa.
Nuestra derecha cuando las cosa se le complican se va hacia su extremo. Antes, también, delegaba en militares la solución de los problemas que ella era incapaz de solventar, se hizo delegacionista. Ahora no puede delegar porque apenas tenemos Ejército, y el que nos queda es constitucional, aunque actualmente le cuesta más de un disgusto a algún jefe hacer declaraciones constitucionales. Pero a lo que iba, a nuestra derecha no hay que empujarla mucho para que se suba al monte.
Me ha preocupado siempre la única lectura emotiva que se extrae del sacrificio de las victimas del terrorismo sin que se realice desde esa emoción una lectura política del mismo que enriquezca y fortalezca el sistema democrático que nos dotamos. Al final parecen víctimas estúpidas e inútiles, que murieron por nada. Lo dicen incluso muchas viudas creyendo así poner en valor al finado, devaluando sin querer su sacrificio, es evidente que muchos policías, militares y algún político sabían por qué ponían en riesgo sus vidas, y por qué eran objetivos de ETA. Tras los calentones sentimentales, desnudas las víctimas del terrorismo de todo significado político, sin poso su sacrificio en la práctica política, se puede hacer con ellas lo que queramos al albur de las intenciones partidistas de cada momento.
Es cierto que el bagaje emotivo que exclusivamente se ha considerado alientan las víctimas sería acogido en su pureza con aparente mayor facilidad por una ideología conservadora, quizás más por una fascista, puesto que todos los aspectos se concitan para ello, lo que no quiere decir que en su pobreza mental la izquierda lo use exclusivamente, con desventaja, en lo meramente emotivo. Por lo que el tema de las víctimas puede deslizarse peligrosamente hacia planteamientos muy conservadores, arrastrando a una derecha que apenas había tenido tiempo para descubrir el liberalismo, devolviéndonos a aquellos escenarios de desencuentro político que acabaron en tragedias.
Se me heló la sangre el otro día cuando en el ABC transcribían que el túmulo con velas erigido en las proximidades del Congreso sus promotores lo llamaban, en coincidencia con la poética falangista en desuso desde tiempo atrás, caidos por el terrorismo, y que otras manifestaciones promovidas por algún colectivo cívico hacía imposible mi presencia porque el lenguaje era muy similar al de los golpistas del treinta y seis. Y es que nuestra derecha no aguanta un embate, se va a lo seguro, quizás porque antes eso lo había hecho nuestra izquierda en sentido contrario, organizando bien el follón, que recuerda la canción en la que unos acaban en Huesca y otros en Teruel. (Que ya es desgracia existir precisamente por esa canción).
Ante la propuesta de declaración institucional condenando al franquismo en el parlamento europeo le faltó a Jaime Mayor la habilidad inteligente, más que el coraje que le sobra, de haberse sumado con su propio discurso a la misma con algún argumento crítico que trascendiera, porque al fin y al cabo el primer objetivo político que tuvo la Transición, que se encargó de alabar con toda justeza, fue superar, enterrar y derrotar, ya que la izquierda no lo había hecho, al franquismo. Incluida su posible continuidad camuflada en su bastarda sucesión formulada en la Monarquía del 18 de Julio. Y en la Transición fue fundamental la participación de una derecha que quería sinceramente enterrar el franquismo para siempre.
La única consecuencia bastarda del franquismo y que no se pudo liquidar fue la ETA con la que ahora mismo se negocia. Un colectivo que se sostuvo gracias a un terrorismo exacerbado cuya dimensión violenta contra la democracia fue incomparablemente superior a la que usara contra el franquismo y que esgrimiera como justificación que las cosas nada habían cambiado. Quizás tamaño delirio goce de atractivo para la izquierda, coincidiendo con él como argumento para producir una necesaria transformación del actual sistema político, puesto que en los últimos tiempos no sólo ETA, sino que otros nacionalismos denominados democráticos se habían sumado a tal concepción mala de nuestra democracia junto a líderes del socialismo que con más benevolencia acabaron coincidiendo con Arzallus al calificarla como «democracia de mala calidad». Es muy posible que en plena seducción por el nacionalismo la izquierda haya dado valor a esta patraña y le haya encontrado utilidad para sacarnos del pasado e introducirnos en una nueva época donde el diálogo como guión y la paz como bandera nos pueden llevar a la última fase del caos anunciado. Y de paso nos cargamos la nación, la democracia, la convivencia, y damos, como en la República, la vuelta a la tortilla, y los de derechas se hacen más de derechas. Gane quien gane, lo dice la memoria, perdemos casi todos.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 11/7/2006