La relación que Pedro Sánchez tiene con la verdad es aproximadamente como la que su vicepresidenta Calvo tiene con el talento. También podría ser al revés: Pedro Sánchez y el talento; Carmen Calvo y la verdad. Decía el doctor cum Fraude el lunes en la Cadena Ser que no era cierto, tal como había dicho su propio partido, que Pablo Iglesias le hubiera pedido una vicepresidencia durante sus conversaciones a propósito de la investidura. «No me ha pedido nunca eso», dijo a la cadena amiga, pero ayer, durante una reunión con la Ejecutiva Federal de su partido, se desdijo: Aigor, en su tenaz porfía en busca de un Gobierno Frónkonstin, le había pedido una vicepresidencia social, además de los Ministerios de Trabajo y Hacienda, así como la portavocía del Gobierno. Ya solo falta saber quien fue el donante del cerebro averiado que pusieron en la caja craneal del monstruo.
Impresionante. Hace ya mucho tiempo tengo escrito que a nuestros socialistas cabe aplicarles la explicación que un personaje de La fiera de mi niña daba sobre Susan Vance, el personaje que interpretaba la gran Katharine Hepburn: «Es inútil. Nunca entenderemos nada mientras ella se empeñe en explicarlo todo».
Quien haya visto y oído una actuación de la ministra portavoz solo tiene que imaginarse una rueda de prensa de los viernes impartida por ‘Echeminga’ para comprender que cualquier situación puede ser empeorada. Hoy, a tres días de la sesión de investidura, a Pedro Sánchez le faltan 51 escaños para conseguir la mayoría que vuelva a hacer de él un presidente del Gobierno. Solo ha conseguido dos: el de ‘Revilluca’ y el de Compromís.
No parece que Pablo Iglesias vaya a enmendarse y aceptar esa idea del Gobierno de cooperación que consiste en dejarle fuera del aprisco. Tampoco el doctor Fraude va a dar su brazo a torcer. En toda pelea entre dos machos alfa el que canta la gallina está perdido: Sánchez si no le quedase más remedio que hacer ministro a Iglesias; Pablo, si votase la investidura sin haber conseguido tocar pelo.
Mientras, el marqués de Galapagar empuja con todo lo que tiene. Ayer, su estrella solitaria en el Parlamento de La Rioja, Raquel Romero, volvió a votar en contra de la investidura de la socialista Concha Andreu, tal como había hecho 48 horas antes. Qué ejemplo de coherencia el de esta mujer. Unidas Podemos, que en las elecciones de 2015 había obtenido siete escaños en el Parlamento de La Rioja, se quedó en dos el 26 de mayo y estos dos, rotos, porque la diputada de IU, Henar Moreno, votó favorablemente a la investidura de Andreu. Pero la diputada Romero ha llevado al pie de la letra la máxima «cuanto peor, mejor», porque se ha venido arriba con el desplome electoral y ahora pedía tres consejerías por su solitario voto afirmativo, que dónde va con tan poco culo para ocupar tanta silla.
Otro tanto ha venido a pasar con la oscura ambición de María Chivite, que tiene asegurado el apoyo de los nacionalistas y la abstención de los batasunos, pero ahora los podemitas quieren consejerías a cambio de sus dos votos, después de haber perdido cinco escaños.