DAVID GISTAU-EL MUNDO
HACE un año, la consolidación democrática española, siempre pendiente y fallida, dependía de que unos cuantos paladines aventurados en la A-6 lograran expulsar al monstruo de la guarida montaraz en la que todavía le eran entregados primogénitos en sacrificio. Establecida esa certeza, la suspensión, por parte del Supremo, de la exhumación de Franco debería haber provocado reacciones desesperadas. Más aún cuando el auto contiene un renglón subjetivo en el que Franco es legitimado como jefe de Estado por encima de Azaña en los mismos albores de la guerra y sin otro sustento histórico que la proclamación cuartelaria en Burgos, al estilo de las legiones cuando ungían en el limes a generales como Vespasiano y luego marchaban sobre Roma.
Sin embargo, la respuesta social ha sido escasa, el escándalo, perfectamente descriptible. Apenas nadie va por ahí quejándose de que así no hay modo de sentirse ciudadano de una democracia europea del siglo XXI porque seguimos regidos por una mutación franquista debajo de cuya careta hay un lagarto, como en V. Ni siquiera el Gobierno del «no pasarán» se ha mostrado demasiado fastidiado, sino que se ha dado un plazo inconcreto de «varios meses» como si en el fondo tuviera la esperanza de que el asunto se enfríe y dentro de algunas semanas ya nadie se acuerde de que se había comprometido a hacer de Van Helsing en la cripta transilvana del dictador.
En realidad, a poco que hagan ustedes memoria, recordarán que esta cuestión, una supuesta urgencia de la patria, ni siquiera fue mencionada durante los debates electorales. Ya para entonces no importaba a nadie, salvo algunas asociaciones que sí se lo creen y que son utilizadas según la conveniencia política. Porque la tumba de Franco fue una ocurrencia de la primera hora de Sánchez destinada a dotar de prestigio ideológico su precaria llegada, a apoderarse él de ciertas causas y de eternas derrotas como si las fuera a redimir, y a poner en circulación el maniqueísmo guerracivilista tan eficaz a la hora de entrar en las elecciones sin otro argumento que la alarma antifascista. Hoy en día, Sánchez es un presidente más sólido y sus adversarios, lo mismo los que le quedan a la derecha que los que están a su izquierda y hasta los internos, parecen todos destruidos. Así las cosas, qué le importa ya la momia de Franco, como si la sientan en una mecedora para que haga de madre de Norman Bates.